martes, 26 de febrero de 2013

LA CIUDAD DE LOS DESEOS

-->

 

LA CIUDAD DE LOS DESEOS

Beatriz García Moreno
Profesora, Facultad de Artes,
Universidad Nacional

La Modernidad trajo consigo una nueva ciudad y un nuevo estilo de vida.  La ciudad industrial que hizo su aparición en el siglo diecinueve y que se propagó a través del mundo, en el siglo siguiente, en correspondencia con los fenómenos de modernización, rompió con los viejos esquemas de ciudades claramente ordenadas, entorno a ejes, simetrías y focos definidos por las visiones del mundo y las relaciones de producción hasta ese momento existentes, y se impregnó de lo informe, o de formas no vistas hasta entonces, que parecían no responder a ningún orden, pero que en realidad empezaban a configurarse de acuerdo con códigos y valores del nuevo sistema imperante.  La nueva ciudad a la vez que acogió el surgimiento del anonimato y la masificación, vio surgir al sujeto de la ciencia, aquel que puso al mundo en frente como objeto de experimentación, y vio también surgir el cuestionamiento a dicho sujeto independiente, en tanto hacía su aparición un sujeto desprendido del propio mundo, contingente, escindido, provisto de capacidad creativa y crítica para orientar su vida.  Con la aparición de ambos, la ciudad misma se transformó y adquirió nuevas morfología, las notas que aquí se presentan intentan aprehender algo de esas transformaciones y especialmente de la ciudad que puede surgir desde la mirada de ese sujeto provisto de su deseo, que requiere del otro para poder realizarlo, de esa ciudad que requiere de un campo simbólico que acoja el deseo y los proyectos de quienes la habitan, que ofrece formas contingentes y múltiples, de esa ciudad que a la vez que ofrece espacios para la manifestación del goce de los sujetos que la componen, ofrece un límite para su realización.
El derrumbe de valores establecidos, referidos al poder, a la religión, a la economía, y la instauración de las relaciones de producción capitalista, exigieron la construcción de un nuevo campo simbólico, constituido por la presencia de nuevos significantes, donde lo que empezó a ser valorado, las normas de comportamiento que empezaron a generalizarse, respondieron a necesidades relacionadas con nuevas lógicas, con metas sociales basadas en las nuevas visones del mundo, provenientes de un lado, del desarrollo del pensamiento científico y sus aplicaciones a través de la tecnología, que impusieron la metáfora del mecanismo como modelo a seguir; y de otro, de las visiones teleológicas que presentaron un mundo configurado como un organismo, donde las acciones se desprenden y se encauzan en torno al logro de metas morales o psicológicas, y en esa medida, la metáfora que trajeron fue la del organismo[1].  En ambas visiones el mundo se percibe representado en imágenes que se construyen a partir de las leyes y conceptos que gobiernan uno u otro paradigma.  Heidegger en La Epoca de la Imagen del Mundo, se refiera a la Epoca Moderna, de la siguiente manera:

El proceso fundamental de la Edad Moderna es la conquista del mundo como imagen.  La palabra imagen significa ahora:  La hechura del elaborar representador.  En éste, el hombre lucha por la posición en que él pueda ser aquel existente que da a todo lo existente la medida y le traza la pauta.  Como esta posición se asegura, estructura y formula como visión del mundo, la relación moderna con lo existente se convierte – en su desenvolvimiento decisivo- en disputa entre visiones del mundo, pero no entre cualesquiera sino solamente entre aquellas que ya han revestido de la última resolución las extremas posturas fundamentales del hombre.  Para esta lucha de visiones del mundo y de conformidad con el sentido de esta lucha, el hombre pone en juego el irrestricto poder del cálculo, del planeamiento y del cultivo de todas las cosas. [2]

A través de los dos últimos siglos, de acuerdo con las nuevas perspectivas y circunstancias, la sociedad y las instituciones que le pertenecen, cada una a su manera, y con procesos de transformación diferentes, se han replanteado y han encontrado nuevas formas y organizaciones.  Ello ha conllevado a la implantación de sistemas políticos y sociales, a la generalización de prácticas cotidianas y formas educativas diferentes a las conocidas hasta entonces.  Es así como se ha instaurado la democracia en los países donde la modernización se ha impuesto, la cotidianidad ha valorado las prácticas diarias y le ha restado importancia a valores trascendentales provenientes de alguna religión o creencia terrenales, dando pie a nuevos valores morales; la educación ha tenido que encontrar pedagogías apropiadas para capacitar individuos que puedan desempeñarse satisfactoriamente, en un mundo dominado por un paradigma mecanicista y por relaciones de producción capitalista, donde la tradición en todas sus manifestaciones, a no ser que se replanteé para apoyar el nuevo régimen, se cuestiona.
Las nuevas visiones del mundo, sean de corte mecanicista u organicista, han requerido para su construcción de un sujeto que se considera independiente, capaz de mirar al mundo representado a través de leyes y valores establecidos.  Sin embargo, este sujeto que ha creído ser libre frente al mundo, o bien ha quedado preso de la ilusión de libertad que se le ha prometido y ha entrado a cumplir un papel específico en el mecanismo establecido, o ha enfocado sus acciones a soñar con metas que parecen totalizar sus aspiraciones, sin poder reconocerse así mismo en su propia dimensión.
En medio de todas estas transformaciones han surgido pensamientos como los de Nietzsche, Marx y Freud, en los cuales, cada uno desde su campo de reflexión, ha planteado la posibilidad de un sujeto no atado al discurso del amo, sea que éste se plantee desde el mito y los valores religiosos y morales, desde los sistemas económicos y las ideologías que los acompañan, o desde la ciencia y su pretensión de dar cuenta total de la psiquis y de la condición humana.  Este es un sujeto que se sabe definido por las relaciones que habita; un sujeto activo, situado a partir de su propio deseo, que busca no perderse en el anonimato de la sociedad de masas; en la pasividad de las masas que se guían por el líder de turno, en la protección que le brinda alguna institución, sea ésta la familia o cualquier otra.  Este es un sujeto activo, consciente de sus acciones, consciente de su contingencia y delimitación, que no encuentra definición sino en su interacción con el mundo[3].

