LA CIUDAD DE LOS DESEOS
Beatriz
García Moreno
Profesora, Facultad de
Artes,
Universidad Nacional
La Modernidad trajo consigo una nueva
ciudad y un nuevo estilo de vida. La
ciudad industrial que hizo su aparición en el siglo diecinueve y que se propagó
a través del mundo, en el siglo siguiente, en correspondencia con los fenómenos
de modernización, rompió con los viejos esquemas de ciudades claramente
ordenadas, entorno a ejes, simetrías y focos definidos por las visiones del
mundo y las relaciones de producción hasta ese momento existentes, y se
impregnó de lo informe, o de formas no vistas hasta entonces, que parecían no
responder a ningún orden, pero que en realidad empezaban a configurarse de
acuerdo con códigos y valores del nuevo sistema imperante. La nueva ciudad a la vez que acogió el
surgimiento del anonimato y la masificación, vio surgir al sujeto de la
ciencia, aquel que puso al mundo en frente como objeto de experimentación, y
vio también surgir el cuestionamiento a dicho sujeto independiente, en tanto
hacía su aparición un sujeto desprendido del propio mundo, contingente,
escindido, provisto de capacidad creativa y crítica para orientar su vida. Con la aparición de ambos, la ciudad misma se
transformó y adquirió nuevas morfología, las notas que aquí se presentan
intentan aprehender algo de esas transformaciones y especialmente de la ciudad
que puede surgir desde la mirada de ese sujeto provisto de su deseo, que
requiere del otro para poder realizarlo, de esa ciudad que requiere de un campo
simbólico que acoja el deseo y los proyectos de quienes la habitan, que ofrece
formas contingentes y múltiples, de esa ciudad que a la vez que ofrece espacios
para la manifestación del goce de los sujetos que la componen, ofrece un límite
para su realización.
El derrumbe de valores establecidos, referidos al poder, a la
religión, a la economía, y la instauración de las relaciones de producción
capitalista, exigieron la construcción de un nuevo campo simbólico, constituido
por la presencia de nuevos significantes, donde lo que empezó a ser valorado,
las normas de comportamiento que empezaron a generalizarse, respondieron a
necesidades relacionadas con nuevas lógicas, con metas sociales basadas en las
nuevas visones del mundo, provenientes de un lado, del desarrollo del
pensamiento científico y sus aplicaciones a través de la tecnología, que
impusieron la metáfora del mecanismo como modelo a seguir; y de otro, de las
visiones teleológicas que presentaron un mundo configurado como un organismo,
donde las acciones se desprenden y se encauzan en torno al logro de metas
morales o psicológicas, y en esa medida, la metáfora que trajeron fue la del
organismo[1]. En ambas visiones el mundo se percibe
representado en imágenes que se construyen a partir de las leyes y conceptos
que gobiernan uno u otro paradigma.
Heidegger en La Epoca de la Imagen del Mundo, se refiera a la
Epoca Moderna, de la siguiente manera:
El proceso
fundamental de la Edad Moderna es la conquista del mundo como imagen. La palabra imagen significa ahora: La hechura del elaborar representador. En éste, el hombre lucha por la posición en
que él pueda ser aquel existente que da a todo lo existente la medida y le
traza la pauta. Como esta posición se
asegura, estructura y formula como visión del mundo, la relación moderna con lo
existente se convierte – en su desenvolvimiento decisivo- en disputa entre
visiones del mundo, pero no entre cualesquiera sino solamente entre aquellas
que ya han revestido de la última resolución las extremas posturas fundamentales
del hombre. Para esta lucha de visiones
del mundo y de conformidad con el sentido de esta lucha, el hombre pone en
juego el irrestricto poder del cálculo, del planeamiento y del cultivo de todas
las cosas. [2]
A través de los dos últimos siglos, de acuerdo con las nuevas
perspectivas y circunstancias, la sociedad y las instituciones que le
pertenecen, cada una a su manera, y con procesos de transformación diferentes,
se han replanteado y han encontrado nuevas formas y organizaciones. Ello ha conllevado a la implantación de
sistemas políticos y sociales, a la generalización de prácticas cotidianas y
formas educativas diferentes a las conocidas hasta entonces. Es así como se ha instaurado la democracia en
los países donde la modernización se ha impuesto, la cotidianidad ha valorado
las prácticas diarias y le ha restado importancia a valores trascendentales
provenientes de alguna religión o creencia terrenales, dando pie a nuevos
valores morales; la educación ha tenido que encontrar pedagogías apropiadas para
capacitar individuos que puedan desempeñarse satisfactoriamente, en un mundo
dominado por un paradigma mecanicista y por relaciones de producción
capitalista, donde la tradición en todas sus manifestaciones, a no ser que se
replanteé para apoyar el nuevo régimen, se cuestiona.
Las nuevas visiones del mundo, sean de corte mecanicista u
organicista, han requerido para su construcción de un sujeto que se considera
independiente, capaz de mirar al mundo representado a través de leyes y valores
establecidos. Sin embargo, este sujeto
que ha creído ser libre frente al mundo, o bien ha quedado preso de la ilusión
de libertad que se le ha prometido y ha entrado a cumplir un papel específico
en el mecanismo establecido, o ha enfocado sus acciones a soñar con metas que
parecen totalizar sus aspiraciones, sin poder reconocerse así mismo en su
propia dimensión.
