domingo, 17 de mayo de 2020

El cuerpo habló distinto, dolió, duele, propone


Beatriz García Moreno

El cuerpo habló,
se sintió, hizo presencia, se impuso.
Un cuerpo cansado que mostró poca resistencia a los viajes,
que ya no puede correr como antes,
que no puede moverse como solía hacerlo.
La parte baja de la espalda
–entre la cintura y el coxis- duele,
dolió, aún duele- no respondió
a la señal de ponerse en pie;
olvidó el movimiento automatizado desde un tiempo sin comienzo.
Al levantarse se desencajó por la cintura,
el torso por un lado y la pelvis por otro.
Cada uno con un tiempo diferente,
cada uno sin poder reconocer al otro.
Se levantó, trató de enderezarse y no pudo.
Tuvo que esperar que cada músculo,
que cada hueso, ¡qué se yo!
se acomodara y encontrara su lugar.

Las huellas del tiempo se manifestaron,
y una nueva atención se impuso.
El cuerpo me acompaña, me ha acompañado siempre,
Tengo un cuerpo,
Lo siento más que antes,
¿mejor? ¿peor?, de otra manera.
Ese cuerpo que tuvo una historia de controles
ahora grita y no alcanzo a entender su lenguaje,
quizás quiera brotar a sus anchas.

Quiso llenarse de otro, sorberlo, chuparlo
y debió contenerse;
quiso soltar libremente sus restos
y encontró límites para hacerlo;
quiso verse bello, completo
y necesitó de otros para que lo reconocieran
y le ayudaran con su palabra y amor
a disimular su incompletud.
Se llenó de adornos y perfumes aprendidos
en rituales que se volvieron cotidianos,
y que, como muletas,
le dieron cierto apoyo en sus andares.

Ese cuerpo que intercalaba el correr y el brincar
con momentos que lo sumían en un recogimiento,
que lo llevaban a situarse sobre sí mismo,
en un espacio de largos silencios
sobre la baldosa fría de la casa de infancia,
ahora irrumpía sin control.
Ese cuerpo del que la sangre brotó como enigma
de una fuente hasta entonces desconocida,
que le impuso ritmo y le ofreció otro horizonte,
ahora dolía.
Sus formas cambiaron por encima de cualquier voluntad,
más allá de cualquier elucubración.

El cuerpo invadido de deseo,
sobrepasado por un goce que no conocía,
que sucumbía ante la mirada del Otro,
y se embrollaba ante su demanda,
sin saber cómo hacer,
perdió su formas infantiles
y adquirió otras que albergaban el deseo
y la posibilidad de habitar
y ser habitado.

Ese cuerpo ya no responde de ese modo.
La lozanía se ha ido,
la piel ha perdido firmeza,
los músculos se han ablandado y han empezado a caer
los surcos se han profundizado,
las ojeras se han pronunciado
mientras enmarcan unos ojos que no brillan como antes;
la nariz y las orejas han crecido.
El espejo devuelve su imagen.
Luego de la operación de cataratas,
el envejecimiento que no perdona,
se muestra por doquier.

Las formas juveniles que se conservaron
con cierta pulcritud durante al menos media centuria,
se han vuelto anárquicas,
no se dejan acomodar como quisiera.
Definitivamente, la imagen se ha resquebrajado,
ya es mirado de otro modo.
Ese cuerpo anárquico que se potenció en
concavidades amplias que fueron morada y alimento
para otros, ahora se apaga.

Ese cuerpo marcado por el amor,
penetrado, rasgado, ampliado,
ahora impone otra palabra.
los dolores lo doblegan,
como si lo real se impusiera sin compasión alguna.
No parecen ser dolores previos a un florecimiento,
son dolores profundos que prometen
no irse, que apenas se silencian por un rato,
para irrumpir de nuevo.
Dolores que parecen encontrar raíces en la tierra misma
que hace presencia como queriendo reabsorberlo de nuevo.

Pero hay resistencias,
médicos, ejercicios, terapias, proyectos,
vida, algo que no cesa de buscarse.
El tiempo se ha apoderado de cada una de sus partes,
lo ofrece fragmentado.
Los pies se hinchan, se llenan de heridas,
las piernas se niegan al movimiento,
la cintura se niega a sostener la columna,
los hombros no resisten el peso del tiempo.
Se agachan.
Los ojos no ven con claridad,
los oídos apenas escuchan.

Y en medio de la atención puesta en cada dolor,
un nuevo horizonte se descubre
porque cada miembro afectado
recuerda las escrituras que contiene, la letra que itera.
Parece que hay alivio cuando recupera los escritos
de su carne, cuando los descifra o
simplemente los reconoce y los acoge
para construir con sus retazos un nuevo collage.
Una nueva aventura se ofrece,
cambiar sus dolores por palabras, por imágenes,
por diálogos que nunca se dieron,
por disfrutes, llantos y sonrisas silenciosas.