Sin duda está estrechamente limitado el tiempo de nuestra vida.  Contamos y vemos el número de nuestros años, pero ¿acaso un ojo moral vio los años de los pueblos? Aunque el alma más allá del tiempo propio, te haga vibrar el que anhela, tristemente te quedas tú en la fría orilla, junto a los tuyos y no los conoces.[4]

Este nuevo entendimiento de un sujeto que se define en razón a su pertenencia al mundo, a relaciones que definen su cualidad y textura, se ha convertido en motivo fundamental del cuestionamiento y transformación de diferentes instituciones, entre las cuales se puede mencionar como ilustración, a la familia.  Esta última, por ejemplo, había desempeñado una importante función, en épocas anteriores, al habérsele considerado como célula fundamental de la organización social, debido a su papel como formadora del individuo en su infancia y adolescencia.  La vinculación de la mujer al mundo laboral y a la esfera de lo público, incluyendo en este término, la esfera de la cultura y en general del conocimiento, ha hecho que se replanteen las funciones mismas de la familia, y le ha posibilitado a la mujer, una reflexión sobre si misma, su naturaleza y su lugar en la sociedad.  Esta reflexión la han venido adelantando diversas mujeres y grupos feministas, desde la perspectiva de género, pero el cuestionamiento a las instituciones establecidas, a los discursos dominantes, que se han considerado únicos, ha tenido escenarios y protagonistas de diferente índole, permitiendo que alimenten unos y otros de los desarrollos logrados.  En ese sentido, cabe decir, que diversos desarrollos de la filosofía, especialmente en la segunda mitad del siglo veinte, han cuestionado el discurso único de la modernidad, derivado de una concepción científica y tecnicista del mundo.  Y es importante anotar, que igualmente, el cuestionamiento que se ha dado desde grupos sociales que habían estado marginados, por razones, de color, de clase social, de origen étnico, de la esfera de la conducción de la sociedad y del desarrollo del conocimiento, ha llevado a replantear prácticas y creencias existentes.
Pero esta transformación, no solo se ha dado en las instituciones y prácticas de los individuos, la ciudad como espacio contenedor de todas estas manifestaciones, se ha transformado con ellas y ha adoptado diferentes formas, bien porque el quehacer mismo de sus habitantes las impone, o porque se ha visto sometida a intervenciones que tienen como base las nuevas maneras de situarse en el mundo.  En ese proceso, algunas ciudades, apenas se han ajustado a los nuevos dictámenes provenientes de las necesidades sociales y de producción, a las necesidades de reproducción de sus habitantes; mientras otras se han ido configurando con acciones provenientes de organismos administrativos y de gobierno, que las entienden como un sistema que puede manipularse e imponérsele una manera de funcionamiento.  En estas ciudades se nombran responsables que las estudien y definan sus espacios públicos y privados, sus espacios para la producción y para el descanso; los espacios para el gobierno, la administración y para la vivienda[5], aunque podría decirse, que en la gran mayoría de los casos, lo previsto en esos planos y planes proyectados, llegue a corresponder cabalmente con la acción que luego se desarrolla en ellos.  En la mayoría de los casos, en esos espacios que se les diseña pensando en actividades específicas, se desarrollan acciones que no habían estado programadas, que quizás se intuyeron en el momento de proyectar, pero no pudieron ser nombradas, pues ello solo puede darse en el momento de la acción, cuando un sujeto, llevado por su deseo y provisto de su capacidad creativa, se propone darles forma y los hace visibles.
Las acciones que se desarrollan a partir del surgimiento del deseo, se valen de formas que quizás, siempre han existido, pero que no han sido puestas de presente, o han estado definidas de otra manera por otros usos, sin haber sido reconocidas en su múltiple posibilidad.  Esto sucede cuando a la ciudad se le mira solamente desde un solo punto de vista, cuando se le ve como un mecanismo, que tiene un funcionamiento donde todo está definido, donde cada uno cumple su papel; cuando se le considera como contenedora de pasados inmodificables, que datan de una u otra época.  Esto no sucede cuando ella se mira como evento histórico, contenedor de acciones de sus habitantes, quienes a su vez se le considera como sujetos conscientes de su inconsciente, de su contingencia, de su carencia, de su tendencia a desaparecer y de su posibilidad de crear[6].
Es desde este sujeto, provisto de esa actitud, de estar en el mundo, que Lacan llama tachado, y su deseo[7]., que aquí se quiere mirar la ciudad.  Desde ahí se quiere encontrar, recorrer e interactuar con sus geometrías, para reconocerlas en una situación diferente, para que empiecen a ocupar un espacio en el campo de lo nombrado, de lo simbólico; un espacio que sea aceptado como el espacio de los encuentros que se producen a partir del deseo y que pueden expresarse de una y mil maneras.