En medio de todas estas transformaciones han surgido
pensamientos como los de Nietzsche, Marx y Freud, en los cuales, cada uno desde
su campo de reflexión, ha planteado la posibilidad de un sujeto no atado al
discurso del amo, sea que éste se plantee desde el mito y los valores
religiosos y morales, desde los sistemas económicos y las ideologías que los
acompañan, o desde la ciencia y su pretensión de dar cuenta total de la psiquis
y de la condición humana. Este es un
sujeto que se sabe definido por las relaciones que habita; un sujeto activo,
situado a partir de su propio deseo, que busca no perderse en el anonimato de
la sociedad de masas; en la pasividad de las masas que se guían por el líder de
turno, en la protección que le brinda alguna institución, sea ésta la familia o
cualquier otra. Este es un sujeto
activo, consciente de sus acciones, consciente de su contingencia y
delimitación, que no encuentra definición sino en su interacción con el mundo[3].
Sin duda está estrechamente
limitado el tiempo de nuestra vida.
Contamos y vemos el número de nuestros años, pero ¿acaso un ojo moral
vio los años de los pueblos? Aunque el alma más allá del tiempo propio, te haga
vibrar el que anhela, tristemente te quedas tú en la fría orilla, junto a los
tuyos y no los conoces.[4]
Este nuevo entendimiento de un sujeto que se define en razón
a su pertenencia al mundo, a relaciones que definen su cualidad y textura, se
ha convertido en motivo fundamental del cuestionamiento y transformación de
diferentes instituciones, entre las cuales se puede mencionar como ilustración,
a la familia. Esta última, por ejemplo,
había desempeñado una importante función, en épocas anteriores, al habérsele
considerado como célula fundamental de la organización social, debido a su
papel como formadora del individuo en su infancia y adolescencia. La vinculación de la mujer al mundo laboral y
a la esfera de lo público, incluyendo en este término, la esfera de la cultura
y en general del conocimiento, ha hecho que se replanteen las funciones mismas
de la familia, y le ha posibilitado a la mujer, una reflexión sobre si misma,
su naturaleza y su lugar en la sociedad.
Esta reflexión la han venido adelantando diversas mujeres y grupos
feministas, desde la perspectiva de género, pero el cuestionamiento a las
instituciones establecidas, a los discursos dominantes, que se han considerado
únicos, ha tenido escenarios y protagonistas de diferente índole, permitiendo
que alimenten unos y otros de los desarrollos logrados. En ese sentido, cabe decir, que diversos
desarrollos de la filosofía, especialmente en la segunda mitad del siglo
veinte, han cuestionado el discurso único de la modernidad, derivado de una
concepción científica y tecnicista del mundo.
Y es importante anotar, que igualmente, el cuestionamiento que se ha
dado desde grupos sociales que habían estado marginados, por razones, de color,
de clase social, de origen étnico, de la esfera de la conducción de la sociedad
y del desarrollo del conocimiento, ha llevado a replantear prácticas y
creencias existentes.
Pero esta transformación, no solo se ha dado en las
instituciones y prácticas de los individuos, la ciudad como espacio contenedor
de todas estas manifestaciones, se ha transformado con ellas y ha adoptado
diferentes formas, bien porque el quehacer mismo de sus habitantes las impone,
o porque se ha visto sometida a intervenciones que tienen como base las nuevas
maneras de situarse en el mundo. En ese
proceso, algunas ciudades, apenas se han ajustado a los nuevos dictámenes
provenientes de las necesidades sociales y de producción, a las necesidades de
reproducción de sus habitantes; mientras otras se han ido configurando con
acciones provenientes de organismos administrativos y de gobierno, que las
entienden como un sistema que puede manipularse e imponérsele una manera de
funcionamiento. En estas ciudades se
nombran responsables que las estudien y definan sus espacios públicos y
privados, sus espacios para la producción y para el descanso; los espacios para
el gobierno, la administración y para la vivienda[5], aunque
podría decirse, que en la gran mayoría de los casos, lo previsto en esos planos
y planes proyectados, llegue a corresponder cabalmente con la acción que luego
se desarrolla en ellos. En la mayoría de
los casos, en esos espacios que se les diseña pensando en actividades
específicas, se desarrollan acciones que no habían estado programadas, que
quizás se intuyeron en el momento de proyectar, pero no pudieron ser nombradas,
pues ello solo puede darse en el momento de la acción, cuando un sujeto,
llevado por su deseo y provisto de su capacidad creativa, se propone darles
forma y los hace visibles.
Las acciones que se desarrollan a partir del surgimiento del
deseo, se valen de formas que quizás, siempre han existido, pero que no han
sido puestas de presente, o han estado definidas de otra manera por otros usos,
sin haber sido reconocidas en su múltiple posibilidad. Esto sucede cuando a la ciudad se le mira
solamente desde un solo punto de vista, cuando se le ve como un mecanismo, que
tiene un funcionamiento donde todo está definido, donde cada uno cumple su
papel; cuando se le considera como contenedora de pasados inmodificables, que
datan de una u otra época. Esto no
sucede cuando ella se mira como evento histórico, contenedor de acciones de sus
habitantes, quienes a su vez se le considera como sujetos conscientes de su
inconsciente, de su contingencia, de su carencia, de su tendencia a desaparecer
y de su posibilidad de crear[6].
Es desde este sujeto, provisto de esa
actitud, de estar en el mundo, que Lacan llama tachado, y su deseo[7].,
que aquí se quiere mirar la ciudad.
Desde ahí se quiere encontrar, recorrer e interactuar con sus
geometrías, para reconocerlas en una situación diferente, para que empiecen a
ocupar un espacio en el campo de lo nombrado, de lo simbólico; un espacio que
sea aceptado como el espacio de los encuentros que se producen a partir del
deseo y que pueden expresarse de una y mil maneras.
PARA TI MI AMOR
Fui al mercado de pájaros
Y compré pájaros
Para ti
amor mío
Fui al mercado de flores
Y compré flores
Para ti
amor mío
Fui al mercado de hierros
viejos
Y compré cadenas
Pesadas cadenas
Para ti
amor mío
Y después fui al mercado de
esclavos
Y te busqué
Pero no di contigo
amor mío[8]
Aquí el deseo no se entiende como una necesidad instintiva,
que debe ser satisfecha casi de manera automática, sino como aquello que surge
porque ya se ha identificado una carencia, porque se ha reconocido un límite,
porque se ha sentido la necesidad de otro.
