La ciudad vista como galería de
goces
Beatriz García Moreno
Arquitecta, PhD
Profesora, Doctorado en Arte y Arquitectura
Universidad Nacional de Colombia
Nunca me resisto
a echar una mirada, si no universalmente simpática sí al menos curiosa, sobre
la muchedumbre de parias que se apretujan en torno al recinto de un concierto
público. La orquesta lanza a través de
la noche canciones de fiesta, de triunfo o de voluptuosidad. Los vestidos se arrastran relucientes; se
cruzan las miradas; los ociosos, cansados e no hacer nada, se contonean,
fingiendo degustar indolentemente la música.
Nada hay que no sea rico, feliz; nada hay que no respire y que no inspire
la despreocupación y el placer de dejarse vivir; nada, como no sea el aspecto
de esa turba que se apoya, allá en el exterior, recogiendo gratis el capricho
del viento, jirones de música y contemplando el deslumbrante horno interior
Con el título ¨La
ciudad, como galería de goces¨ me propongo hacer alusión a la ciudad expuesta
no solo en su arquitectura sino en sus gentes con sus prácticas y nombres dados
a esas prácticas. Es la ciudad que se
ofrece para ser contemplada a la manera
de una exposición en una galería de arte que se visita para dialogar e
interactuar con las obras u objetos, significantes, símbolos que en ella se
muestran. Las características de la
ciudad como lugar de exposiciones son innumerables, pues en ella hay un sin
número de eventos que podrían ser observados, algunos de ellos, como su
arquitectura, de carácter más
permanente, otros, como las prácticas de sus habitantes en sus calles, plazas,
parques, más transitorios y efímeros. La
ciudad constituye a cada uno de sus habitantes, lo integra en su espacialidad y
a la vez le sirve de espejo que le retorna su imagen de maneras diferentes, con
identificaciones que le producen agrados y desagrados, con ambivalencias que lo
llevan a actuar e interactuar de una manera u otra, con rechazos y angustias que
lo llevan en algunas ocasiones a querer salirse de ese espejo. Los eventos expuestos en la ciudad en los
quiero detenerme, se refieren a una serie de personajes y grupos humanos en
prácticas diversas, que aparecen en el espacio público y han sido nominados y
caracterizados por algunos escritores desde la literatura, por investigadores
sociales y psicoanalistas.
Cuando en el título digo ‘galería de goces’, me refiero a
que aquello en lo que quiero detenerme es en mirar al habitante como un sujeto
constituido, entre otros aspectos, por su goce, como lo propone el
psicoanálisis, un sujeto que en cada una de las prácticas que realiza se expone
al otro para ser mirado en sus movimientos, fantaseado, deseado o
ignorado. Freud en sus escritos, habla
de un sujeto de deseo, que está en búsqueda permanente, y esa búsqueda le da
orientación a su ‘ser y estar en el mundo’ y podríamos decir a ‘su hacer su
vida’. No se trata de un sujeto de
necesidades instintuales que se satisfacen con un objeto específico que adquiere,
sino de un sujeto de pulsiones que buscan satisfacción a toda costa, de un
sujeto en falta, que tiene que poder integrarse con su deseo, a una sociedad e
interactuar con ella en los campos simbólicos e imaginarios que la constituyan,
como es su arquitectura, y además soportar sus propias imposibilidades e
impotencias. Pero a la vez, y esto lo va
a enfatizar Lacan, es un sujeto de goce, esto quiere decir que en cada uno de
sus actos está incluido su cuerpo erotizado, sexuado, cuyas pulsiones buscan satisfacción,
más allá, como dice Freud, del principio del placer, más allá del principio de
realidad[ii]. Ese goce decimos, se detecta en
sus acciones, gestos y movimientos y puede que también se encuentre alguna
pista en el nombre con el que se le llama[iii].