PARA  TI MI AMOR

Fui al mercado de pájaros
Y compré pájaros
Para ti
amor mío
Fui al mercado de flores
Y compré flores
Para ti
amor mío
Fui al mercado de hierros viejos
Y compré cadenas
Pesadas cadenas
Para ti
amor mío
Y después fui al mercado de esclavos
Y te busqué
Pero no di contigo
amor mío[8]

Aquí el deseo no se entiende como una necesidad instintiva, que debe ser satisfecha casi de manera automática, sino como aquello que surge porque ya se ha identificado una carencia, porque se ha reconocido un límite, porque se ha sentido la necesidad de otro.  El deseo está ligado a la identificación de un significante que se comprende como indicador de un camino, como orientación, como insinuación para obtener lo que no se tiene, como provocación para ir más allá.  De esta manera, el deseo mismo se presenta como agente, como motor para llevar adelante una acción.  El deseo aparece para cada uno como posibilidad de identificar un señuelo, como invitante a seleccionar un significante particular, en medio del gran tesoro de significantes, en medio de la gran masa de entes, de ese mundo que está afuera, que funciona como telón lejano, en medio del desorden y el sin sentido, en medio de la lógica establecida.  El deseo lo acerca, en la medida en que en medio de ellos distingue su resplandor, sus guiños, identifica su ofrecimiento provocador, la tentación que invita a seguirlo; o sigue la insinuación tímida que capta a través de algún estribillo, de un acto fallido o un lapsus, como diría Freud[9].


HE VISTO A MUCHOS

He visto a uno que se había sentado sobre el sombrero de otro
estaba pálido
temblaba
aguardaba algo...quien sabe qué...
la guerra... el fin del mundo...
no podía ni siquiera hacer un gesto
o hablar
y el otro
el que buscaba “su” sombrero estaba más pálido aún
y también temblaba
y se repetía sin cesar:
mi sombreo... mi sombrero...
y tenía ganas de llorar.
He visto a uno que leía los diarios
he visto a uno que saludaba a la bandera
he visto a uno vestido de negro
tenía reloj
cadena de reloj
monedero
la legión de honor
y quevedos.
He visto a uno que arrastraba al hijo de la mano
y que gritaba...
He visto a uno con un perro
he visto a uno con bastón de estoque
he visto a uno que lloraba
he visto a uno que entraba en una iglesia
he visto a uno que salía de ella...[10]


Lacan habla de ese señuelo en términos de semblante y dice que el encuentro con él es propio de cada sujeto, es parte de lo que lo hace singular; es una ventana para comprender su manera de estar escindido, su hiancia, la presencia en él de su inconsciente.  El deseo se convierte en posibilitador, en mediador entre ese mundo que parece estar por fuera de cualquier sentido propio, y el mundo cercano que se constituye a partir de ese afuera, de los significantes seleccionados que se han encadenado convirtiéndose en posibilidad de ruta.  El deseo se ofrece como puente entre dos orillas que se buscan enlazar, como posibilidad de acercar dos campos para poder atravesar la fisura, aunque no logre cerrase nunca.  El deseo si bien se prefigura a partir del campo simbólico que le confiere límites y permite ser nombrado, y del imaginario que le abre la posibilidad de horizonte y concatenación, va más allá de ellos, pues desde él, se ofrece la esperanza de un espacio para la expresión de lo real, del propio goce.
Si bien cada sujeto identifica semblantes que pueden indicarle caminos para realizar diferentes aproximaciones a lo que constituye su singularidad, a lo que le marca sus límites, a lo que le indica sus posibilidades; un mismo significante puede ser identificado como semblante por diferentes sujetos, sin que ello quiera decir que lo reconozcan de la misma manera, que indique para todos el mismo sentido y que sea una amenaza para la singularidad que cada uno posee.  Por el contrario, podría decirse, que esa identificación que cada uno hace, representa la hendidura propia, el camino que ronda el vacío que atrae, que se rodea pero que no puede llenarse y por ello es el estímulo permanente para la acción creadora.  Lo que ello indica es que ese significante, en tanto es reconocido por diferentes sujetos, se ofrece para ellos en punto de encuentro, en invitación a realizar un proyecto común; y en ese sentido, se presenta como posibilidad de amistad, de amor, de acompañamiento en un camino; como posibilidad de vínculo social.  Solo en ese encuentro, en ese reconocimiento, encuentra una ruta.
En esa identificación se prefigura la oportunidad de constituir un grupo, o una pareja, alrededor de eso que indica, a sujetos diferentes, una orientación, un horizonte, una posibilidad de construir un mundo, en el sentido en que Heidegger lo entiende en "El Origen de la Obra de Arte"
Mundo no es la mera acumulación de las cosas presentes, numerables e innumerables, conocidas y desconocidas.  Pero mundo no es tampoco un mundo imaginario representado para que se añada a la suma de lo presente.  El mundo mundeaa y es más existente que lo palpable y perceptible en que creemos estar inclinados.  El mundo no es nunca un objeto que esté ante nosotros y pueda contemplarse.  El mundo es lo siempre inobjetivo a que estamos sometidos mientras los carriles de nacimiento y muerte, bendición y maldición, nos tienen extasiados en el ser.  Donde se pronuncian las decisiones esenciales de nuestra historia, tomadas y abandonadas por nosotros, negadas y de nuevo formuladas, allí mundea el mundo. [11]

El mundo se define día a día, se construye con los movimientos que en el se den, con los objetos que se tienen a la mano, que están disponibles y cargados de sentido, con lo que puede conservarse en medio de las transformaciones y los proyectos, que a veces hacen que ellos se distancien y se conviertan en un telón lejano que ya casi ni se recuerda o que se ha alejado totalmente, que ha sido de nuevo disuelto por la tierra, que con su fuerza tiende a ocultarlo, como dice este autor.

