viernes, 14 de junio de 2013

La ciudad vista como galería de goces


La ciudad vista como galería de goces
Beatriz García Moreno
Arquitecta, PhD
Profesora, Doctorado en Arte y Arquitectura
Universidad Nacional de Colombia


Nunca me resisto a echar una mirada, si no universalmente simpática sí al menos curiosa, sobre la muchedumbre de parias que se apretujan en torno al recinto de un concierto público.  La orquesta lanza a través de la noche canciones de fiesta, de triunfo o de voluptuosidad.  Los vestidos se arrastran relucientes; se cruzan las miradas; los ociosos, cansados e no hacer nada, se contonean, fingiendo degustar indolentemente la música.  Nada hay que no sea rico, feliz; nada hay que no respire y que no inspire la despreocupación y el placer de dejarse vivir; nada, como no sea el aspecto de esa turba que se apoya, allá en el exterior, recogiendo gratis el capricho del viento, jirones de música y contemplando el deslumbrante horno interior
Charles Baudelaire [i].

            Con el título ¨La ciudad, como galería de goces¨ me propongo hacer alusión a la ciudad expuesta no solo en su arquitectura sino en sus gentes con sus prácticas y nombres dados a esas prácticas.  Es la ciudad que se ofrece para  ser contemplada a la manera de una exposición en una galería de arte que se visita para dialogar e interactuar con las obras u objetos, significantes, símbolos que en ella se muestran.  Las características de la ciudad como lugar de exposiciones son innumerables, pues en ella hay un sin número de eventos que podrían ser observados, algunos de ellos, como su arquitectura, de carácter  más permanente, otros, como las prácticas de sus habitantes en sus calles, plazas, parques, más transitorios y efímeros.  La ciudad constituye a cada uno de sus habitantes, lo integra en su espacialidad y a la vez le sirve de espejo que le retorna su imagen de maneras diferentes, con identificaciones que le producen agrados y desagrados, con ambivalencias que lo llevan a actuar e interactuar de una manera u otra, con rechazos y angustias que lo llevan en algunas ocasiones a querer salirse de ese espejo.  Los eventos expuestos en la ciudad en los quiero detenerme, se refieren a una serie de personajes y grupos humanos en prácticas diversas, que aparecen en el espacio público y han sido nominados y caracterizados por algunos escritores desde la literatura, por investigadores sociales y  psicoanalistas.

Cuando en el título digo ‘galería de goces’, me refiero a que aquello en lo que quiero detenerme es en mirar al habitante como un sujeto constituido, entre otros aspectos, por su goce, como lo propone el psicoanálisis, un sujeto que en cada una de las prácticas que realiza se expone al otro para ser mirado en sus movimientos, fantaseado, deseado o ignorado.  Freud en sus escritos, habla de un sujeto de deseo, que está en búsqueda permanente, y esa búsqueda le da orientación a su ‘ser y estar en el mundo’ y podríamos decir a ‘su hacer su vida’.  No se trata de un sujeto de necesidades instintuales que se satisfacen con un objeto específico que adquiere, sino de un sujeto de pulsiones que buscan satisfacción a toda costa, de un sujeto en falta, que tiene que poder integrarse con su deseo, a una sociedad e interactuar con ella en los campos simbólicos e imaginarios que la constituyan, como es su arquitectura, y además soportar sus propias imposibilidades e impotencias.  Pero a la vez, y esto lo va a enfatizar Lacan, es un sujeto de goce, esto quiere decir que en cada uno de sus actos está incluido su cuerpo erotizado, sexuado, cuyas pulsiones buscan satisfacción, más allá, como dice Freud, del principio del placer, más allá del principio de realidad[ii].  Ese goce decimos, se detecta en sus acciones, gestos y movimientos y puede que también se encuentre alguna pista en el nombre con el que se le llama[iii].