El deseo está ligado a la identificación de un significante que se
comprende como indicador de un camino, como orientación, como insinuación para
obtener lo que no se tiene, como provocación para ir más allá. De esta manera, el deseo mismo se presenta
como agente, como motor para llevar adelante una acción. El deseo aparece para cada uno como
posibilidad de identificar un señuelo, como invitante a seleccionar un
significante particular, en medio del gran tesoro de significantes, en medio de
la gran masa de entes, de ese mundo que está afuera, que funciona como telón
lejano, en medio del desorden y el sin sentido, en medio de la lógica
establecida. El deseo lo acerca, en la
medida en que en medio de ellos distingue su resplandor, sus guiños, identifica
su ofrecimiento provocador, la tentación que invita a seguirlo; o sigue la
insinuación tímida que capta a través de algún estribillo, de un acto fallido o
un lapsus, como diría Freud[9].
HE VISTO A MUCHOS
He visto a uno que
se había sentado sobre el sombrero de otro
estaba pálido
temblaba
aguardaba
algo...quien sabe qué...
la guerra... el fin
del mundo...
no podía ni siquiera
hacer un gesto
o hablar
y el otro
el que buscaba “su”
sombrero estaba más pálido aún
y también temblaba
y se repetía sin
cesar:
mi sombreo... mi
sombrero...
y tenía ganas de
llorar.
He visto a uno que
leía los diarios
he visto a uno que
saludaba a la bandera
he visto a uno
vestido de negro
tenía reloj
cadena de reloj
monedero
la legión de honor
y quevedos.
He visto a uno que
arrastraba al hijo de la mano
y que gritaba...
He visto a uno con
un perro
he visto a uno con
bastón de estoque
he visto a uno que
lloraba
he visto a uno que
entraba en una iglesia
he visto a uno que
salía de ella...[10]
Lacan habla de ese señuelo en
términos de semblante y dice que el encuentro con él es propio de cada sujeto,
es parte de lo que lo hace singular; es una ventana para comprender su manera
de estar escindido, su hiancia, la presencia en él de su inconsciente. El deseo se convierte en posibilitador, en
mediador entre ese mundo que parece estar por fuera de cualquier sentido
propio, y el mundo cercano que se constituye a partir de ese afuera, de los
significantes seleccionados que se han encadenado convirtiéndose en posibilidad
de ruta. El deseo se ofrece como puente
entre dos orillas que se buscan enlazar, como posibilidad de acercar dos campos
para poder atravesar la fisura, aunque no logre cerrase nunca. El deseo si bien se prefigura a partir del
campo simbólico que le confiere límites y permite ser nombrado, y del
imaginario que le abre la posibilidad de horizonte y concatenación, va más allá
de ellos, pues desde él, se ofrece la esperanza de un espacio para la expresión
de lo real, del propio goce.
Si bien cada sujeto identifica semblantes que pueden
indicarle caminos para realizar diferentes aproximaciones a lo que constituye
su singularidad, a lo que le marca sus límites, a lo que le indica sus
posibilidades; un mismo significante puede ser identificado como semblante por
diferentes sujetos, sin que ello quiera decir que lo reconozcan de la misma
manera, que indique para todos el mismo sentido y que sea una amenaza para la
singularidad que cada uno posee. Por el
contrario, podría decirse, que esa identificación que cada uno hace, representa
la hendidura propia, el camino que ronda el vacío que atrae, que se rodea pero
que no puede llenarse y por ello es el estímulo permanente para la acción
creadora. Lo que ello indica es que ese
significante, en tanto es reconocido por diferentes sujetos, se ofrece para
ellos en punto de encuentro, en invitación a realizar un proyecto común; y en
ese sentido, se presenta como posibilidad de amistad, de amor, de
acompañamiento en un camino; como posibilidad de vínculo social. Solo en ese encuentro, en ese reconocimiento,
encuentra una ruta.
En esa identificación se prefigura la oportunidad de
constituir un grupo, o una pareja, alrededor de eso que indica, a sujetos
diferentes, una orientación, un horizonte, una posibilidad de construir un
mundo, en el sentido en que Heidegger lo entiende en "El Origen de la Obra
de Arte"
Mundo no es la mera
acumulación de las cosas presentes, numerables e innumerables, conocidas y
desconocidas. Pero mundo no es tampoco
un mundo imaginario representado para que se añada a la suma de lo
presente. El mundo mundeaa y es más
existente que lo palpable y perceptible en que creemos estar inclinados. El mundo no es nunca un objeto que esté ante
nosotros y pueda contemplarse. El mundo
es lo siempre inobjetivo a que estamos sometidos mientras los carriles de
nacimiento y muerte, bendición y maldición, nos tienen extasiados en el
ser. Donde se pronuncian las decisiones
esenciales de nuestra historia, tomadas y abandonadas por nosotros, negadas y
de nuevo formuladas, allí mundea el mundo. [11]
El mundo se define día a día, se construye con los
movimientos que en el se den, con los objetos que se tienen a la mano, que
están disponibles y cargados de sentido, con lo que puede conservarse en medio
de las transformaciones y los proyectos, que a veces hacen que ellos se
distancien y se conviertan en un telón lejano que ya casi ni se recuerda o que
se ha alejado totalmente, que ha sido de nuevo disuelto por la tierra, que con
su fuerza tiende a ocultarlo, como dice este autor.
CERCANÍAS
Los patios y su antigua certidumbre,
los patios cimentados
en la tierra y el cielo.