CERCANÍAS
Los patios y su antigua certidumbre,
los patios cimentados
en la tierra y el cielo.
Las ventanas con reja

Desde la cual la calle

Se vuelve familiar como una lámpara.
Las alcobas profundas
Donde arde en quieta llamada la caoba
Y el espejo de tenues resplandores
Es como un remanso en la sombra.
Las encrucijadas oscuras
que lancean cuatro infinitas distancias
en arrabales de silencio.
He nombrado los sitios
Donde se desparrama la ternura
Y estoy solo y conmigo.[12]


En este encuentro se da la posibilidad de llevar a cabo un proyecto común, que requiere, claro está, el darle forma a través de la acción misma, el nombrarlo, el definir las etapas que permitan explorarlo, expandirlo, y en esa medida se convierte en un nuevo significante, en representante de cada sujeto.  El proyecto que se plantea trae a cada uno resonancias diferentes, habla a cada quien de lo que lo constituye, de sus memorias, de sus dolores, de sus disfrutes y abre espacio para que el goce se manifieste.
            El surgimiento de un sujeto que pueda nombrar su deseo y a partir de él encontrar las relaciones con otros, surge con la modernidad, o a pesar de ella, como nueva posibilidad que introduce una manera diferente de enfrentar lo cotidiano, de relacionarse consigo mismo, y con el Otro.  Ello implica que la ciudad, para este nuevo sujeto, cobra otra dimensión a partir de su propia manera de situarse en el mundo.  Con esta formulación, es posible tratar de continuar con el propósito inicial que se planteaba en estas notas, como es el de prefigurar una imagen de ciudad donde sea posible, que los deseos de sus habitantes tengan cabida, que puedan convertirse en proyectos, que encuentren espacio para su desarrollo, no solo físico, sino respaldado por lo institucional, en tanto se considere constitutivo del ser humano.  Esto quiere decir que la ciudad debe contar con espacios que sean aceptados en lo poco delineado del deseo en su surgimiento inicial, en la movilidad que conlleva su puesta en escena, en tanto que solo se define, adquiere forma, a través de la realización de los mismos proyectos.  Al introducir estos espacios, como posibilidad o como materialización, la imagen de la ciudad, como expresión de las instituciones que rigen los intereses colectivos y regulan el desarrollo del individuo, se transforma, ya que no se piensa desde la instituciones concebidas como las poseedoras de normas inamovibles e intransformables, sino desde las relaciones entre sujetos que se encuentran a partir de sus deseos, en la identificación de un mismo significante.  Antes de mirar esta ciudad, que aquí se quiere denominar como la ciudad de los deseos, es conveniente detenerse en esa ciudad que parece no encontrar duna definición diferente a la que le asignan las instituciones que la gobiernan y definen su funcionamiento y desarrollo, esto es la ciudad del amo.