Con las aclaraciones anteriores, propongo mirar la ciudad
como una galería de personajes y grupos que han alcanzado una nominación en la
cual hay referencias a los goces en los que están atrapados. Se trata de mirar esos goces expuestos en el
espacio del afuera, en el que llamamos público, el de las calles, parques y
plazas; de tratar de identificar las pulsiones que invaden y orientan las
prácticas de los habitantes de tal manera que el cuerpo se incluye y conduce
a acciones diversas, a diferentes
experiencias urbanas. Con esta
indagación espero poder abrir un camino que permita encontrar voces de mando
que guían sus andares, lógicas que estén en juego en la manera de nombrarse, de
presentarse, de apropiarse de los espacios, de insertarse en la multitud; poner
en palabras orientaciones que gobiernan sus movimientos, sus ausencias y
presencias. Debo decir que lo que
presento es una investigación en curso[iv] y una invitación para continuar con el desarrollo del tema. Presentaré un esbozo de un camino que considero
se abre para indagar en nuestras ciudades, que se asimilan en tanto en todas
podemos encontrar los habitantes que recorren sus calles y se exponen a la
mirada de quien los observa y a la vez tiene sus propias características.
Para iniciar la indagación, partiré de señalar algunos
personajes que han sido tipificados y nombrados por algunos escritores de la
literatura de la ciudad del siglo XIX, en medio de la reciente aparición de los
fenómenos de las multitudes y la masificación y de la desaparición en ellas,
del sujeto. Me refiero a autores como
Charles Baudelaire y Edgar Allan Poe que detuvieron su mirada en la multitud de
la ciudad del siglo diecinueve, cuando apareció la ciudad industrial que sentó
bases para la ciudad del siglo veinte que
aún son vigentes, y encontraron personajes que no solo dejaron ver su
individualidad, sino su manera de estar, de hablar, de moverse en medio de la
muchedumbre. Como camino metodológico,
me refiero, de manera especial, a la propuesta que hace Walter Benjamín[v] cuando en su búsqueda por entender la ciudad, indaga en estos autores y
se detiene en los personajes que ellos encontraron y nombraron cuando miraron y
se metieron en medio de la multitud. Los
autores mencionados lograron caracterizar algunos personajes cuyos
comportamientos y prácticas urbanas dan cuenta de habitantes de la calle
atrapados en su propio goce, alimentados por la multitud misma y expuestos a la
mirada del poeta que tiene la capacidad de narrarlos, de convertirlos en pista
para pensar lo que en ella sucede. Con
las miradas de estos escritores y con las nominaciones que proponen, la masa
humana que circula por las calles y parece ser impenetrable y homogénea, se
disuelve y descompone en un sin número de personajes, que se ofrecen para ser reconocidos
en sus gestos y movimientos, en su pertenencia a uno u otro grupo, en sus
propios mundos.
Cuando Benjamin, desde el primer tercio del siglo veinte,
vuelve sobre la ciudad industrial del siglo XIX, particularmente sobre París,
lo hace de la mano de Marx, Freud y Proust.
Cada uno de ellos le ofrece la posibilidad de abordarla desde una
situación diferente. Marx le indica el
camino para reconocer en la multitud el grupo de los explotados por el capital,
esa masa humana que realiza el trabajo abstracto, mientras exhibe su condición
de explotación, de deshecho, su aniquilamiento como sujetos, debido a sus
pertenencia a una economía cuya lógica
se encuentra en la sobrevaloración de producción y el intercambio de mercancías
más allá de la valoración del mismo ser humano.
A este grupo lo denomina ‘proletariado’; le enseña sobre la
automatización en la que es sometido el sujeto con la industrialización, las
relaciones de producción en la que se encuentra atrapado. Marx con su nominación le pone de presente un
horizonte que puede dar sentido a este grupo humano, un horizonte que puede
conducirlo a su liberación. Ese camino
lo comprende Benjamín, lo enfatiza en su
aproximación a la ciudad, lo hace parte de su bandera. Freud por su parte, le indica el camino para
pensar el Shock que le causa vivir y
actuar en medio de esa multitud como una experiencia traumática que tiende a
aniquilarlo; le pone de presente el sujeto del inconsciente, aquel cuya
estructura incluye algo que no puede decir, algo que lo hace girar en torno,
buscar, andar. Este autor le enseña la
existencia de un sujeto que no está gobernado por el azar, sino por su misma
historia entreverada con su cuerpo. Allí está contenida la clave de los movimientos
que se suceden. Proust, el tercero de
los mencionados, le revela la posibilidad de una experiencia transformadora que
va más allá de una simple vivencia. Se
trata de una experiencia que lo conecta con lo constituye con el pasado que aún
permanece en huellas de uno u otro tipo, con creencias, fantasías, sueños que
hablan de identificaciones diversas, de imposibilidades, le revela la
posibilidad de la reconstitución, a través de la palabra.