Las ventanas con reja
Desde la cual la calle
Se vuelve familiar como una lámpara.
Las alcobas profundas
Donde arde en quieta llamada la caoba
Y el espejo de tenues resplandores
Es como un remanso en la sombra.
Las encrucijadas oscuras
que lancean cuatro infinitas distancias
en arrabales de silencio.
He nombrado los sitios
Donde se desparrama la ternura
Y estoy solo y conmigo.[12]
En este encuentro se da la posibilidad de llevar a cabo un
proyecto común, que requiere, claro está, el darle forma a través de la acción
misma, el nombrarlo, el definir las etapas que permitan explorarlo, expandirlo,
y en esa medida se convierte en un nuevo significante, en representante de cada
sujeto. El proyecto que se plantea trae
a cada uno resonancias diferentes, habla a cada quien de lo que lo constituye,
de sus memorias, de sus dolores, de sus disfrutes y abre espacio para que el
goce se manifieste.
El surgimiento de un sujeto que
pueda nombrar su deseo y a partir de él encontrar las relaciones con otros,
surge con la modernidad, o a pesar de ella, como nueva posibilidad que
introduce una manera diferente de enfrentar lo cotidiano, de relacionarse consigo
mismo, y con el Otro. Ello implica que
la ciudad, para este nuevo sujeto, cobra otra dimensión a partir de su propia
manera de situarse en el mundo. Con esta
formulación, es posible tratar de continuar con el propósito inicial que se
planteaba en estas notas, como es el de prefigurar una imagen de ciudad donde
sea posible, que los deseos de sus habitantes tengan cabida, que puedan
convertirse en proyectos, que encuentren espacio para su desarrollo, no solo
físico, sino respaldado por lo institucional, en tanto se considere
constitutivo del ser humano. Esto quiere
decir que la ciudad debe contar con espacios que sean aceptados en lo poco
delineado del deseo en su surgimiento inicial, en la movilidad que conlleva su
puesta en escena, en tanto que solo se define, adquiere forma, a través de la
realización de los mismos proyectos. Al
introducir estos espacios, como posibilidad o como materialización, la imagen
de la ciudad, como expresión de las instituciones que rigen los intereses
colectivos y regulan el desarrollo del individuo, se transforma, ya que no se
piensa desde la instituciones concebidas como las poseedoras de normas
inamovibles e intransformables, sino desde las relaciones entre sujetos que se
encuentran a partir de sus deseos, en la identificación de un mismo
significante. Antes de mirar esta
ciudad, que aquí se quiere denominar como la ciudad de los deseos, es
conveniente detenerse en esa ciudad que parece no encontrar duna definición
diferente a la que le asignan las instituciones que la gobiernan y definen su
funcionamiento y desarrollo, esto es la ciudad del amo.
La
ciudad del amo
En un artículo anterior, “La ciudad de la ley del Goce” [13],
nos referimos a la ciudad que se mira desde el discurso de los amos en sus
diferentes manifestaciones, como aquella que organiza su sistema social a
partir de la creación de instituciones destinadas a encontrar normas
universales que permitan el control del goce, bien sea a través de la justicia
y su manera de implementarse o bien mediante la educación y sus pedagogías para
formar individuos que se ajusten a lo establecido, sin tener en cuenta las
reales posibilidades de los sujetos que la habitan. En ese artículo se hacía referencia al texto
de Freud, Totem y Tabú[14], en
el cual este autor narra que la luego de que los hombres asesinaron al padre
primordial, dueño de todas las mujeres, sintieron culpa y establecieron la
interdicción del goce a través de la ley del incesto. Con ese hecho, la civilidad se inauguró y
esta ley entró a reglamentar la vida cotidiana, al establecer una primera
prohibición entre las relaciones sexuales entre madre e hijo, y más tarde entre
padre e hijas y entre éstas y los hermanos, instaurando con ello un orden
social. Esta ley que ha pervivido a
través de la historia de la humanidad, tiene un efecto directo en la infancia
de cada sujeto, pues la sociedad occidental le ha asignado a la familia, la
función de hacerla cumplir en primera instancia, pero su presencia se extiende
y determina la organización social en la esfera de lo público, aunque ello no
surja de manera evidente. En este
ámbito, las diferentes instituciones continúan con la tarea de limitar el goce,
iniciada por la ley del incesto, en tanto su función es vigilar los valores colectivos
bien sean ellas instituciones políticas, religiosas, educativas u otras. La asimilación de las leyes y el sometimiento
del sujeto a su cumplimiento, requiere de todo un proceso de formación que se
inicia en la familia, y continua con la educación. Allí se busca que el sujeto se adapte a lo
establecido, que despersonalice lo más posible su acción, que acepte las
normas, que cuide del bien colectivo y que aspire a alcanzar los valores
teleológicos, de orden moral, que le garantizarían su más elevado desarrollo. Al ingresar a esta comunidad, el sujeto
comparte imaginarios, creencias, mitos de origen y de muerte, los cuales son
alimentados por las instituciones mismas, pues la lógica sobre la que se
soportan, parte de ellas.