La ciudad del amo

En un artículo anterior, “La ciudad de la ley del Goce” [13], nos referimos a la ciudad que se mira desde el discurso de los amos en sus diferentes manifestaciones, como aquella que organiza su sistema social a partir de la creación de instituciones destinadas a encontrar normas universales que permitan el control del goce, bien sea a través de la justicia y su manera de implementarse o bien mediante la educación y sus pedagogías para formar individuos que se ajusten a lo establecido, sin tener en cuenta las reales posibilidades de los sujetos que la habitan.  En ese artículo se hacía referencia al texto de Freud, Totem y Tabú[14], en el cual este autor narra que la luego de que los hombres asesinaron al padre primordial, dueño de todas las mujeres, sintieron culpa y establecieron la interdicción del goce a través de la ley del incesto.  Con ese hecho, la civilidad se inauguró y esta ley entró a reglamentar la vida cotidiana, al establecer una primera prohibición entre las relaciones sexuales entre madre e hijo, y más tarde entre padre e hijas y entre éstas y los hermanos, instaurando con ello un orden social.  Esta ley que ha pervivido a través de la historia de la humanidad, tiene un efecto directo en la infancia de cada sujeto, pues la sociedad occidental le ha asignado a la familia, la función de hacerla cumplir en primera instancia, pero su presencia se extiende y determina la organización social en la esfera de lo público, aunque ello no surja de manera evidente.  En este ámbito, las diferentes instituciones continúan con la tarea de limitar el goce, iniciada por la ley del incesto, en tanto su función es vigilar los valores colectivos bien sean ellas instituciones políticas, religiosas, educativas u otras.  La asimilación de las leyes y el sometimiento del sujeto a su cumplimiento, requiere de todo un proceso de formación que se inicia en la familia, y continua con la educación.  Allí se busca que el sujeto se adapte a lo establecido, que despersonalice lo más posible su acción, que acepte las normas, que cuide del bien colectivo y que aspire a alcanzar los valores teleológicos, de orden moral, que le garantizarían su más elevado desarrollo.  Al ingresar a esta comunidad, el sujeto comparte imaginarios, creencias, mitos de origen y de muerte, los cuales son alimentados por las instituciones mismas, pues la lógica sobre la que se soportan, parte de ellas.
En el artículo mencionado, hacíamos énfasis en que las diferentes funciones de controlar el goce habían estado asignadas, por largos períodos de la historia, a cada uno de los géneros de manera diferente, y que esa asignación tenía una clara ubicación en espacios específicos de las ciudades.  Hasta la llegada de la modernidad, y sobre todo, de su consolidación con la modernización, la gran mayoría de las mujeres, tuvieron como espacio central de sus actividades, a la casa, y en ella jugaron un importante papel en relación con hacer cumplir la interdicción impuesta socialmente.  La mujer, como encargada de cuidar de los infantes, debería formarlos para buscar la satisfacción de su goce sexual, en la esfera de lo social, por fuera de la esfera familiar, de los afectos iniciales de la infancia, donde le estaba definitivamente prohibido.  La esfera de lo público, durante ese mismo lapso, estuvo generalmente, en manos de los hombres, encargados de afinar los sistemas educativos, de gobierno y religiosos, que permitieran contar con individuos adecuados a cada régimen establecido.  El desarrollo de la modernidad, abrió espacios para que la mujer saliera de la esfera privada de la familia, donde cumplía su función, a la esfera pública, y empezara a compartir con el hombre las directrices de la vida social.  Es en la modernidad cuando ella entra masivamente, a la esfera laboral, cuando se le acepta en establecimientos públicos, cuando se le reconoce su posibilidad y derecho de participación en la vida política, cuando le ha sido posible mirar su cuerpo por fuera de las creencias que lo condenaban como portador del mal de la humanidad.
Estos hechos le han permitido pensarse a sí misma y a sus posibilidades en la esfera que se le ofrece.  Su propia memoria, su relación con los aspectos corporales, su cercanía con el mundo de la intimidad, han permitido que su participación en esta esfera, le genere cuestionamientos que no solo le han puesto de presente su papel y el del otro sexo en la organización de la sociedad, sino que han tenido consecuencias sobre la misma organización social, al poner de presente la inequidad en su participación en las esferas de lo público, la dificultad para hacer valer su manera de orientarse en el mundo, que si bien puede acogerse a la racionalidad que gobierna dichas esferas, requiere de espacios para la expresión de sus sentimientos, para escuchar sus intuiciones, para atender a su propio cuerpo, para introducir otras lógicas diferentes a las provenientes de la racionalidad científica y tecnológica.  Quizás las actitudes que mujeres de diferentes lugares del mundo, han ido adoptando, ejemplifican críticas que pensadores ya citados, como Nietzsche o Freud, ya ponían de presente en el siglo diecinueve y a principios del veinte; críticas que apuntaban al cuestionamiento de un mundo organizado alrededor de saberes científicos que se habían considerado como portadores de verdades absolutas, que pretendían explicar todos los aspectos de la vida.  Y esa salida, también ha tenido incidencia en la ciudad.  Ella ha traído nuevas formas o ha puesto de presente la necesidad de otras.
La ciudad organizada en torno a la ley del goce, se ha valido de formas arquitectónicas que simbolizan las instituciones que la acompañan y salvaguardan; de instituciones religiosas, de gobierno, de educación, cuya existencia se genera a partir de vigilar al sujeto, de moldear su comportamiento; de velar por el orden social, por salvaguardarlo de todo aquello que pueda introducir el caos.  Estas formas urbanas y arquitectónicas, se organizan con base en jerarquías establecidas, que se corresponden con geometrías de centralidad, de ejes claramente definidos, de yuxtaposición y concatenación; que se materializan con lenguajes hechos a partir de materiales y ornamentos, que se han cargado simbólicamente a través de la historia; que se ven como contenedores de valores éticos y morales que incluyen el orden, la libertad la igualdad, la fraternidad, y que se exhiben como un llamado para lograrlos y reconocer su presencia.  Estos lenguajes recuerdan la ley a seguir, el límite de la acción, la posibilidad de castigo, la posibilidad de un retorno a lo informe, la manera como el otro existe.

EL CAMINO RECTO

De kilómetro en kilómetro
De año en año
Viejos de frente estrecha
Señalan a los niños el camino
Con ademán de cemento armado[15]

El control de la ley del goce lleva aparejado el control del comportamiento de los sujetos, y ello tiene indicaciones en la organización morfológica de la ciudad, en la determinación de espacios de uso público y de uso privado.  Esta organización responde a diferentes paradigmas en cada una de las épocas históricas, pero en la modernidad, es claro que la metáfora del mecanismo y su funcionamiento, siempre está presente   Los espacios de uso público se conciben como aquellos que se ofrecen al encuentro de la comunidad alrededor de los valores establecidos, sea para realizar actividades que les permitan cumplir sus funciones, sea para reafirmar sus existencias; y los de uso privado, se relacionan con los que tienen escritura pública a nombre de un grupo de personas o de un individuo, a quienes o a quien, se les da derecho pleno sobre el inmueble, claro está de acuerdo con las leyes colectivas, previamente establecidas.  Entre esos bienes que se consideran privados, que pueden ser de diferente tipo, figuran como ya se dijo, los espacios de la familia, que tienen la particularidad de ser espacios para la intimidad, en tanto allí se permite, de alguna manera, la distensión de sus moradores, claro está, bajo la responsabilidad de que no afecte el orden establecido.  Entre los de uso público, figuran las calles, las plazas, los parques, los lugares por donde se transita, los que se usan para el encuentro de quienes realizan alguna actividad común.  Pero estos, al igual que los anteriores, también se ven invadidos por lo particular de quien los recorre y los habita, de sus sueños y deseos.  Ambos, públicos y privados, se ven afectados por las características de los sujetos que los moran.
La ciudad concebida y mirada, solamente, desde lo institucional, es una ciudad compartimentada, reglamentada; sus espacios tienen definiciones específicas.  Se parte de que el individuo asume comportamientos previstos, y por ello se cree que todo puede manejarse desde la planificación.  Se parte de la idea de un individuo genérico que se desarrolla a través de su vida de acuerdo con la trayectoria que socialmente se ha establecido, que pasa por ciertas etapas que ya han sido definidas, y si ello no sucede, no es porque no sea el ideal a seguir, sino porque hay algún obstáculo que lo impide, sea de orden social, económico, político, cultural o físico.  Desde ese conocimiento y teniendo presente los modelos institucionales vigentes, se diseña la ciudad, y se espera que los sujetos se adapten a ella.  Es así como se definen edificaciones para cada una de las instituciones públicas y privadas y sus áreas de influencia, y también se definen edificaciones para que los individuos y sus familias habiten; esto es áreas para la vivienda.  Entre ellas se proyectan espacios para circular entre unas y otras, pero también para la recreación y el descanso.