Benjamín indaga la ciudad del siglo diecinueve, y en ella se
detiene, entre otros temas, en la multitud, y logra desentrañar y diferenciar
personajes y condicionamientos, verdades que sostienen una u otra
práctica. A través de su aproximación,
pone en evidencia los puntos de mira de cada
narrador y el sitio de interrelación que introduce con su mirada.
Pero Benjamín no solo abre camino para la indagación en esa
multitud que en una primera mirada, aparece como un objeto impenetrable, que se
ofrece a distancia para ser observado, sino que también el mismo se localiza
como uno de los habitantes que habitan las calles de la ciudad, y ello lo hace
desde la narración de su propia vida, de su infancia en Berlin, donde se
refiere a la manera como en esa época se apropiaba de la ciudad en sus
recorridos con sus padres y demás personas que lo cuidaban; y de relatos
relacionados con su juventud cuando la calle adquiría la dirección de algún
amor, de algún proyecto propio que le abría camino más allá de su familia. “Crónicas de Berlín”, “Infancia en Berlín” y
“Calle de dirección única” son algunas de sus obras que dan cuenta de cómo la
ciudad lo constituyó, de cómo ella es parte integral de su propia manera de
experimentar el mundo, de dar cauce a su
deseo, de enfrentarse con su goce y con el de otros.
Con el fin de abrir camino para dar cuenta de la galería de
goces que se expone en la ciudad, propongo empezar por evidenciar algunos de
los personajes que propone la mirada de los autores mencionados e intentar
identificar al menos, algunos que aún están atrapados en grupos pero que han
venido configurándose por diferentes vías, en la escena actual de nuestras
ciudades. Algunos de estos personajes aunque datan del siglo diecinueve, puedan encontrarse de nuevo, en cualquiera
ciudad actual, otros pueden haber aparecidos recientemente y por ello sus
perfiles y nombres aún no se han decantado suficientemente.
Para empezar quisiera traer a Jacques Prevert, el poeta
francés cuando deteniéndose en las calles de su ciudad dice:
HE VISTO A
MUCHOS…
He visto a uno
que se había sentado sobre el sombrero de otro
Estaba pálido
Temblaba
Aguardaba algo…
quién sabe que…
La guerra… el fin
del mundo…
No podía ni
siquiera hacer un gesto
O hablar
Y el otro
el que buscaba
“su” sombrero estaba más pálido aún
y también
temblaba
y se repetía sin
cesar:
mi sombrero… mi
sombrero…
y tenía ganas de
llorar.
He visto a uno
que leía los diarios
he visto a uno
que saludaba a la bandera
he visto a uno
vestido de negro
tenía reloj
cadena de reloj
monedero
la legión de
honor
y quevedos.
He visto a otro
que arrastraba al hijo de la mano
y que gritaba…
He visto a uno
con un perro
he visto a uno
con bastón de estoque
he visto a uno
que lloraba
he visto a uno
que entraba en una iglesia
he visto a otro
que salía de ella[vi]
De la literatura mencionada, quiero hacer referencia a
algunos de los personajes que exponen su goce en la ciudad:
1. La multitud y el hombre de la multitud: Edgar Allan Poe en el escrito “El hombre de
la multitud”[vii],
a través de un narrador convaleciente que mira desde la ventana de un
café, da cuenta de la muchedumbre que
recorre las calles del Londres del siglo diecinueve. La examina y presenta por grupos de acuerdo
con sus movimientos, vestimentas, maneras de caminar. Cada uno de ellos, le sugiere conexiones
diferentes con el mundo y mundos diferentes.