En el artículo mencionado, hacíamos énfasis en que las
diferentes funciones de controlar el goce habían estado asignadas, por largos
períodos de la historia, a cada uno de los géneros de manera diferente, y que
esa asignación tenía una clara ubicación en espacios específicos de las
ciudades. Hasta la llegada de la modernidad,
y sobre todo, de su consolidación con la modernización, la gran mayoría de las
mujeres, tuvieron como espacio central de sus actividades, a la casa, y en ella
jugaron un importante papel en relación con hacer cumplir la interdicción
impuesta socialmente. La mujer, como
encargada de cuidar de los infantes, debería formarlos para buscar la
satisfacción de su goce sexual, en la esfera de lo social, por fuera de la
esfera familiar, de los afectos iniciales de la infancia, donde le estaba
definitivamente prohibido. La esfera de
lo público, durante ese mismo lapso, estuvo generalmente, en manos de los
hombres, encargados de afinar los sistemas educativos, de gobierno y
religiosos, que permitieran contar con individuos adecuados a cada régimen
establecido. El desarrollo de la
modernidad, abrió espacios para que la mujer saliera de la esfera privada de la
familia, donde cumplía su función, a la esfera pública, y empezara a compartir
con el hombre las directrices de la vida social. Es en la modernidad cuando ella entra
masivamente, a la esfera laboral, cuando se le acepta en establecimientos
públicos, cuando se le reconoce su posibilidad y derecho de participación en la
vida política, cuando le ha sido posible mirar su cuerpo por fuera de las
creencias que lo condenaban como portador del mal de la humanidad.
Estos hechos le han permitido pensarse a sí misma y a sus
posibilidades en la esfera que se le ofrece.
Su propia memoria, su relación con los aspectos corporales, su cercanía
con el mundo de la intimidad, han permitido que su participación en esta
esfera, le genere cuestionamientos que no solo le han puesto de presente su
papel y el del otro sexo en la organización de la sociedad, sino que han tenido
consecuencias sobre la misma organización social, al poner de presente la
inequidad en su participación en las esferas de lo público, la dificultad para
hacer valer su manera de orientarse en el mundo, que si bien puede acogerse a
la racionalidad que gobierna dichas esferas, requiere de espacios para la expresión
de sus sentimientos, para escuchar sus intuiciones, para atender a su propio
cuerpo, para introducir otras lógicas diferentes a las provenientes de la
racionalidad científica y tecnológica.
Quizás las actitudes que mujeres de diferentes lugares del mundo, han
ido adoptando, ejemplifican críticas que pensadores ya citados, como Nietzsche
o Freud, ya ponían de presente en el siglo diecinueve y a principios del
veinte; críticas que apuntaban al cuestionamiento de un mundo organizado
alrededor de saberes científicos que se habían considerado como portadores de
verdades absolutas, que pretendían explicar todos los aspectos de la vida. Y esa salida, también ha tenido incidencia en
la ciudad. Ella ha traído nuevas formas
o ha puesto de presente la necesidad de otras.
La ciudad organizada en torno a la ley del goce, se ha valido
de formas arquitectónicas que simbolizan las instituciones que la acompañan y
salvaguardan; de instituciones religiosas, de gobierno, de educación, cuya
existencia se genera a partir de vigilar al sujeto, de moldear su
comportamiento; de velar por el orden social, por salvaguardarlo de todo
aquello que pueda introducir el caos.
Estas formas urbanas y arquitectónicas, se organizan con base en jerarquías
establecidas, que se corresponden con geometrías de centralidad, de ejes
claramente definidos, de yuxtaposición y concatenación; que se materializan con
lenguajes hechos a partir de materiales y ornamentos, que se han cargado
simbólicamente a través de la historia; que se ven como contenedores de valores
éticos y morales que incluyen el orden, la libertad la igualdad, la
fraternidad, y que se exhiben como un llamado para lograrlos y reconocer su
presencia. Estos lenguajes recuerdan la
ley a seguir, el límite de la acción, la posibilidad de castigo, la posibilidad
de un retorno a lo informe, la manera como el otro existe.
EL CAMINO RECTO
De kilómetro en kilómetro
De año en año
Viejos de frente estrecha
Señalan a los niños el camino
Con ademán de cemento armado[15]
El control de la ley del goce lleva aparejado el control del
comportamiento de los sujetos, y ello tiene indicaciones en la organización
morfológica de la ciudad, en la determinación de espacios de uso público y de
uso privado. Esta organización responde
a diferentes paradigmas en cada una de las épocas históricas, pero en la
modernidad, es claro que la metáfora del mecanismo y su funcionamiento, siempre
está presente Los espacios de uso
público se conciben como aquellos que se ofrecen al encuentro de la comunidad
alrededor de los valores establecidos, sea para realizar actividades que les
permitan cumplir sus funciones, sea para reafirmar sus existencias; y los de
uso privado, se relacionan con los que tienen escritura pública a nombre de un
grupo de personas o de un individuo, a quienes o a quien, se les da derecho
pleno sobre el inmueble, claro está de acuerdo con las leyes colectivas,
previamente establecidas. Entre esos
bienes que se consideran privados, que pueden ser de diferente tipo, figuran
como ya se dijo, los espacios de la familia, que tienen la particularidad de
ser espacios para la intimidad, en tanto allí se permite, de alguna manera, la
distensión de sus moradores, claro está, bajo la responsabilidad de que no
afecte el orden establecido. Entre los
de uso público, figuran las calles, las plazas, los parques, los lugares por
donde se transita, los que se usan para el encuentro de quienes realizan alguna
actividad común. Pero estos, al igual
que los anteriores, también se ven invadidos por lo particular de quien los
recorre y los habita, de sus sueños y deseos.
Ambos, públicos y privados, se ven afectados por las características de
los sujetos que los moran.
La ciudad concebida y mirada, solamente, desde lo
institucional, es una ciudad compartimentada, reglamentada; sus espacios tienen
definiciones específicas. Se parte de
que el individuo asume comportamientos previstos, y por ello se cree que todo
puede manejarse desde la planificación.