¿Descifrar su nuevas señas
o hacer un poema con sus restos?


Bogotá, julio 8 de 2015

La ciudad del post Conflicto. Algunos temas a considerar



Beatriz García Moreno

Argumento

La ciudad del post conflicto requiere de su refundación. Se trata de pensar, planificar y actuar en la ciudad luego de una guerra de más de sesenta años que está próxima a encontrar un acuerdo de paz que requiere de la reconstrucción de todo el territorio nacional, de sus ciudades grandes y pequeñas. Ellas, en sus diferentes jerarquías y dimensiones, han sido escenarios de las diversas manifestaciones políticas y sociales del conflicto armado y de la violencia desatada con el narcotráfico, y se han convertido en receptoras principales del desplazamiento forzado con sus consecuencias en una hábitat que no acaba de consolidarse, que no cesa de presentarlas en estado de emergencia, carentes de memoria, de utopía, de mecanismos que atiendan las necesidades fundamentales, y de espacios públicos, privados e íntimos que le permitan a los habitantes fungir como sujetos de derecho de deseo y de goce.
La ciudad es el espacio por excelencia donde confluyen lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual, la sociedad con sus instituciones y los sujetos con sus deseos y goces. En esta convergencia se presentan tensiones y desencuentros de diferentes tipos que se manifiestan en su forma física, en los modos de gobierno que la orientan y regulan, en las ideas que guían sus planes y desarrollos, y en los modos como los habitantes la apropian en su diario vivir. La ciudad pone en escena saberes, éticas y estéticas.
En la escena de la ciudad, las instituciones y sus arquitecturas, cada una con la concreción y materialización que le corresponde, dan cuenta de las visiones de mundo que han sido dominantes en cada uno de los momentos de su historia, y de los discursos del lazo social que ponen en acción poderes de una u otra clase, saberes acumulados establecidos que se reactualizan, y habitantes- sujetos que se la apropian a partir de éticas singulares, que implican poder, saber y goce.
Desde esta perspectiva, se proponen cuatro direcciones para la refundación de la ciudad del postconflicto. Cada una de ellas hace alusión a su manifestación fisica, a las visiones de mundo que la acompañan, y al discurso de un lazo social que permita un manejo de la relación instituciones y habitantes en su calidad de sujetos de derecho, de deseo y de goce.
La primera, a partir de los mitos que acompañan su fundación, que se encuentran escritos en sus trazas e instituciones fundacionales, que hacen referencia al acto y acompañaron el deseo de fundación, y también a las fundaciones anteriores que no se tuvieron en cuenta, y a las posteriores ligadas a cambios paradigmáticos que han introducido otros lazos sociales con sus manejos del poder, sus relaciones con el saber y la producción, y con los deseos y goces allí envueltos.
La segunda, es la ciudad de la utopía, que requiere de una visión de futuro que sirva de guía a los nuevos desarrollos. Esta visión recoge utopías ya existentes para reformularlas en función de los nuevos lazos sociales a construir que implica un replanteamiento entre las instituciones y los habitantes- sujetos, con sus necesidades, demandas y deseos.
La tercera, a partir de la ciudad y sus mecanismos, esto es la ciudad y su funcionamiento. En este sentido se atiende la ciudad pensada para resolver las necesidad ligadas al habitar en comunidad de sus habitantes y de las instituciones que garanticen el orden para que ello suceda. La ciudad tendría que dar respuesta a temas relacionados con su administración, con el habitar mismo, con el desempeño laboral, con la movilidad vehicular y peatonal, y con la recreación, intercalando los nuevos desarrollos con la ciudad existente, su memoria y sus historia.
La cuarta, es la ciudad de los deseos, que es la que se construye en la vida cotidiana de los sujetos que buscan conducir sus acciones con propósitos que les permitan sus realización, pero también su disfrute y su goce con las alegrías y sufrimientos que le son propias al paso por la vida. Se trata de una ciudad de sujetos que requieren del espacios y contención para que su deseo fluya.
Las fuentes en la que se ha construido este planteamiento provienen de diferentes disciplinas y saberes: para el desarrollo a partir de las visiones de mundo, la guía ha sido el libro de Stephen Pepper, World Hypotheses (1972) que presenta los principales desarrollos del pensamiento occidental a partir de cuatro metáforas, la forma, el mecanismo, el organismo y el evento histórico, que funcionan a la manera de visiones de mundo, con sus postulados, sus categorías, sus argumentaciones y criterios de verdad, como formismo, mecanicismo, organicismo y contextualismo.
Para afrontar el tema de los discursos del lazo social, que implican reconocer el campo de la ética como constitutivo fundamental de la ciudad, la orientación es el pensamiento de Jacques Lacan presentado de manera precisa en su Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, (1967) en el cual este autor presenta los discursos del alzo social a partir de cuatro combinatorias entre un sujeto atravesado por su deseo y su goce que tiene que vérselas con amos, trabajo, productos y goces. Los discursos propuestos son el del amo o del gobernar, el de la ciencia moderna encarnada en el saber universitario, el de la histeria o de lso semblantes y el del deseo y el goce que apunta al centramiento mismo del sujeto.
Para abordar la ciudad se han tomado cuatro momentos de la ciudad que han implicado su redefinición y podría decirse, su refundación. Ello son: la ciudad fundacional de la Colonia con su dependencia de la Corona Española y de la Iglesia Católica; la ciudad republicana que requirió de la Independencia de España e implicó la implantación de la República; la Ciudad de la explosión urbana, que se desata con presionada por los procesos socio políticos y económicos que ha vivido el país, sometida a procesos de industrialización y de violencia política que ha requerido reacomodarse a marchas forzadas atravesada por la planificación urbana y la ciudad de los deseos que implica la participación de los habitantes somos sujetos de deseo y de goce.