Los que la conforman se mueven sin parar, como si estuvieran atravesados
por un tiempo que les impide detenerse.
Su manera de caminar los presenta como autómatas que responden a una
especie de mecanismo oculto. Las miradas
simplemente se rozan, se evitan, pues detenerse en el otro podría desatar
sentimientos que no convienen, les impediría llegar a tiempo a alguna parte,
desobedecer alguna orden. Ellos parecen estar presos de algún mandato, y su
caminar por la ciudad, lo denota.
Parecen estar devorados por el goce de Otro que no les concede la
posibilidad de deseo, y los despoja de lo que los constituye, pues necesita
consumirlos para su propio beneficio.
Dentro de la
multitud, Poe reconoce al hombre de la multitud, el que se desliza sin dar
cuenta de una orientación. Poe describe
los movimientos mecanizados de su cuerpo que parecen responder a una voz por
fuera de él mismo, a algo que parece
desprenderse de esa multitud en medio de la cual se mueve frenéticamente, como
dice Benjamín cuando examina ese cuento[viii]. “El hombre de la multitud” no
puede apartarse de ella, se mueve a su ritmo, se alimenta de ella, la hace su
cuerpo, a la manera de un objeto oral que chupa, a la vez que se adhiere.
De este cuento, Benjamín resalta la automatización del hombre de la multitud como fuentes
del shock que según ellos, producía
la gran ciudad. Vale recordar que tanto Poe como Baudelaire tuvieron la
experiencia de una ciudad que apenas surgía, que los arrastraba en su
velocidad, que indicaba otras lógicas de funcionamiento, que la multitud era un
fenómeno nuevo que apenas se reconocía.
Sin embargo, podría decirse que muchos de los habitantes anónimos que
recorren la ciudad actual, nuestras ciudades, exhiben movimientos similares a
los que tipifica Poe en su cuentos, podría decirse que es un personaje típico
de la ciudad capitalista, que continua estando presente a través de los
diferentes momentos de su desarrollo.
Con esto se pone de presente que la ciudad capitalista está gobernada
por un amo impersonal que le impone la producción y se sostiene en las
necesidades del sistema en el cual surge, que toma del sujeto su goce y lo
consume en su afán de producción y reproducción.
2. El
Flaneur y el poeta. El flaneur es el personaje identificado
por Baudelaire, que se pasea por las calles, que habita en ellas, que observa,
pero a la vez como dice Benjamín, parece no poder desprenderse de su
espectáculo, estar preso de la de la
multitud. No puede dejar de mirar, y a la
vez está expuesto siempre para ser mirado.
Como en un juego de espejos, su imagen solo la reconoce en esa multitud,
que lo alimenta y sostiene que le fija recorridos y le da satisfacción.
Benjamín dice que Baudelaire en algún momento pensó que el flaneur era igual al poeta, pero
luego dice, que no es así pues éste, el poeta se aparta, no participa del
juego. Necesita de la soledad[ix]. Baudelaire lo dice de la siguiente manera:
Quisiera
descontento de todo el mundo y descontento de mi mismo, redimirme y sentirme un
poco orgulloso en el silencio y la soledad de la noche. ¡Almas de los que he
querido, almas de los que he cantado, fortalecedme, sostenedme, alejad de mi la
mentira y los vapores corruptores del mundo! ¡Y tú mi Señor y mi Dios!
¡Concededme la gracia de producir algunos versos hermosos para probarme a mi
mismo que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a aquellos que
desprecio! [x]
Multitud,
soledad: términos iguales y
controvertibles para el poeta activo y fecundo.
Aquel qu no abe poblar la soledad no sabe tampoco estar solo en medio de
una muchedumbre atareada.[xi]
3. El hombre de arena, el doble y la muñeca
mecánica: El acercamiento a la
literatura como posibilidad de reconocer comportamientos del ser humano, de
entender su vida, también lo realizó Freud y en esa indagación, se detuvo en el
cuento ‘El hombre de arena’ de E.T.A.