Se parte de la idea de un individuo genérico que se desarrolla a través
de su vida de acuerdo con la trayectoria que socialmente se ha establecido, que
pasa por ciertas etapas que ya han sido definidas, y si ello no sucede, no es
porque no sea el ideal a seguir, sino porque hay algún obstáculo que lo impide,
sea de orden social, económico, político, cultural o físico. Desde ese conocimiento y teniendo presente
los modelos institucionales vigentes, se diseña la ciudad, y se espera que los
sujetos se adapten a ella. Es así como
se definen edificaciones para cada una de las instituciones públicas y privadas
y sus áreas de influencia, y también se definen edificaciones para que los
individuos y sus familias habiten; esto es áreas para la vivienda. Entre ellas se proyectan espacios para circular
entre unas y otras, pero también para la recreación y el descanso.
La ciudad de los deseos
Quizás en cada uno de esos espacios definidos previamente,
los sujetos encuentren lugares para la realización de su deseo. Quizás muchos de esos espacios que se
concibieron para actividades específicas institucionales o programadas por
instituciones para ser utilizadas en actividades recreativas, culturales o de
otro tipo, puedan ser tomados por los habitantes, pero aquí se quiere proponer
una ciudad donde sus mismas instituciones den cabida a un sujeto consciente de
su deseo, en los términos arriba planteados.
Un sujeto que pueda atreverse a llevar adelante sus proyectos, porque
hay espacio para ello; espacios que se redefinen con cada acción. Estos espacios a la vez que sirven de
receptáculo adquieren nuevas características con la acción misma, al igual que
el agua moldea la copa de una manera diferente a como lo hace el vino. Espacios cerrados o abiertos, mirados desde
el sujeto, se ofrecen como disponibles para que en ellos puedan suceder otros hechos
diferentes a los previstos institucionalmente.
La calle, la plaza, el parque, pueden convertirse en escenario de
encuentros temporales, al igual que los espacios de uso cultural o recreativo. Las calles, por ejemplo pueden adquirir
características estéticas diferentes de acuerdo a lo que en ellas ocurra, de
acuerdo a como se les mire.
La mirada de cada uno de los espacios que configuran la
ciudad, a partir del sujeto y su deseo, cobran otra dimensión. Ellos aparecen como espacios moldeables, para
darles forma; espacios para ser redefinidos por los que en ellos suceda;
espacios que invitan a ser utilizados de acuerdo con el proyecto a realizar;
espacios cuya función es la de permitir la realización de múltiples deseos. Estos espacios implican otras actitudes, se
ven tomados por improvisaciones, por lo que no se esperaba, por lo que rompe la
rutina y la cotidianidad. Acciones que
tienen diferentes duraciones, intensidades, cualidades y texturas, que
confieren, por la duración que las acompañe, por la clase de acción que se
realice, un especial carácter a ese lugar, llenándolo de memoria y
confiriéndole sentido. Pero no son sólo
los espacios abiertos, como la calle, los parques, las plazas, las que pueden
ser tomados por acciones no previstas, también los espacios cerrados,
especialmente los de casa, que parecería ya estar definidos de antemano. Estos espacios en los que se espera que sus
habitantes distensionen sus almas y sus cuerpos, pueden verse tomados de repente,
por sentimientos no esperados, por sueños, aburrimientos o cualquier otro
aspecto, que requiere de la intimidad para manifestarse. No pueden dejar de nombrarse a este respecto,
las formas que adquieren, cuando la mirada poética los toma como tema.
UN
PATIO
Con
la tarde
Se
cansaron los dos o tres colores del patio.
Esta
noche, la luna, el claro círculo,
No
domina su espacio.
Patio,
cielo encauzado.
El
patio es el declive
Por
el cual se derrama el cielo en la casa.
Serena,
La
eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
Grato
es vivir en la amistad oscura
De un
zaguán, de una parra y de un aljibe.[16]
Cuando se plantea que la ciudad debe contar con espacios que se moldeen
de acuerdo con el deseo de los sujetos, la ciudad pierde la compartimentación
dada por la ciudad de las instituciones.
Ya no se contraponen el espacio de las instituciones como espacio de lo
público, con el espacio de lo privado, y más aún con el espacio de lo íntimo;
sino que unos y otros, espacios íntimos, privados y públicos se ven afectados
por la necesidad de acoger el deseo de los sujetos que los habitan, se ven
abocados a compartir su existencia con lo informe, con lo que cobra forma con
cada proyecto que se proponga, en cada mirada.
Esta manera de pensar la ciudad, exige de un campo simbólico que les de
cabida, de instituciones que tengan la capacidad de respaldar dichas acciones,
que comprendan la necesidad de ellas para el ser humano y les permitan cobrar
forma, de tal manera que se propicie el desarrollo de la singularidad del
sujeto, en las características y temporalidad propia de cada proyecto, con la
movilidad que le sea propia.
En este tipo de ciudad no se parte de un individuo en abstracto, sino
de un individuo que se reconoce como sujeto a partir de la mirada del otro, a
partir de poder encontrar caminos que puede recorrer en compañía de otro o de
otros. Con esta afirmación se está dando
pie para decir que el deseo requiere de mas de uno, que puede manifestarse en
el amor que se siente por otro, en los anhelos de compartir la vida con otro,
en el encuentro de intereses comunes alrededor de un proyecto, de un horizonte
que se vislumbra, de una posibilidad de dirección. La ciudad entendida de esta manera, requiere,
como ya se dijo, no solo de espacios físicos, sino de espacios respaldados en
lo institucional, que sean aceptados en lo informe que les es propio; informe,
en tanto promesa de algo por alcanzar, que posee la movilidad y flexibilidad
para lograrse. Esto hace pensar que si
bien en la ciudad, las instituciones se pueden encontrar con sus correspondientes
edificaciones dedicadas al gobierno, a la educación, a los rituales religiosas,
o a otras, también deberían encontrarse espacios que las mismas instituciones
propicien, pero cuyo uso no esté claramente definido, sino que se pueda definir
a través de las actividades que en ellos se realicen, y en el proceso que éstas
generen. Estos espacios, se conciben con
una mayor flexibilidad de uso, en tanto en ellos se da el encuentro entre
sujetos a partir de deseos específicos.