Nota: Para algunos temas relacionados con la conferencia, consultar el blog de Beatriz García Moreno.


Beatriz García Moreno: Arquitecta de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de
Colombia, Medellín 1974. Ph.D en Arquitectura, Georgia Institute of Technology 1992. Merecedora de la Beca Thinker para Investigación sobre América latina, otorgada por el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Pittsburgh (1981-1982). Profesora de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad Javeriana, e invitada a otras Universidades nacionales e internacionales. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis de Bogotá. Entre sus publicaciones figuran: el libro “La Imagen de la Ciudad en las Artes y en los Medios (Unibiblos, 2000) del cual es autora y compiladora, el libro “Ciudad, Universidad, Universitarios, el vecindarios de la calle 45 en Bogotá” (Editorial Javeriana 2007), y el libro “Arturo Robledo, la arquitectura como modo de vida” (Instituto Distrital de Patrimonio Cultural y Universidad Nacional, 2010), además de diferentes artículos sobre la ciudad y la arquitectura en Colombia y América Latina













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viernes, 14 de junio de 2013

La ciudad vista como galería de goces


La ciudad vista como galería de goces
Beatriz García Moreno
Arquitecta, PhD
Profesora, Doctorado en Arte y Arquitectura
Universidad Nacional de Colombia


Nunca me resisto a echar una mirada, si no universalmente simpática sí al menos curiosa, sobre la muchedumbre de parias que se apretujan en torno al recinto de un concierto público.  La orquesta lanza a través de la noche canciones de fiesta, de triunfo o de voluptuosidad.  Los vestidos se arrastran relucientes; se cruzan las miradas; los ociosos, cansados e no hacer nada, se contonean, fingiendo degustar indolentemente la música.  Nada hay que no sea rico, feliz; nada hay que no respire y que no inspire la despreocupación y el placer de dejarse vivir; nada, como no sea el aspecto de esa turba que se apoya, allá en el exterior, recogiendo gratis el capricho del viento, jirones de música y contemplando el deslumbrante horno interior
Charles Baudelaire [i].

            Con el título ¨La ciudad, como galería de goces¨ me propongo hacer alusión a la ciudad expuesta no solo en su arquitectura sino en sus gentes con sus prácticas y nombres dados a esas prácticas.  Es la ciudad que se ofrece para  ser contemplada a la manera de una exposición en una galería de arte que se visita para dialogar e interactuar con las obras u objetos, significantes, símbolos que en ella se muestran.  Las características de la ciudad como lugar de exposiciones son innumerables, pues en ella hay un sin número de eventos que podrían ser observados, algunos de ellos, como su arquitectura, de carácter  más permanente, otros, como las prácticas de sus habitantes en sus calles, plazas, parques, más transitorios y efímeros.  La ciudad constituye a cada uno de sus habitantes, lo integra en su espacialidad y a la vez le sirve de espejo que le retorna su imagen de maneras diferentes, con identificaciones que le producen agrados y desagrados, con ambivalencias que lo llevan a actuar e interactuar de una manera u otra, con rechazos y angustias que lo llevan en algunas ocasiones a querer salirse de ese espejo.  Los eventos expuestos en la ciudad en los quiero detenerme, se refieren a una serie de personajes y grupos humanos en prácticas diversas, que aparecen en el espacio público y han sido nominados y caracterizados por algunos escritores desde la literatura, por investigadores sociales y  psicoanalistas.