Con las aclaraciones anteriores, propongo mirar la ciudad como una galería de personajes y grupos que han alcanzado una nominación en la cual hay referencias a los goces en los que están atrapados.  Se trata de mirar esos goces expuestos en el espacio del afuera, en el que llamamos público, el de las calles, parques y plazas; de tratar de identificar las pulsiones que invaden y orientan las prácticas de los habitantes de tal manera que el cuerpo se incluye y conduce a  acciones diversas, a diferentes experiencias urbanas.  Con esta indagación espero poder abrir un camino que permita encontrar voces de mando que guían sus andares, lógicas que estén en juego en la manera de nombrarse, de presentarse, de apropiarse de los espacios, de insertarse en la multitud; poner en palabras orientaciones que gobiernan sus movimientos, sus ausencias y presencias.   Debo decir que lo que presento es una investigación en curso[iv] y una invitación para continuar con el desarrollo del tema.  Presentaré un esbozo de un camino que considero se abre para indagar en nuestras ciudades, que se asimilan en tanto en todas podemos encontrar los habitantes que recorren sus calles y se exponen a la mirada de quien los observa y a la vez tiene sus propias características.

Para iniciar la indagación, partiré de señalar algunos personajes que han sido tipificados y nombrados por algunos escritores de la literatura de la ciudad del siglo XIX, en medio de la reciente aparición de los fenómenos de las multitudes y la masificación y de la desaparición en ellas, del sujeto.  Me refiero a autores como Charles Baudelaire y Edgar Allan Poe que detuvieron su mirada en la multitud de la ciudad del siglo diecinueve, cuando apareció la ciudad industrial que sentó bases para la ciudad del siglo veinte que  aún son vigentes, y encontraron personajes que no solo dejaron ver su individualidad, sino su manera de estar, de hablar, de moverse en medio de la muchedumbre.  Como camino metodológico, me refiero, de manera especial, a la propuesta que hace Walter Benjamín[v] cuando en su búsqueda por entender la ciudad, indaga en estos autores y se detiene en los personajes que ellos encontraron y nombraron cuando miraron y se metieron en medio de la multitud.  Los autores mencionados lograron caracterizar algunos personajes cuyos comportamientos y prácticas urbanas dan cuenta de habitantes de la calle atrapados en su propio goce, alimentados por la multitud misma y expuestos a la mirada del poeta que tiene la capacidad de narrarlos, de convertirlos en pista para pensar lo que en ella sucede.  Con las miradas de estos escritores y con las nominaciones que proponen, la masa humana que circula por las calles y parece ser impenetrable y homogénea, se disuelve y descompone en un sin número de personajes, que se ofrecen para ser reconocidos en sus gestos y movimientos, en su pertenencia a uno u otro grupo, en sus propios mundos.

Cuando Benjamin, desde el primer tercio del siglo veinte, vuelve sobre la ciudad industrial del siglo XIX, particularmente sobre París, lo hace de la mano de Marx, Freud y Proust.   Cada uno de ellos le ofrece la posibilidad de abordarla desde una situación diferente.  Marx le indica el camino para reconocer en la multitud el grupo de los explotados por el capital, esa masa humana que realiza el trabajo abstracto, mientras exhibe su condición de explotación, de deshecho, su aniquilamiento como sujetos, debido a sus pertenencia a  una economía cuya lógica se encuentra en la sobrevaloración de producción y el intercambio de mercancías más allá de la valoración del mismo ser humano.  A este grupo lo denomina ‘proletariado’; le enseña sobre la automatización en la que es sometido el sujeto con la industrialización, las relaciones de producción en la que se encuentra atrapado.  Marx con su nominación le pone de presente un horizonte que puede dar sentido a este grupo humano, un horizonte que puede conducirlo a su liberación.  Ese camino lo comprende Benjamín,  lo enfatiza en su aproximación a la ciudad, lo hace parte de su bandera.  Freud por su parte, le indica el camino para pensar el Shock que le causa vivir y actuar en medio de esa multitud como una experiencia traumática que tiende a aniquilarlo; le pone de presente el sujeto del inconsciente, aquel cuya estructura incluye algo que no puede decir, algo que lo hace girar en torno, buscar, andar.  Este autor le enseña la existencia de un sujeto que no está gobernado por el azar, sino por su misma historia entreverada con su cuerpo. Allí está contenida la clave de los movimientos que se suceden.  Proust, el tercero de los mencionados, le revela la posibilidad de una experiencia transformadora que va más allá de una simple vivencia.  Se trata de una experiencia que lo conecta con lo constituye con el pasado que aún permanece en huellas de uno u otro tipo, con creencias, fantasías, sueños que hablan de identificaciones diversas, de imposibilidades, le revela la posibilidad de la reconstitución, a través de la palabra.