La casa como encuentro del deseo de dos
Como se dijo anteriormente, los proyectos que surgen, necesariamente
son de diferente tipo, en tanto los encuentros también pueden ser de diferentes
características. Podría ejemplificarse
deteniéndose en el espacio que surge cuando el proyecto que se quiere llevar
adelante es de dos que se han identificado uno y otro como significante, para
compartirse mutuamente. Cuando se da el
encuentro de los deseos de dos; de creer que hay la posibilidad de una vida
común, de un proyecto común de la pareja, el destinado a lo que se concibe como
la realización del amor. La modernidad
parecería que propiciara este encuentro, que los sujetos se unan a partir de
los deseos y no de compromisos familiares o de cualquier otra índole
institucional. La realización de ese
encuentro se da generalmente, en el espacio que se conoce como casa, sea esta
de cualquier tipo o tamaño, de alquiler o propia; lo que importa es que es el
espacio que se ofrece como el lugar del encuentro de la intimidad de dos
generada a partir de haber reconocido la presencia del amor, y a partir de
éste, la del goce sexual, la procreación; un patrimonio. La casa, como se dijo anteriormente, está
vinculada a las instituciones, en tanto que es desde allí, de donde se imparten
las primeras normas sobre el control del goce, sobre el encaminamiento de un
sujeto a la vida social, pero es en ella donde también se da, la posibilidad de
la intimidad, sea solo o con otro.
Desde la mirada institucional de la ciudad, la sucesión de casas,
conforman lo que se conoce como área residencial. A estos espacios de la ciudad, al mirarlos
desde un modelo social en abstracto, donde se parte de la homogeneización de
comportamientos, o desde una mera referencia de estrato socio-económico, se les
identifica como una masa homogénea que permite a urbanistas y planificadores,
definir líneas de desarrollo y dar un orden a las actividades a realizar. Sin embargo, es sabido de todos, que si bien
la casa se reconoce como lugar de la institución familiar, donde un grupo de personas
comparte la vida, es también el lugar donde, de una manera más clara, se da
salida al goce y a su realización. La
casa en esa medida, se convierte en el espacio de la intimidad.
A través de la historia, la casa ha sido habitada de muy diferentes maneras;
la casa de la primera modernidad no es la misma que la casa de la segunda mitad
del siglo veinte. En esta última casa,
la madre ya ha salido, pues la modernización así lo ha indicado. La mujer se ha vinculado al trabajo, y con
ella muchas de las funciones que constituían la casa han salido de ella. Con la salida de la mujer salen muchas de las
funciones que en ella se daban. Sale el
nacimiento a los hospitales y puestos de salud, en busca de mejor atención
médica, en busca de mejores condiciones higiénicas y de salud. La casa, se libera, entonces del primer
llanto del que acaba de nacer, ya no se ensuciará de sangre. Salen las celebraciones: los bautizos, las primeras comuniones, los
matrimonios se celebran por fuera de ella, en clubes sociales, en casas
comunales, en parques. Sale la muerte en
carro fúnebre, a la sala de velación. De
esta manera la casa no oye los llantos, no se impregna de dolor, ni de malos
olores. La casa se protege de la
muerte. Otras funciones que daban
sentido a la vida familiar, y que en muchas culturas representaban un ritual
que recordaba su función y la necesidad de permanecer, también encuentran otros
lugares para desarrollarse. La comida,
lo que implica su cocción, como la necesidad de reunirse para comer en familia,
son actividades que salen de la casa, que empiezan a realizarse por fuera de
ella, en restaurantes, entre amigos o solo, sin una clara hora para hacerlo,
dejando de lado el ritual y lo que ello simboliza.
¿Qué queda entonces de la casa en la actualidad? Este espacio parece haber quedado libre de
sus funciones sociales y se presenta despojado de compromisos
institucionales. Por todo esto,
parecería que la casa, en el momento actual, ha quedado solo para la
intimidad. Ella se ofrece como la
primera morada para un proyecto de pareja, para dos que han intuido que pueden
compartir sus vidas incluyendo sus cuerpos, que pueden a través del uno y del
otro poner de presente su goce, dejar que lo real que los constituye, aflore. El deseo, en este caso, toma la forma del
amor, y desde él, como exorcizando lo que implica, se abren espacios o
simplemente ranuras para que el goce haga alguna manifestación. La casa se presenta como espacio a moldear,
como perspectiva a darle forma, con lo que estos sujetos realicen, con la
manera como establezcan sus conexiones.
La casa se empieza a habitar acompañada de los mundos simbólicos e
imaginarios que acompañan a los que la habitan.
Allí entran como estímulo y posibilidad de materializar sueños, ideales
de infancia o adolescencia.
La casa que se habita cuando se inicia una vida como adultos, dueños de
la sexualidad, cuando el deseo lleva a dos a configurar un espacio, sea éste
una pequeña habitación o una gran mansión, se habita, desde el primer momento
por los fantasmas de cada uno. Los
recuerdos de infancia la invaden, al igual que los comportamientos de los
mayores que se ofrecieron como modelos.
Todo ello en medio de la intimidad que se ofrece para ser
compartida. La intimidad se llena de
gestos apenas conocidos, o recordados; de maneras de decir que traen la memoria
de alguien que en algún momento indicó un camino. La casa se ofrece para ser llenada de
temores, de inseguridades, de sueños y de esperanzas.
Empezar a llenar el espacio de la intimidad implica traer de muchos
lados. Recoger del ayer una serie de
imágenes que regresan como fragmentos, que se desplazan y materializan en
objetos que se cuelgan en la pared, o se colocan en algún mueble, en cada uno
de los objetos que se seleccionan para acompañar el lugar, que traen memorias o
proyectan sueños de lo que se quiere alcanzar.