Cuando en el título digo ‘galería de goces’, me refiero a que aquello en lo que quiero detenerme es en mirar al habitante como un sujeto constituido, entre otros aspectos, por su goce, como lo propone el psicoanálisis, un sujeto que en cada una de las prácticas que realiza se expone al otro para ser mirado en sus movimientos, fantaseado, deseado o ignorado.  Freud en sus escritos, habla de un sujeto de deseo, que está en búsqueda permanente, y esa búsqueda le da orientación a su ‘ser y estar en el mundo’ y podríamos decir a ‘su hacer su vida’.  No se trata de un sujeto de necesidades instintuales que se satisfacen con un objeto específico que adquiere, sino de un sujeto de pulsiones que buscan satisfacción a toda costa, de un sujeto en falta, que tiene que poder integrarse con su deseo, a una sociedad e interactuar con ella en los campos simbólicos e imaginarios que la constituyan, como es su arquitectura, y además soportar sus propias imposibilidades e impotencias.  Pero a la vez, y esto lo va a enfatizar Lacan, es un sujeto de goce, esto quiere decir que en cada uno de sus actos está incluido su cuerpo erotizado, sexuado, cuyas pulsiones buscan satisfacción, más allá, como dice Freud, del principio del placer, más allá del principio de realidad[ii].  Ese goce decimos, se detecta en sus acciones, gestos y movimientos y puede que también se encuentre alguna pista en el nombre con el que se le llama[iii].

Con las aclaraciones anteriores, propongo mirar la ciudad como una galería de personajes y grupos que han alcanzado una nominación en la cual hay referencias a los goces en los que están atrapados.  Se trata de mirar esos goces expuestos en el espacio del afuera, en el que llamamos público, el de las calles, parques y plazas; de tratar de identificar las pulsiones que invaden y orientan las prácticas de los habitantes de tal manera que el cuerpo se incluye y conduce a  acciones diversas, a diferentes experiencias urbanas.  Con esta indagación espero poder abrir un camino que permita encontrar voces de mando que guían sus andares, lógicas que estén en juego en la manera de nombrarse, de presentarse, de apropiarse de los espacios, de insertarse en la multitud; poner en palabras orientaciones que gobiernan sus movimientos, sus ausencias y presencias.   Debo decir que lo que presento es una investigación en curso[iv] y una invitación para continuar con el desarrollo del tema.  Presentaré un esbozo de un camino que considero se abre para indagar en nuestras ciudades, que se asimilan en tanto en todas podemos encontrar los habitantes que recorren sus calles y se exponen a la mirada de quien los observa y a la vez tiene sus propias características.

Para iniciar la indagación, partiré de señalar algunos personajes que han sido tipificados y nombrados por algunos escritores de la literatura de la ciudad del siglo XIX, en medio de la reciente aparición de los fenómenos de las multitudes y la masificación y de la desaparición en ellas, del sujeto.  Me refiero a autores como Charles Baudelaire y Edgar Allan Poe que detuvieron su mirada en la multitud de la ciudad del siglo diecinueve, cuando apareció la ciudad industrial que sentó bases para la ciudad del siglo veinte que  aún son vigentes, y encontraron personajes que no solo dejaron ver su individualidad, sino su manera de estar, de hablar, de moverse en medio de la muchedumbre.  Como camino metodológico, me refiero, de manera especial, a la propuesta que hace Walter Benjamín[v] cuando en su búsqueda por entender la ciudad, indaga en estos autores y se detiene en los personajes que ellos encontraron y nombraron cuando miraron y se metieron en medio de la multitud.  Los autores mencionados lograron caracterizar algunos personajes cuyos comportamientos y prácticas urbanas dan cuenta de habitantes de la calle atrapados en su propio goce, alimentados por la multitud misma y expuestos a la mirada del poeta que tiene la capacidad de narrarlos, de convertirlos en pista para pensar lo que en ella sucede.  Con las miradas de estos escritores y con las nominaciones que proponen, la masa humana que circula por las calles y parece ser impenetrable y homogénea, se disuelve y descompone en un sin número de personajes, que se ofrecen para ser reconocidos en sus gestos y movimientos, en su pertenencia a uno u otro grupo, en sus propios mundos.

Cuando Benjamin, desde el primer tercio del siglo veinte, vuelve sobre la ciudad industrial del siglo XIX, particularmente sobre París, lo hace de la mano de Marx, Freud y Proust.   Cada uno de ellos le ofrece la posibilidad de abordarla desde una situación diferente.  Marx le indica el camino para reconocer en la multitud el grupo de los explotados por el capital, esa masa humana que realiza el trabajo abstracto, mientras exhibe su condición de explotación, de deshecho, su aniquilamiento como sujetos, debido a sus pertenencia a  una economía cuya lógica se encuentra en la sobrevaloración de producción y el intercambio de mercancías más allá de la valoración del mismo ser humano.  A este grupo lo denomina ‘proletariado’; le enseña sobre la automatización en la que es sometido el sujeto con la industrialización, las relaciones de producción en la que se encuentra atrapado.  Marx con su nominación le pone de presente un horizonte que puede dar sentido a este grupo humano, un horizonte que puede conducirlo a su liberación.  Ese camino lo comprende Benjamín,  lo enfatiza en su aproximación a la ciudad, lo hace parte de su bandera.  Freud por su parte, le indica el camino para pensar el Shock que le causa vivir y actuar en medio de esa multitud como una experiencia traumática que tiende a aniquilarlo; le pone de presente el sujeto del inconsciente, aquel cuya estructura incluye algo que no puede decir, algo que lo hace girar en torno, buscar, andar.  Este autor le enseña la existencia de un sujeto que no está gobernado por el azar, sino por su misma historia entreverada con su cuerpo. Allí está contenida la clave de los movimientos que se suceden.  Proust, el tercero de los mencionados, le revela la posibilidad de una experiencia transformadora que va más allá de una simple vivencia.  Se trata de una experiencia que lo conecta con lo constituye con el pasado que aún permanece en huellas de uno u otro tipo, con creencias, fantasías, sueños que hablan de identificaciones diversas, de imposibilidades, le revela la posibilidad de la reconstitución, a través de la palabra.