 

La ciudad de los deseos


Quizás en cada uno de esos espacios definidos previamente, los sujetos encuentren lugares para la realización de su deseo.  Quizás muchos de esos espacios que se concibieron para actividades específicas institucionales o programadas por instituciones para ser utilizadas en actividades recreativas, culturales o de otro tipo, puedan ser tomados por los habitantes, pero aquí se quiere proponer una ciudad donde sus mismas instituciones den cabida a un sujeto consciente de su deseo, en los términos arriba planteados.  Un sujeto que pueda atreverse a llevar adelante sus proyectos, porque hay espacio para ello; espacios que se redefinen con cada acción.  Estos espacios a la vez que sirven de receptáculo adquieren nuevas características con la acción misma, al igual que el agua moldea la copa de una manera diferente a como lo hace el vino.  Espacios cerrados o abiertos, mirados desde el sujeto, se ofrecen como disponibles para que en ellos puedan suceder otros hechos diferentes a los previstos institucionalmente.  La calle, la plaza, el parque, pueden convertirse en escenario de encuentros temporales, al igual que los espacios de uso cultural o recreativo.  Las calles, por ejemplo pueden adquirir características estéticas diferentes de acuerdo a lo que en ellas ocurra, de acuerdo a como se les mire.
La mirada de cada uno de los espacios que configuran la ciudad, a partir del sujeto y su deseo, cobran otra dimensión.  Ellos aparecen como espacios moldeables, para darles forma; espacios para ser redefinidos por los que en ellos suceda; espacios que invitan a ser utilizados de acuerdo con el proyecto a realizar; espacios cuya función es la de permitir la realización de múltiples deseos.  Estos espacios implican otras actitudes, se ven tomados por improvisaciones, por lo que no se esperaba, por lo que rompe la rutina y la cotidianidad.  Acciones que tienen diferentes duraciones, intensidades, cualidades y texturas, que confieren, por la duración que las acompañe, por la clase de acción que se realice, un especial carácter a ese lugar, llenándolo de memoria y confiriéndole sentido.  Pero no son sólo los espacios abiertos, como la calle, los parques, las plazas, las que pueden ser tomados por acciones no previstas, también los espacios cerrados, especialmente los de casa, que parecería ya estar definidos de antemano.  Estos espacios en los que se espera que sus habitantes distensionen sus almas y sus cuerpos, pueden verse tomados de repente, por sentimientos no esperados, por sueños, aburrimientos o cualquier otro aspecto, que requiere de la intimidad para manifestarse.  No pueden dejar de nombrarse a este respecto, las formas que adquieren, cuando la mirada poética los toma como tema.

UN PATIO

Con la tarde
Se cansaron los dos o tres colores del patio.
Esta noche, la luna, el claro círculo,
No domina su espacio.
Patio, cielo encauzado.
El patio es el declive
Por el cual se derrama el cielo en la casa.
Serena,
La eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
Grato es vivir en la amistad oscura
De un zaguán, de una parra y de un aljibe.[16]


Cuando se plantea que la ciudad debe contar con espacios que se moldeen de acuerdo con el deseo de los sujetos, la ciudad pierde la compartimentación dada por la ciudad de las instituciones.  Ya no se contraponen el espacio de las instituciones como espacio de lo público, con el espacio de lo privado, y más aún con el espacio de lo íntimo; sino que unos y otros, espacios íntimos, privados y públicos se ven afectados por la necesidad de acoger el deseo de los sujetos que los habitan, se ven abocados a compartir su existencia con lo informe, con lo que cobra forma con cada proyecto que se proponga, en cada mirada.  Esta manera de pensar la ciudad, exige de un campo simbólico que les de cabida, de instituciones que tengan la capacidad de respaldar dichas acciones, que comprendan la necesidad de ellas para el ser humano y les permitan cobrar forma, de tal manera que se propicie el desarrollo de la singularidad del sujeto, en las características y temporalidad propia de cada proyecto, con la movilidad que le sea propia.
En este tipo de ciudad no se parte de un individuo en abstracto, sino de un individuo que se reconoce como sujeto a partir de la mirada del otro, a partir de poder encontrar caminos que puede recorrer en compañía de otro o de otros.  Con esta afirmación se está dando pie para decir que el deseo requiere de mas de uno, que puede manifestarse en el amor que se siente por otro, en los anhelos de compartir la vida con otro, en el encuentro de intereses comunes alrededor de un proyecto, de un horizonte que se vislumbra, de una posibilidad de dirección.  La ciudad entendida de esta manera, requiere, como ya se dijo, no solo de espacios físicos, sino de espacios respaldados en lo institucional, que sean aceptados en lo informe que les es propio; informe, en tanto promesa de algo por alcanzar, que posee la movilidad y flexibilidad para lograrse.  Esto hace pensar que si bien en la ciudad, las instituciones se pueden encontrar con sus correspondientes edificaciones dedicadas al gobierno, a la educación, a los rituales religiosas, o a otras, también deberían encontrarse espacios que las mismas instituciones propicien, pero cuyo uso no esté claramente definido, sino que se pueda definir a través de las actividades que en ellos se realicen, y en el proceso que éstas generen.  Estos espacios, se conciben con una mayor flexibilidad de uso, en tanto en ellos se da el encuentro entre sujetos a partir de deseos específicos.