Una imagen que se enmarca, porque da referencia y continuidad, porque
pone de presente una manera de hacer y de ser, porque da un límite. Cada espacio se llena de saberes aprendidos y
de otros que se descubren como aprendidos, solo en el momento de habitar. En los armarios se cuelga la ropa y se dobla
de la manera como fue enseñado. En la
cocina se cuece la comida buscando sabores conocidos, que dieron protección y
placer, que ahora se repiten como vínculo, como agradecimiento, como
consagración del proyecto que va a emprenderse.
La cama se hace como se hacia en la casa de origen, solo que ahora es
mas grande y las sábanas son para dos.
La almohada será testigo de los secretos de dos.
Esa primera casa se hace con símbolos recogidos en una y otra parte,
con cuerpos que apenas comienzan a hablar y a encontrar un lenguaje propio, a
configurar un espacio de encuentro, donde los límites entre uno y otro se
sienten a veces perdidos. Espacio donde los imaginarios construidos a través
del tiempo sueñan con volverse realidad, donde lo real puede ponerse más
claramente de presente. La casa es
amparada por la estructura simbólica como ese espacio para la intimidad, como
ese espacio que ofrece una pausa en el mundo de lo establecido, de lo
laboral. Mas allá de ser una unidad en
medio de una masa homogénea que se denomina residencial es un mundo que le da
vida a la ciudad donde se encuentra, que contiene los sueños y dolores, de dos
que se plantean una vida en común.
Para concluir
La ciudad vista desde los sujetos configurados por su inconsciente, de
los sujetos que se saben carentes y manifiestan su deseo, hace que aparezca con
otro colorido, que la geometría que la configura, sus espacios abiertos, sus
rincones, sus espacios cerrados, sean mirados como posibilidad de realización,
que se conciban como espacios del hacer y para hacer, par ser redefinidos por
una vida que se sabe contingente, que se defina en los límites que les son
propios. Esta manera de mirar la ciudad
propone diferentes mapas, a veces ellos tienen una corta vigencia, a veces las
líneas con las que se los dibuja son livianas y otras veces, son pesadas, a
veces denotan que fueron trazadas rápidamente y otras ponen de presente, un paso
lento. Espacios del deseo, que se
construyen paso a paso, a modo de tejido; que se llenan y se vacían. La ciudad se vuelve móvil, se vive y se mira
ligada al deseo, al amor, al proyecto, y al tiempo que les es propio, con sus
memorias, por las huellas dejadas por el cuerpo, por las materializaciones
logradas.
Esta ciudad requiere de un campo simbólico que permita que esto suceda,
sin temor a desvanecerse, de instituciones que respalden al sujeto y le
permitan sus proyectos, del reconocimiento del Otro como el que despierta lo
propio, como posibilitador de un camino.
Esta ciudad requiere no dejar ocultar ese sujeto desprendido y contenido
en el mundo, provisto de capacidad creativa y crítica. Esto requiere de más de uno.
[1]
. Las visiones del mundo se están
considerando en este texto, en relación con los planteamientos de Stephen
Pepper en “World Hipótesis”. University of California Press. Los Angeles, 1970. Aunque ambas visiones se dan en la
modernidad, cada una introduce modelos diferentes para visualizar el mundo y
ubicar el lugar desde donde se aproxima a él el sujeto. Estas visiones tienen claras incidencias en
la organización de la sociedad en sus diferentes niveles, sea éste, político,
económico, social, cultural.
[2]. Heidegger, Martín. “La Epoca de la Imagen del Mundo” en Sendas
Perdidas. Eitorial Losada, SA. Buenos Aires, 1960, pp. 83-84.
[3] Este
sujeto estaría orientado por su deseo, como lo plantea Lacan, cuando se refiere
al discurso del análisis. Ver Lacan,
Jaqcques, AUN, seminario 20, Piados, Buenos Aires, Barcelona, 1981.
[4]
. Esta cita de Horderlin, la trae
Heidegger en el texto citado anteriormente.
Ibid, p. 85.
[5]
. Este tipo de ciudad, ha tenido como
referencia, a la ciudad que se denomina racionalista, la cual fue definida en
la reunión de1 Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna, de 1933, en
la llamada, Carta de Atenas.
[6]
. a propósito del tema planteado, vale
la pena examinar el libro de Juan Carlos Pérgolis donde plantea la posibilidad de leer la
ciudad desde el deseo de sus habitantes.
[7] Aquí se está haciendo referencia
especialmente a Lacan, Jacques, El Reverso de Psicoanlisis, Seminario 17,
Piados, Buenos Aires, 1992. Y Lacan,
Jacques, AUN, ibid..
[8] Prevert, Jacques, “Para ti mi amor “ en Palabras,
Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, Julio de 1971, p. 45.
[9] Ver, Freud, Sigmund, Psicopatología de la
Vida Cotidiana, en Obras Completas, Volumen I, Ediciones Biblioteca Nueva,
Madrid, 1968, pp. 629-770.
[11] Heidegger, Martin “El Origen de la Obra de
Arte” en Sendas Perdidas, Editorial Losada S.A, Buenos Aires, 1960, pp. 36-37.
[12] Borges, Jorge Luis, “Cercanías” en Obra
Poética 1923/1985, Emecé Editores, Buenos Aires, 1998. p. 52.
[13]
. García Moreno, Beatriz, "La
Ciudad de la Ley del Goce" en La ciudad: Hábitat de diversidad y
complejidad, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Artes,
Unibiblos, Bogotá, abril de 2000. pp. 250 - 260.
[15] .
Prévert, Jacques, ibid. p. 127
[16]
Borges, Jorge, ibid. p.28.
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