Benjamín indaga la ciudad del siglo diecinueve, y en ella se detiene, entre otros temas, en la multitud, y logra desentrañar y diferenciar personajes y condicionamientos, verdades que sostienen una u otra práctica.  A través de su aproximación, pone en evidencia los puntos de mira de cada  narrador y el sitio de interrelación que introduce con su mirada.

Pero Benjamín no solo abre camino para la indagación en esa multitud que en una primera mirada, aparece como un objeto impenetrable, que se ofrece a distancia para ser observado, sino que también el mismo se localiza como uno de los habitantes que habitan las calles de la ciudad, y ello lo hace desde la narración de su propia vida, de su infancia en Berlin, donde se refiere a la manera como en esa época se apropiaba de la ciudad en sus recorridos con sus padres y demás personas que lo cuidaban; y de relatos relacionados con su juventud cuando la calle adquiría la dirección de algún amor, de algún proyecto propio que le abría camino más allá de su familia.  “Crónicas de Berlín”, “Infancia en Berlín” y “Calle de dirección única” son algunas de sus obras que dan cuenta de cómo la ciudad lo constituyó, de cómo ella es parte integral de su propia manera de experimentar el  mundo, de dar cauce a su deseo, de enfrentarse con su goce y con el de otros.

Con el fin de abrir camino para dar cuenta de la galería de goces que se expone en la ciudad, propongo empezar por evidenciar algunos de los personajes que propone la mirada de los autores mencionados e intentar identificar al menos, algunos que aún están atrapados en grupos pero que han venido configurándose por diferentes vías, en la escena actual de nuestras ciudades. Algunos de estos personajes aunque datan del siglo diecinueve,  puedan encontrarse de nuevo, en cualquiera ciudad actual, otros pueden haber aparecidos recientemente y por ello sus perfiles y nombres aún no se han decantado suficientemente.

Para empezar quisiera traer a Jacques Prevert, el poeta francés cuando deteniéndose en las calles de su ciudad dice:

HE VISTO A MUCHOS…
He visto a uno que se había sentado sobre el sombrero de otro
Estaba pálido
Temblaba
Aguardaba algo… quién sabe que…
La guerra… el fin del mundo…
No podía ni siquiera hacer un gesto
O hablar
Y el otro
el que buscaba “su” sombrero estaba más pálido aún
y también temblaba
y se repetía sin cesar:
mi sombrero… mi sombrero…
y tenía ganas de llorar.
He visto a uno que leía los diarios
he visto a uno que saludaba a la bandera
he visto a uno vestido de negro
tenía reloj
cadena de reloj
monedero
la legión de honor
y quevedos.
He visto a otro que arrastraba al hijo de la mano
y que gritaba…
He visto a uno con un perro
he visto a uno con bastón de estoque
he visto a uno que lloraba
he visto a uno que entraba en una iglesia
he visto a otro que salía de ella[vi]

De la literatura mencionada, quiero hacer referencia a algunos de los personajes que exponen su goce en la ciudad:

1.  La multitud y el hombre de la multitud:  Edgar Allan Poe en el escrito “El hombre de la multitud”[vii], a través de un narrador convaleciente que mira desde la ventana de un café,  da cuenta de la muchedumbre que recorre las calles del Londres del siglo diecinueve.  La examina y presenta por grupos de acuerdo con sus movimientos, vestimentas, maneras de caminar.  Cada uno de ellos, le sugiere conexiones diferentes con el mundo y mundos diferentes.  Los que la conforman se mueven sin parar, como si estuvieran atravesados por un tiempo que les impide detenerse.  Su manera de caminar los presenta como autómatas que responden a una especie de mecanismo oculto.  Las miradas simplemente se rozan, se evitan, pues detenerse en el otro podría desatar sentimientos que no convienen, les impediría llegar a tiempo a alguna parte, desobedecer alguna orden.  Ellos  parecen estar presos de algún mandato, y su caminar por la ciudad, lo denota.  Parecen estar devorados por el goce de Otro que no les concede la posibilidad de deseo, y los despoja de lo que los constituye, pues necesita consumirlos para su propio beneficio.