Hoffman, cuando en su escrito “Lo Ominoso”[xii], trata de explicar este sentimiento y habla de como lo familiar tiene
la posibilidad de convertirse en no familiar, y para ello se apoya en los
personajes, el hombre de arena y
Nathaniel, protagonistas del cuento, para hablar de la relación entre ambos
y desarrollar su teoría. De su
exposición se propone como personajes de la multitud a ese hombre de arena que
tiene la capacidad de aparecer en otros, asociado a otros que parecen conservar
algunos de sus rasgos.
El hombre de
arena es un personaje de quien se desconoce su
procedencia y solamente se le ubica por su comportamiento, el cual de acuerdo
con la descripción de Hoffman, se caracteriza por arrojar arena a los ojos de
los niños para luego robárselos y dárselos de comida a sus pequeños. Freud lo caracteriza como el que mutila, el
que quita un órgano, el que castra. Este
personaje amenaza con la posibilidad de suprimir l órgano de la visión, un
órgano relacionado con el poder ubicar al Otro como testigo que legitime al
sujeto, su imagen, la posibilidad hacer parte de su deseo.
Su encuentro en medio de la multitud, se hace a través de
Nathaniel, el protagonista del cuento quien ha lidiado con este personaje desde
su más temprana infancia, lleva consigo los rasgos amenazadores de una posible
mutilación, y el error que le produce hace que lo encuentre representados en
otros, a la manera de un doble, que
se multiplica en personajes diferentes, como un fantasma que tiene la facultad
de aparecer y desaparecer cuando nadie lo espera. En la lectura de Freud del cuento de Hoffman, el doble que encuentra Nathaniel y tiene la capacidad de sumirlo en
el terror, aparece encarnado en el Doctor Coppelius, amigo de su padre y a
quien Nathaniel acusa de su muerte; luego en Coppola quien aparece, en medio de
la multitud, como un vendedor de anteojos, esto es de ojos postizos, que
suplantan el órgano que no se posee o no sirve.
Este personaje es para Nathaniel el mismo Coppelius, quien a su vez como
se dijo es un sustituto del hombre de arena. En el cuento, también aparece Spalanzini,
quien es el dueño de una muñeca mecánica llamada Olympia, a la cual éste
finalmente destroza, causando un gran dolor a Nathaniel, quien a través de un
enamoramiento, se había identificado con ella.
El doble del
hombre de arena, el doctor suplanta la experiencia original. En tanto la calle ofrece una gama de personas
sin rostros, vaciadas de identidad, parece darse un ambiente de fácil
moldeabilidad para asumir el rostro del
fantasma de quien mira. De esta manera
lo familiar se convierte en no familiar, y la multitud que parecía poder
reconocerse desde la distancia, se complejiza, pues en ella no solo se
encuentran personajes que pueden agredir y hacer daño, sino también fantasmas
que tienen la posibilidad de vuelve posibilidad de despertar todos los temores.[xiii]
La interpretación que hace Freud de este cuento permite
pensar que también objetos mecánicos que invaden la ciudad y se exhiben en las
calles y vitrinas, pueden también adquirir vida y ser objeto de fantasías de
quien se encuentra en la calle, en medio de la multitud. Olympia, la muñeca mecánica de Spalanzini, se
convierte en objeto de amor de Nathaniel, es su imagen ideal, a la cual veía a
través de sus gafas oscuras, desde su ventana.
Freud se detiene en examinar las posibilidades de que lo mecánico se
convierta en fuente de terror, y lo examina en relación con diversas
circunstancias, a la vez que advierte su situación de borde entre una realidad
a la que se le confiere cierta veracidad y otra que pueda relacionarse con el
delirio.
Lo inanimado como sustitución de lo orgánico es algo que se
ha ido imponiendo en la sociedad capitalista, cuya ciudad, desde sus inicios,
se ha llenado de mercancías, de objetos mecánicos que cumplen diferentes
funciones, desde reducir al obrero a una fuerza de trabajo abstracta, sin
competencia que lo particularice, hasta reemplazar cualquier órgano del cuerpo
o crear robotts que suplantan al humano mismo.