La casa como encuentro del deseo de dos

Como se dijo anteriormente, los proyectos que surgen, necesariamente son de diferente tipo, en tanto los encuentros también pueden ser de diferentes características.  Podría ejemplificarse deteniéndose en el espacio que surge cuando el proyecto que se quiere llevar adelante es de dos que se han identificado uno y otro como significante, para compartirse mutuamente.  Cuando se da el encuentro de los deseos de dos; de creer que hay la posibilidad de una vida común, de un proyecto común de la pareja, el destinado a lo que se concibe como la realización del amor.  La modernidad parecería que propiciara este encuentro, que los sujetos se unan a partir de los deseos y no de compromisos familiares o de cualquier otra índole institucional.  La realización de ese encuentro se da generalmente, en el espacio que se conoce como casa, sea esta de cualquier tipo o tamaño, de alquiler o propia; lo que importa es que es el espacio que se ofrece como el lugar del encuentro de la intimidad de dos generada a partir de haber reconocido la presencia del amor, y a partir de éste, la del goce sexual, la procreación; un patrimonio.  La casa, como se dijo anteriormente, está vinculada a las instituciones, en tanto que es desde allí, de donde se imparten las primeras normas sobre el control del goce, sobre el encaminamiento de un sujeto a la vida social, pero es en ella donde también se da, la posibilidad de la intimidad, sea solo o con otro.
Desde la mirada institucional de la ciudad, la sucesión de casas, conforman lo que se conoce como área residencial.  A estos espacios de la ciudad, al mirarlos desde un modelo social en abstracto, donde se parte de la homogeneización de comportamientos, o desde una mera referencia de estrato socio-económico, se les identifica como una masa homogénea que permite a urbanistas y planificadores, definir líneas de desarrollo y dar un orden a las actividades a realizar.  Sin embargo, es sabido de todos, que si bien la casa se reconoce como lugar de la institución familiar, donde un grupo de personas comparte la vida, es también el lugar donde, de una manera más clara, se da salida al goce y a su realización.  La casa en esa medida, se convierte en el espacio de la intimidad.
A través de la historia, la casa ha sido habitada de muy diferentes maneras; la casa de la primera modernidad no es la misma que la casa de la segunda mitad del siglo veinte.  En esta última casa, la madre ya ha salido, pues la modernización así lo ha indicado.  La mujer se ha vinculado al trabajo, y con ella muchas de las funciones que constituían la casa han salido de ella.  Con la salida de la mujer salen muchas de las funciones que en ella se daban.  Sale el nacimiento a los hospitales y puestos de salud, en busca de mejor atención médica, en busca de mejores condiciones higiénicas y de salud.  La casa, se libera, entonces del primer llanto del que acaba de nacer, ya no se ensuciará de sangre.  Salen las celebraciones:  los bautizos, las primeras comuniones, los matrimonios se celebran por fuera de ella, en clubes sociales, en casas comunales, en parques.  Sale la muerte en carro fúnebre, a la sala de velación.  De esta manera la casa no oye los llantos, no se impregna de dolor, ni de malos olores.  La casa se protege de la muerte.  Otras funciones que daban sentido a la vida familiar, y que en muchas culturas representaban un ritual que recordaba su función y la necesidad de permanecer, también encuentran otros lugares para desarrollarse.  La comida, lo que implica su cocción, como la necesidad de reunirse para comer en familia, son actividades que salen de la casa, que empiezan a realizarse por fuera de ella, en restaurantes, entre amigos o solo, sin una clara hora para hacerlo, dejando de lado el ritual y lo que ello simboliza.
¿Qué queda entonces de la casa en la actualidad?  Este espacio parece haber quedado libre de sus funciones sociales y se presenta despojado de compromisos institucionales.  Por todo esto, parecería que la casa, en el momento actual, ha quedado solo para la intimidad.  Ella se ofrece como la primera morada para un proyecto de pareja, para dos que han intuido que pueden compartir sus vidas incluyendo sus cuerpos, que pueden a través del uno y del otro poner de presente su goce, dejar que lo real que los constituye, aflore.  El deseo, en este caso, toma la forma del amor, y desde él, como exorcizando lo que implica, se abren espacios o simplemente ranuras para que el goce haga alguna manifestación.  La casa se presenta como espacio a moldear, como perspectiva a darle forma, con lo que estos sujetos realicen, con la manera como establezcan sus conexiones.  La casa se empieza a habitar acompañada de los mundos simbólicos e imaginarios que acompañan a los que la habitan.  Allí entran como estímulo y posibilidad de materializar sueños, ideales de infancia o adolescencia.
La casa que se habita cuando se inicia una vida como adultos, dueños de la sexualidad, cuando el deseo lleva a dos a configurar un espacio, sea éste una pequeña habitación o una gran mansión, se habita, desde el primer momento por los fantasmas de cada uno.  Los recuerdos de infancia la invaden, al igual que los comportamientos de los mayores que se ofrecieron como modelos.  Todo ello en medio de la intimidad que se ofrece para ser compartida.  La intimidad se llena de gestos apenas conocidos, o recordados; de maneras de decir que traen la memoria de alguien que en algún momento indicó un camino.  La casa se ofrece para ser llenada de temores, de inseguridades, de sueños y de esperanzas.
Empezar a llenar el espacio de la intimidad implica traer de muchos lados.  Recoger del ayer una serie de imágenes que regresan como fragmentos, que se desplazan y materializan en objetos que se cuelgan en la pared, o se colocan en algún mueble, en cada uno de los objetos que se seleccionan para acompañar el lugar, que traen memorias o proyectan sueños de lo que se quiere alcanzar.  Una imagen que se enmarca, porque da referencia y continuidad, porque pone de presente una manera de hacer y de ser, porque da un límite.  Cada espacio se llena de saberes aprendidos y de otros que se descubren como aprendidos, solo en el momento de habitar.  En los armarios se cuelga la ropa y se dobla de la manera como fue enseñado.  En la cocina se cuece la comida buscando sabores conocidos, que dieron protección y placer, que ahora se repiten como vínculo, como agradecimiento, como consagración del proyecto que va a emprenderse.  La cama se hace como se hacia en la casa de origen, solo que ahora es mas grande y las sábanas son para dos.  La almohada será testigo de los secretos de dos.
Esa primera casa se hace con símbolos recogidos en una y otra parte, con cuerpos que apenas comienzan a hablar y a encontrar un lenguaje propio, a configurar un espacio de encuentro, donde los límites entre uno y otro se sienten a veces perdidos. Espacio donde los imaginarios construidos a través del tiempo sueñan con volverse realidad, donde lo real puede ponerse más claramente de presente.  La casa es amparada por la estructura simbólica como ese espacio para la intimidad, como ese espacio que ofrece una pausa en el mundo de lo establecido, de lo laboral.  Mas allá de ser una unidad en medio de una masa homogénea que se denomina residencial es un mundo que le da vida a la ciudad donde se encuentra, que contiene los sueños y dolores, de dos que se plantean una vida en común.