Dentro de  la multitud, Poe reconoce al hombre de la multitud, el que se desliza sin dar cuenta de una orientación.  Poe describe los movimientos mecanizados de su cuerpo que parecen responder a una voz por fuera de él mismo,  a algo que parece desprenderse de esa multitud en medio de la cual se mueve frenéticamente, como dice Benjamín cuando examina ese cuento[viii].   “El hombre de la multitud” no puede apartarse de ella, se mueve a su ritmo, se alimenta de ella, la hace su cuerpo, a la manera de un objeto oral que chupa, a la vez que se adhiere.

De este cuento, Benjamín resalta la automatización del hombre de la multitud como fuentes del shock que según ellos, producía la gran ciudad. Vale recordar que tanto Poe como Baudelaire tuvieron la experiencia de una ciudad que apenas surgía, que los arrastraba en su velocidad, que indicaba otras lógicas de funcionamiento, que la multitud era un fenómeno nuevo que apenas se reconocía.  Sin embargo, podría decirse que muchos de los habitantes anónimos que recorren la ciudad actual, nuestras ciudades, exhiben movimientos similares a los que tipifica Poe en su cuentos, podría decirse que es un personaje típico de la ciudad capitalista, que continua estando presente a través de los diferentes momentos de su desarrollo.  Con esto se pone de presente que la ciudad capitalista está gobernada por un amo impersonal que le impone la producción y se sostiene en las necesidades del sistema en el cual surge, que toma del sujeto su goce y lo consume en su afán de producción y reproducción. 

 2.  El Flaneur y el poeta.  El flaneur es el personaje identificado por Baudelaire, que se pasea por las calles, que habita en ellas, que observa, pero a la vez como dice Benjamín, parece no poder desprenderse de su espectáculo,  estar preso de la de la multitud.  No puede dejar de mirar, y a la vez está expuesto siempre para ser mirado.  Como en un juego de espejos, su imagen solo la reconoce en esa multitud, que lo alimenta y sostiene que le fija recorridos y le da satisfacción.

Benjamín dice que Baudelaire en algún momento pensó que el flaneur era igual al poeta, pero luego dice, que no es así pues éste, el poeta se aparta, no participa del juego.  Necesita de la soledad[ix].  Baudelaire lo dice de la siguiente manera:

Quisiera descontento de todo el mundo y descontento de mi mismo, redimirme y sentirme un poco orgulloso en el silencio y la soledad de la noche. ¡Almas de los que he querido, almas de los que he cantado, fortalecedme, sostenedme, alejad de mi la mentira y los vapores corruptores del mundo! ¡Y tú mi Señor y mi Dios! ¡Concededme la gracia de producir algunos versos hermosos para probarme a mi mismo que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a aquellos que desprecio! [x]

Multitud, soledad:  términos iguales y controvertibles para el poeta activo y fecundo.  Aquel qu no abe poblar la soledad no sabe tampoco estar solo en medio de una muchedumbre atareada.[xi]

3.  El hombre de arena, el doble y la muñeca mecánica:  El acercamiento a la literatura como posibilidad de reconocer comportamientos del ser humano, de entender su vida, también lo realizó Freud y en esa indagación, se detuvo en el cuento ‘El hombre de arena’ de E.T.A. Hoffman, cuando en su escrito “Lo Ominoso[xii], trata de explicar este sentimiento y habla de como lo familiar tiene la posibilidad de convertirse en no familiar, y para ello se apoya en los personajes, el hombre de arena y Nathaniel, protagonistas del cuento, para hablar de la relación entre ambos y desarrollar su teoría.  De su exposición se propone como personajes de la multitud a ese hombre de arena que tiene la capacidad de aparecer en otros, asociado a otros que parecen conservar algunos de sus rasgos.

El hombre de arena es un personaje de quien se desconoce su procedencia y solamente se le ubica por su comportamiento, el cual de acuerdo con la descripción de Hoffman, se caracteriza por arrojar arena a los ojos de los niños para luego robárselos y dárselos de comida a sus pequeños.  Freud lo caracteriza como el que mutila, el que quita un órgano, el que castra.  Este personaje amenaza con la posibilidad de suprimir l órgano de la visión, un órgano relacionado con el poder ubicar al Otro como testigo que legitime al sujeto, su imagen, la posibilidad hacer parte de su deseo.

Su encuentro en medio de la multitud, se hace a través de Nathaniel, el protagonista del cuento quien ha lidiado con este personaje desde su más temprana infancia, lleva consigo los rasgos amenazadores de una posible mutilación, y el error que le produce hace que lo encuentre representados en otros, a la manera de un doble, que se multiplica en personajes diferentes, como un fantasma que tiene la facultad de aparecer y desaparecer cuando nadie lo espera.  En la lectura de Freud  del cuento de Hoffman, el doble que encuentra Nathaniel y tiene la capacidad de sumirlo en el terror, aparece encarnado en el Doctor Coppelius, amigo de su padre y a quien Nathaniel acusa de su muerte; luego en Coppola quien aparece, en medio de la multitud, como un vendedor de anteojos, esto es de ojos postizos, que suplantan el órgano que no se posee o no sirve.  Este personaje es para Nathaniel el mismo Coppelius, quien a su vez como se dijo es un sustituto  del hombre de arena.  En el cuento, también aparece Spalanzini, quien es el dueño de una muñeca mecánica llamada Olympia, a la cual éste finalmente destroza, causando un gran dolor a Nathaniel, quien a través de un enamoramiento, se había identificado con ella.