Los anteriores personajes se han ido decantando y profundizando por
diferentes autores que han enfrentado los temas de la multitud y del sujeto en
medio de ella, expuestos con sus angustias, temores, con sus goces. Sin embargo, creo que es necesario que
siguiendo el camino por ellos esbozado podamos mirar los goces actuales de
nuestras ciudades, los que se exponen en sus calles y particularizan. Creo que de nuevo, más allá de los estudios
sociológicos y antropológicos que dan cuenta de los nuevos grupos o ‘tribus urbanas’, utilizando el término
de Manuel Delgado, es necesario indagar
en ellos para poner de presente el sujeto que allí está, con su goce, con sus
posibilidades para que el deseo surja. Las
multitudes que describen Poe y Baudelaire le dan un nuevo sentido a la calle,
al afuera, resignifican antiguas construcciones. Igualmente, las multitudes y los personajes
que habitan nuestras ciudades también le dan nuevos sentidos y
significaciones. Sitios que en una época
pudieron ser netamente residenciales se transforman con la aparición de nuevos
grupos que se amalgaman en torno a necesidades diferentes, a situaciones
diferentes, a prácticas que dan cuenta de su origen o de su falta de
origen. Por obra de los medios de
comunicación, la multitud ha adquirido nuevos límites y su tamaño parece
extenderse al infinito. El Internet por
ejemplo se convierte en posibilidad de encuentro con una multitud virtual que
de igual manera ofrece múltiples identificaciones y la posibilidad de que en lo
que parece familiar aparezca lo desconocido, lo que angustia, la muerte.
Haré mención a algunos de los personajes de la ciudad
contemporánea que entre muchos otros, merecen ser investigados con más detalle:
1. El N.N.:
Este personaje se refiere al que no tiene un nombre propio que le posibilite
una identidad, en el cual pueda reconocerse un primer destino dado por el
padre, un deseo que pueda ser reconocido por el otro semejante y por el Otro
como parte de su goce. La falta de
nombre propio se presenta como imposibilidad de reconocer la carencia de una
tradición, de un linaje en el cual se inscribe, de un deseo con el cual pueda
identificarse[xiv]. Al carecer de nombre, el sujeto desaparece y
se convierte en parte de una masa donde no hay diferenciación, y donde esa masa
misma, parece ser su propio sostén. El
nombre propio es una distinción, que en una comunidad cercana puede indicar
origen y procedencia. El nombre propio
distingue y da una posibilidad de forma.
Es la presencia de la voz del padre que nomina. Cuando ella no está, es la ausencia de esa
voz la que se impone, y el sujeto no puede encontrar deseo alguno.
El N. N. puebla de
manera generalizada no solo las calles, sino los morgues y los
cementerios. Sus fantasmas recorren
nuestras ciudades pidiendo que se les llame por su nombre, que se les
identifique.
El desplazado: Una de las características que
ha identificado a la multitud de la ciudad capitalista, basada en las leyes del
mercado, es la movilidad, el cambio forzado de territorio debido generalmente, a situaciones relacionadas con la política y
la economía. En el caso de Colombia esta
expulsión se ha dado acompañada de la violencia física y a los que la han
sufrido se les denomina desplazados. EL desplazado se caracteriza por haber sido
expulsado de su lugar de origen o de algún lugar, y por encontrarse
desprotegido, desprovisto, desamparado y a la vez vacío, despojado. Muchos de ellos se apropian de alguna esquina
de la ciudad, a la manera de un territorio y desde allí exhiben su condición de
desposeídos, acompañada de un pedido insistente y a veces agresivo de alguna
donación para suplir sus necesidades.
