domingo, 17 de mayo de 2020

El cuerpo habló distinto, dolió, duele, propone


Beatriz García Moreno

El cuerpo habló,
se sintió, hizo presencia, se impuso.
Un cuerpo cansado que mostró poca resistencia a los viajes,
que ya no puede correr como antes,
que no puede moverse como solía hacerlo.
La parte baja de la espalda
–entre la cintura y el coxis- duele,
dolió, aún duele- no respondió
a la señal de ponerse en pie;
olvidó el movimiento automatizado desde un tiempo sin comienzo.
Al levantarse se desencajó por la cintura,
el torso por un lado y la pelvis por otro.
Cada uno con un tiempo diferente,
cada uno sin poder reconocer al otro.
Se levantó, trató de enderezarse y no pudo.
Tuvo que esperar que cada músculo,
que cada hueso, ¡qué se yo!
se acomodara y encontrara su lugar.

Las huellas del tiempo se manifestaron,
y una nueva atención se impuso.
El cuerpo me acompaña, me ha acompañado siempre,
Tengo un cuerpo,
Lo siento más que antes,
¿mejor? ¿peor?, de otra manera.
Ese cuerpo que tuvo una historia de controles
ahora grita y no alcanzo a entender su lenguaje,
quizás quiera brotar a sus anchas.

Quiso llenarse de otro, sorberlo, chuparlo
y debió contenerse;
quiso soltar libremente sus restos
y encontró límites para hacerlo;
quiso verse bello, completo
y necesitó de otros para que lo reconocieran
y le ayudaran con su palabra y amor
a disimular su incompletud.
Se llenó de adornos y perfumes aprendidos
en rituales que se volvieron cotidianos,
y que, como muletas,
le dieron cierto apoyo en sus andares.

Ese cuerpo que intercalaba el correr y el brincar
con momentos que lo sumían en un recogimiento,
que lo llevaban a situarse sobre sí mismo,
en un espacio de largos silencios
sobre la baldosa fría de la casa de infancia,
ahora irrumpía sin control.
Ese cuerpo del que la sangre brotó como enigma
de una fuente hasta entonces desconocida,
que le impuso ritmo y le ofreció otro horizonte,
ahora dolía.
Sus formas cambiaron por encima de cualquier voluntad,
más allá de cualquier elucubración.

El cuerpo invadido de deseo,
sobrepasado por un goce que no conocía,
que sucumbía ante la mirada del Otro,
y se embrollaba ante su demanda,
sin saber cómo hacer,
perdió su formas infantiles
y adquirió otras que albergaban el deseo
y la posibilidad de habitar
y ser habitado.

Ese cuerpo ya no responde de ese modo.
La lozanía se ha ido,
la piel ha perdido firmeza,
los músculos se han ablandado y han empezado a caer
los surcos se han profundizado,
las ojeras se han pronunciado
mientras enmarcan unos ojos que no brillan como antes;
la nariz y las orejas han crecido.
El espejo devuelve su imagen.
Luego de la operación de cataratas,
el envejecimiento que no perdona,
se muestra por doquier.

Las formas juveniles que se conservaron
con cierta pulcritud durante al menos media centuria,
se han vuelto anárquicas,
no se dejan acomodar como quisiera.
Definitivamente, la imagen se ha resquebrajado,
ya es mirado de otro modo.
Ese cuerpo anárquico que se potenció en
concavidades amplias que fueron morada y alimento
para otros, ahora se apaga.

Ese cuerpo marcado por el amor,
penetrado, rasgado, ampliado,
ahora impone otra palabra.
los dolores lo doblegan,
como si lo real se impusiera sin compasión alguna.
No parecen ser dolores previos a un florecimiento,
son dolores profundos que prometen
no irse, que apenas se silencian por un rato,
para irrumpir de nuevo.
Dolores que parecen encontrar raíces en la tierra misma
que hace presencia como queriendo reabsorberlo de nuevo.

Pero hay resistencias,
médicos, ejercicios, terapias, proyectos,
vida, algo que no cesa de buscarse.
El tiempo se ha apoderado de cada una de sus partes,
lo ofrece fragmentado.
Los pies se hinchan, se llenan de heridas,
las piernas se niegan al movimiento,
la cintura se niega a sostener la columna,
los hombros no resisten el peso del tiempo.
Se agachan.
Los ojos no ven con claridad,
los oídos apenas escuchan.

Y en medio de la atención puesta en cada dolor,
un nuevo horizonte se descubre
porque cada miembro afectado
recuerda las escrituras que contiene, la letra que itera.
Parece que hay alivio cuando recupera los escritos
de su carne, cuando los descifra o
simplemente los reconoce y los acoge
para construir con sus retazos un nuevo collage.
Una nueva aventura se ofrece,
cambiar sus dolores por palabras, por imágenes,
por diálogos que nunca se dieron,
por disfrutes, llantos y sonrisas silenciosas.

¿Descifrar su nuevas señas
o hacer un poema con sus restos?


Bogotá, julio 8 de 2015

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