Para concluir
La ciudad vista desde los sujetos configurados por su inconsciente, de los sujetos que se saben carentes y manifiestan su deseo, hace que aparezca con otro colorido, que la geometría que la configura, sus espacios abiertos, sus rincones, sus espacios cerrados, sean mirados como posibilidad de realización, que se conciban como espacios del hacer y para hacer, par ser redefinidos por una vida que se sabe contingente, que se defina en los límites que les son propios.  Esta manera de mirar la ciudad propone diferentes mapas, a veces ellos tienen una corta vigencia, a veces las líneas con las que se los dibuja son livianas y otras veces, son pesadas, a veces denotan que fueron trazadas rápidamente y otras ponen de presente, un paso lento.  Espacios del deseo, que se construyen paso a paso, a modo de tejido; que se llenan y se vacían.  La ciudad se vuelve móvil, se vive y se mira ligada al deseo, al amor, al proyecto, y al tiempo que les es propio, con sus memorias, por las huellas dejadas por el cuerpo, por las materializaciones logradas.
Esta ciudad requiere de un campo simbólico que permita que esto suceda, sin temor a desvanecerse, de instituciones que respalden al sujeto y le permitan sus proyectos, del reconocimiento del Otro como el que despierta lo propio, como posibilitador de un camino.  Esta ciudad requiere no dejar ocultar ese sujeto desprendido y contenido en el mundo, provisto de capacidad creativa y crítica.  Esto requiere de más de uno.


[1] .  Las visiones del mundo se están considerando en este texto, en relación con los planteamientos de Stephen Pepper en “World Hipótesis”.  University of California Press.  Los Angeles, 1970.  Aunque ambas visiones se dan en la modernidad, cada una introduce modelos diferentes para visualizar el mundo y ubicar el lugar desde donde se aproxima a él el sujeto.  Estas visiones tienen claras incidencias en la organización de la sociedad en sus diferentes niveles, sea éste, político, económico, social, cultural.
[2].   Heidegger, Martín.  “La Epoca de la Imagen del Mundo” en Sendas Perdidas.  Eitorial Losada, SA.  Buenos Aires, 1960, pp. 83-84.
[3] Este sujeto estaría orientado por su deseo, como lo plantea Lacan, cuando se refiere al discurso del análisis.  Ver Lacan, Jaqcques, AUN, seminario 20, Piados, Buenos Aires, Barcelona, 1981.
[4] .  Esta cita de Horderlin, la trae Heidegger en el texto citado anteriormente.  Ibid, p. 85.
[5] .  Este tipo de ciudad, ha tenido como referencia, a la ciudad que se denomina racionalista, la cual fue definida en la reunión de1 Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna, de 1933, en la llamada, Carta de Atenas.
[6] .  a propósito del tema planteado, vale la pena examinar el libro de Juan Carlos Pérgolis     donde plantea la posibilidad de leer la ciudad desde el deseo de sus habitantes.
[7]   Aquí se está haciendo referencia especialmente a Lacan, Jacques, El Reverso de Psicoanlisis, Seminario 17, Piados, Buenos Aires, 1992.  Y Lacan, Jacques, AUN, ibid..
[8]  Prevert, Jacques, “Para ti mi amor “ en Palabras, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, Julio de 1971, p. 45.
[9]   Ver, Freud, Sigmund, Psicopatología de la Vida Cotidiana, en Obras Completas, Volumen I, Ediciones Biblioteca Nueva, Madrid,  1968, pp. 629-770.
[10] .  Prévert, Jacques, ibid., pp 43 – 44.
[11]   Heidegger, Martin “El Origen de la Obra de Arte” en Sendas Perdidas, Editorial Losada S.A,  Buenos Aires, 1960, pp. 36-37.
[12]   Borges, Jorge Luis, “Cercanías” en Obra Poética 1923/1985, Emecé Editores, Buenos Aires, 1998. p. 52.
[13] .  García Moreno, Beatriz, "La Ciudad de la Ley del Goce" en La ciudad: Hábitat de diversidad y complejidad, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Artes, Unibiblos, Bogotá, abril de 2000. pp. 250 - 260.
[14].  Freud, Sigmund, Totem y Tabú en Obras Completas, Volumen II,  Editorial Biblioteca Nueva,  Madrid, 1968, pp. 511-600.
[15] .  Prévert, Jacques, ibid. p. 127
[16]   Borges, Jorge, ibid. p.28.