El doble del hombre de arena, el doctor suplanta la experiencia original.  En tanto la calle ofrece una gama de personas sin rostros, vaciadas de identidad, parece darse un ambiente de fácil moldeabilidad  para asumir el rostro del fantasma de quien mira.   De esta manera lo familiar se convierte en no familiar, y la multitud que parecía poder reconocerse desde la distancia, se complejiza, pues en ella no solo se encuentran personajes que pueden agredir y hacer daño, sino también fantasmas que tienen la posibilidad de vuelve posibilidad de despertar todos los temores.[xiii]

La interpretación que hace Freud de este cuento permite pensar que también objetos mecánicos que invaden la ciudad y se exhiben en las calles y vitrinas, pueden también adquirir vida y ser objeto de fantasías de quien se encuentra en la calle, en medio de la multitud.  Olympia, la muñeca mecánica de Spalanzini, se convierte en objeto de amor de Nathaniel, es su imagen ideal, a la cual veía a través de sus gafas oscuras, desde su ventana.  Freud se detiene en examinar las posibilidades de que lo mecánico se convierta en fuente de terror, y lo examina en relación con diversas circunstancias, a la vez que advierte su situación de borde entre una realidad a la que se le confiere cierta veracidad y otra que pueda relacionarse con el delirio.

Lo inanimado como sustitución de lo orgánico es algo que se ha ido imponiendo en la sociedad capitalista, cuya ciudad, desde sus inicios, se ha llenado de mercancías, de objetos mecánicos que cumplen diferentes funciones, desde reducir al obrero a una fuerza de trabajo abstracta, sin competencia que lo particularice, hasta reemplazar cualquier órgano del cuerpo o crear robotts que suplantan al humano mismo.

            Los anteriores personajes se han ido decantando y profundizando por diferentes autores que han enfrentado los temas de la multitud y del sujeto en medio de ella, expuestos con sus angustias, temores, con sus goces.  Sin embargo, creo que es necesario que siguiendo el camino por ellos esbozado podamos mirar los goces actuales de nuestras ciudades, los que se exponen en sus calles y particularizan.   Creo que de nuevo, más allá de los estudios sociológicos y antropológicos que dan cuenta de los nuevos grupos o ‘tribus urbanas’, utilizando el término de Manuel Delgado,  es necesario indagar en ellos para poner de presente el sujeto que allí está, con su goce, con sus posibilidades para que el deseo surja.  Las multitudes que describen Poe y Baudelaire le dan un nuevo sentido a la calle, al afuera, resignifican antiguas construcciones.  Igualmente, las multitudes y los personajes que habitan nuestras ciudades también le dan nuevos sentidos y significaciones.  Sitios que en una época pudieron ser netamente residenciales se transforman con la aparición de nuevos grupos que se amalgaman en torno a necesidades diferentes, a situaciones diferentes, a prácticas que dan cuenta de su origen o de su falta de origen.  Por obra de los medios de comunicación, la multitud ha adquirido nuevos límites y su tamaño parece extenderse al infinito.  El Internet por ejemplo se convierte en posibilidad de encuentro con una multitud virtual que de igual manera ofrece múltiples identificaciones y la posibilidad de que en lo que parece familiar aparezca lo desconocido, lo que angustia, la muerte.

Haré mención a algunos de los personajes de la ciudad contemporánea que entre muchos otros, merecen ser investigados con más detalle:

1.  El N.N.:  Este personaje se refiere al que no tiene un nombre propio que le posibilite una identidad, en el cual pueda reconocerse un primer destino dado por el padre, un deseo que pueda ser reconocido por el otro semejante y por el Otro como parte de su goce.  La falta de nombre propio se presenta como imposibilidad de reconocer la carencia de una tradición, de un linaje en el cual se inscribe, de un deseo con el cual pueda identificarse[xiv].  Al carecer de nombre, el sujeto desaparece y se convierte en parte de una masa donde no hay diferenciación, y donde esa masa misma, parece ser su propio sostén.   El nombre propio es una distinción, que en una comunidad cercana puede indicar origen y procedencia.  El nombre propio distingue y da una posibilidad de forma.  Es la presencia de la voz del padre que nomina.  Cuando ella no está, es la ausencia de esa voz la que se impone, y el sujeto no puede encontrar deseo alguno.
           
El N. N.  puebla de manera generalizada no solo las calles, sino los morgues y los cementerios.  Sus fantasmas recorren nuestras ciudades pidiendo que se les llame por su nombre, que se les identifique.