La situación en la que se encuentran tiene riesgo de
convertirse en permanente, y ello puede llegar a producir sentimientos de
angustia en quien los observa debido a diversas razones entre las cuales pueden
mencionarse: a) su condición de personas
que han sido expulsadas de sus lugares de origen por la violencia, de inmediato
trae imágenes de guerra y de muerte; b) se exponen en medio de la calle en
estado de total carencia, en posición de caída y desmaterialización. Las condiciones de despojo en las que se
encuentran hacen que no puedan tener el control debido, n ningún control, sobre
las emanaciones de su cuerpo, de tal manera que y éste, su cuerpo, casi llega a
confundirse con ellas, a ser solo deshecho, un cuerpo que se descompone en vida
a la vista de todos, y ello se presenta para muchos, como una especie de peste de la que hay que alejarse.; c) su estadía en la calle, si bien en un
primer momento se presenta como coyuntural, como en transición, amenaza con
convertirse en permanente, no solo porque no es seguro que encuentren algún
empleo y un sitio donde refugiarse sino porque la misma posición de víctimas
puede llevar a comportamientos que encuentren alguna complacencia en ese
estado.
El desplazado podría
asociarse con un rasgo relacionado con un vaciamiento interno, con no poseer
nada, no poder dar nada, no tener o retener algo. Un cuerpo que no posee, que no excreta, que
está vaciado, que no ha heredado nada, que no ha acumulado, que deambula vacío,
agredido, mutilado. No hay respuesta a
la demanda del Otro, porque no tienen nada para dar.
A modo de cierre: Cada uno de los personajes
anteriormente señalados está definidos por rasgos que se refieren a su goce, el
cual se presenta, en muchos de ellos, de manera descarnada, sin velo alguno y
se ofrece como rasgo que da pies para que la angustia aflore. Ellos se refieren a la pérdida de algo,
relacionada con el otro, con la manera de interactuar en y con él. El
otro de la calle se ofrece como espejo de identificación, sin embargo al
mirarlo, la imagen que ofrece no siempre es la que quisiera verse, sino que es
una imagen cargada de aspectos que preferirían evitarse, pues se teme que ellos
devuelvan un rasgo propio que no quiere verse.
Con lo dicho anteriormente considero que es posible abrir
camino para escudriñar en la multitud y encontrar al sujeto en la búsqueda de
orientar su deseo, de lidiar con su goce.
Ello ayudará a señalar las lógicas que allí se encuentran, las
posibilidades e imposibilidades de acercamiento y diálogo.
Tendríamos que volver a leer nuestros poetas, novelistas y
cuentistas, así como detenernos en
nuestros artistas, y mirar la calle más allá de los indicadores económicos, y recuperar
en su lectura, el cuerpo expuesto, fragmentado, despedazado, atrapado en una
multitud que lo asfixia, y en una escenografía que ni siquiera distingue.
[i]. Charles Baudelaire, (1998) EL Spleen de Paris, México: Fontamara S.A., Pág. 43.
[ii]. Sigmund Freud, Más allá del principio del placer, en Obras Completas, tomo I, Bibliotecaa Nueva, Madrid, 1967, Págs. 1097-1126
[iii]. Jacques Lacan,Seminario 10 La Angustia, Paidós, Buenos Aires 2005.
[iv]. El trabajo que aquí se presenta es un
desarrollo de la investigación “Ciudad y
discursos del goce” que actualmente adelanta la autora.
[v]. Se hace referencia al texto de Walter
Benjamín, Algunos temas en Baudelaire
en Iluminaciones II, Taurus Ediciones S.A., Madrid, 1972.
[vi]. Prevert, Jacques, Palabras, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1971 págs
43-44.
[vii]. Edgar
Allan Poe, (1963) “The Man of the Crowd”,
Running Publishers, Phladelphia, 1963, págs.
647- 654.
[viii]. Walter Benjamín, op.cit.
[ix]. Charles Baudelaire, op.cit.
[x]. Op.cit., pág. 35.
[xi]. Op. cit, pág. 39.
[xii]. Sigmund
Freud,“, “The Uncanny”. Standard Edition, 17. págs. 339-376.
[xiii]. Sigmund Freud, op. cit.
[xiv]. Jacques Lacan, (2005) “De los nombres del padre”, Buenos Aires: Paidós, págs.
65-103.