El desplazado:  Una de las características que ha identificado a la multitud de la ciudad capitalista, basada en las leyes del mercado, es la movilidad, el cambio forzado de territorio debido generalmente,  a situaciones relacionadas con la política y la economía.  En el caso de Colombia esta expulsión se ha dado acompañada de la violencia física y a los que la han sufrido se les denomina desplazados.  EL desplazado se caracteriza por haber sido expulsado de su lugar de origen o de algún lugar, y por encontrarse desprotegido, desprovisto, desamparado y a la vez vacío, despojado.  Muchos de ellos se apropian de alguna esquina de la ciudad, a la manera de un territorio y desde allí exhiben su condición de desposeídos, acompañada de un pedido insistente y a veces agresivo de alguna donación para suplir sus necesidades. 

La situación en la que se encuentran tiene riesgo de convertirse en permanente, y ello puede llegar a producir sentimientos de angustia en quien los observa debido a diversas razones entre las cuales pueden mencionarse:  a) su condición de personas que han sido expulsadas de sus lugares de origen por la violencia, de inmediato trae imágenes de guerra y de muerte; b) se exponen en medio de la calle en estado de total carencia, en posición de caída y desmaterialización.  Las condiciones de despojo en las que se encuentran hacen que no puedan tener el control debido, n ningún control, sobre las emanaciones de su cuerpo, de tal manera que y éste, su cuerpo, casi llega a confundirse con ellas, a ser solo deshecho, un cuerpo que se descompone en vida a la vista de todos, y ello se presenta para muchos, como una especie de  peste de la que hay que alejarse.;  c) su estadía en la calle, si bien en un primer momento se presenta como coyuntural, como en transición, amenaza con convertirse en permanente, no solo porque no es seguro que encuentren algún empleo y un sitio donde refugiarse sino porque la misma posición de víctimas puede llevar a comportamientos que encuentren alguna complacencia en ese estado.

            El desplazado podría asociarse con un rasgo relacionado con un vaciamiento interno, con no poseer nada, no poder dar nada, no tener o retener algo.  Un cuerpo que no posee, que no excreta, que está vaciado, que no ha heredado nada, que no ha acumulado, que deambula vacío, agredido, mutilado.  No hay respuesta a la demanda del Otro, porque no tienen nada para dar.

A modo de cierre:  Cada uno de los personajes anteriormente señalados está definidos por rasgos que se refieren a su goce, el cual se presenta, en muchos de ellos, de manera descarnada, sin velo alguno y se ofrece como rasgo que da pies para que la angustia aflore.  Ellos se refieren a la pérdida de algo, relacionada con el otro, con la manera de interactuar en y con  él.  El otro de la calle se ofrece como espejo de identificación, sin embargo al mirarlo, la imagen que ofrece no siempre es la que quisiera verse, sino que es una imagen cargada de aspectos que preferirían evitarse, pues se teme que ellos devuelvan un rasgo propio que no quiere verse.

Con lo dicho anteriormente considero que es posible abrir camino para escudriñar en la multitud y encontrar al sujeto en la búsqueda de orientar su deseo, de lidiar con su goce.  Ello ayudará a señalar las lógicas que allí se encuentran, las posibilidades e imposibilidades de acercamiento y diálogo.

Tendríamos que volver a leer nuestros poetas, novelistas y cuentistas, así como  detenernos en nuestros artistas, y mirar la calle más allá de los indicadores económicos, y recuperar en su lectura, el cuerpo expuesto, fragmentado, despedazado, atrapado en una multitud que lo asfixia, y en una escenografía que ni siquiera distingue.


[i].  Charles Baudelaire, (1998) EL Spleen de Paris, México:  Fontamara S.A., Pág. 43.
[ii].  Sigmund Freud, Más allá del principio del placer, en Obras Completas, tomo I,  Bibliotecaa Nueva,  Madrid, 1967, Págs. 1097-1126
[iii].  Jacques Lacan,Seminario 10 La Angustia, Paidós, Buenos Aires 2005.
[iv].  El trabajo que aquí se presenta es un desarrollo de la investigación “Ciudad y discursos del goce” que actualmente adelanta la autora.
[v].  Se hace referencia al texto de Walter Benjamín, Algunos temas en Baudelaire en Iluminaciones II, Taurus Ediciones S.A., Madrid, 1972.
[vi].  Prevert, Jacques, Palabras, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1971 págs 43-44.
[vii]. Edgar Allan Poe, (1963) “The Man of the Crowd”, Running Publishers, Phladelphia, 1963, págs.  647- 654.
[viii].  Walter Benjamín, op.cit.
[ix].  Charles Baudelaire, op.cit.
[x].  Op.cit., pág. 35.
[xi].  Op. cit, pág. 39.
[xii]. Sigmund Freud,“,  “The Uncanny”.  Standard Edition, 17. págs. 339-376.
[xiii].  Sigmund Freud, op. cit.
[xiv].  Jacques Lacan, (2005) “De los nombres del padre”, Buenos Aires:  Paidós, págs.  65-103.