Benjamín indaga la ciudad del siglo diecinueve, y en ella se detiene, entre otros temas, en la multitud, y logra desentrañar y diferenciar personajes y condicionamientos, verdades que sostienen una u otra práctica.  A través de su aproximación, pone en evidencia los puntos de mira de cada  narrador y el sitio de interrelación que introduce con su mirada.

Pero Benjamín no solo abre camino para la indagación en esa multitud que en una primera mirada, aparece como un objeto impenetrable, que se ofrece a distancia para ser observado, sino que también el mismo se localiza como uno de los habitantes que habitan las calles de la ciudad, y ello lo hace desde la narración de su propia vida, de su infancia en Berlin, donde se refiere a la manera como en esa época se apropiaba de la ciudad en sus recorridos con sus padres y demás personas que lo cuidaban; y de relatos relacionados con su juventud cuando la calle adquiría la dirección de algún amor, de algún proyecto propio que le abría camino más allá de su familia.  “Crónicas de Berlín”, “Infancia en Berlín” y “Calle de dirección única” son algunas de sus obras que dan cuenta de cómo la ciudad lo constituyó, de cómo ella es parte integral de su propia manera de experimentar el  mundo, de dar cauce a su deseo, de enfrentarse con su goce y con el de otros.

Con el fin de abrir camino para dar cuenta de la galería de goces que se expone en la ciudad, propongo empezar por evidenciar algunos de los personajes que propone la mirada de los autores mencionados e intentar identificar al menos, algunos que aún están atrapados en grupos pero que han venido configurándose por diferentes vías, en la escena actual de nuestras ciudades. Algunos de estos personajes aunque datan del siglo diecinueve,  puedan encontrarse de nuevo, en cualquiera ciudad actual, otros pueden haber aparecidos recientemente y por ello sus perfiles y nombres aún no se han decantado suficientemente.

Para empezar quisiera traer a Jacques Prevert, el poeta francés cuando deteniéndose en las calles de su ciudad dice:

HE VISTO A MUCHOS…
He visto a uno que se había sentado sobre el sombrero de otro
Estaba pálido
Temblaba
Aguardaba algo… quién sabe que…
La guerra… el fin del mundo…
No podía ni siquiera hacer un gesto
O hablar
Y el otro
el que buscaba “su” sombrero estaba más pálido aún
y también temblaba
y se repetía sin cesar:
mi sombrero… mi sombrero…
y tenía ganas de llorar.
He visto a uno que leía los diarios
he visto a uno que saludaba a la bandera
he visto a uno vestido de negro
tenía reloj
cadena de reloj
monedero
la legión de honor
y quevedos.
He visto a otro que arrastraba al hijo de la mano
y que gritaba…
He visto a uno con un perro
he visto a uno con bastón de estoque
he visto a uno que lloraba
he visto a uno que entraba en una iglesia
he visto a otro que salía de ella[vi]

De la literatura mencionada, quiero hacer referencia a algunos de los personajes que exponen su goce en la ciudad:

1.  La multitud y el hombre de la multitud:  Edgar Allan Poe en el escrito “El hombre de la multitud”[vii], a través de un narrador convaleciente que mira desde la ventana de un café,  da cuenta de la muchedumbre que recorre las calles del Londres del siglo diecinueve.  La examina y presenta por grupos de acuerdo con sus movimientos, vestimentas, maneras de caminar.  Cada uno de ellos, le sugiere conexiones diferentes con el mundo y mundos diferentes.  Los que la conforman se mueven sin parar, como si estuvieran atravesados por un tiempo que les impide detenerse.  Su manera de caminar los presenta como autómatas que responden a una especie de mecanismo oculto.  Las miradas simplemente se rozan, se evitan, pues detenerse en el otro podría desatar sentimientos que no convienen, les impediría llegar a tiempo a alguna parte, desobedecer alguna orden.  Ellos  parecen estar presos de algún mandato, y su caminar por la ciudad, lo denota.  Parecen estar devorados por el goce de Otro que no les concede la posibilidad de deseo, y los despoja de lo que los constituye, pues necesita consumirlos para su propio beneficio.

Dentro de  la multitud, Poe reconoce al hombre de la multitud, el que se desliza sin dar cuenta de una orientación.  Poe describe los movimientos mecanizados de su cuerpo que parecen responder a una voz por fuera de él mismo,  a algo que parece desprenderse de esa multitud en medio de la cual se mueve frenéticamente, como dice Benjamín cuando examina ese cuento[viii].   “El hombre de la multitud” no puede apartarse de ella, se mueve a su ritmo, se alimenta de ella, la hace su cuerpo, a la manera de un objeto oral que chupa, a la vez que se adhiere.

De este cuento, Benjamín resalta la automatización del hombre de la multitud como fuentes del shock que según ellos, producía la gran ciudad. Vale recordar que tanto Poe como Baudelaire tuvieron la experiencia de una ciudad que apenas surgía, que los arrastraba en su velocidad, que indicaba otras lógicas de funcionamiento, que la multitud era un fenómeno nuevo que apenas se reconocía.  Sin embargo, podría decirse que muchos de los habitantes anónimos que recorren la ciudad actual, nuestras ciudades, exhiben movimientos similares a los que tipifica Poe en su cuentos, podría decirse que es un personaje típico de la ciudad capitalista, que continua estando presente a través de los diferentes momentos de su desarrollo.  Con esto se pone de presente que la ciudad capitalista está gobernada por un amo impersonal que le impone la producción y se sostiene en las necesidades del sistema en el cual surge, que toma del sujeto su goce y lo consume en su afán de producción y reproducción. 

 2.  El Flaneur y el poeta.  El flaneur es el personaje identificado por Baudelaire, que se pasea por las calles, que habita en ellas, que observa, pero a la vez como dice Benjamín, parece no poder desprenderse de su espectáculo,  estar preso de la de la multitud.  No puede dejar de mirar, y a la vez está expuesto siempre para ser mirado.  Como en un juego de espejos, su imagen solo la reconoce en esa multitud, que lo alimenta y sostiene que le fija recorridos y le da satisfacción.

Benjamín dice que Baudelaire en algún momento pensó que el flaneur era igual al poeta, pero luego dice, que no es así pues éste, el poeta se aparta, no participa del juego.  Necesita de la soledad[ix].  Baudelaire lo dice de la siguiente manera:

Quisiera descontento de todo el mundo y descontento de mi mismo, redimirme y sentirme un poco orgulloso en el silencio y la soledad de la noche. ¡Almas de los que he querido, almas de los que he cantado, fortalecedme, sostenedme, alejad de mi la mentira y los vapores corruptores del mundo! ¡Y tú mi Señor y mi Dios! ¡Concededme la gracia de producir algunos versos hermosos para probarme a mi mismo que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a aquellos que desprecio! [x]

Multitud, soledad:  términos iguales y controvertibles para el poeta activo y fecundo.  Aquel qu no abe poblar la soledad no sabe tampoco estar solo en medio de una muchedumbre atareada.[xi]

3.  El hombre de arena, el doble y la muñeca mecánica:  El acercamiento a la literatura como posibilidad de reconocer comportamientos del ser humano, de entender su vida, también lo realizó Freud y en esa indagación, se detuvo en el cuento ‘El hombre de arena’ de E.T.A. Hoffman, cuando en su escrito “Lo Ominoso[xii], trata de explicar este sentimiento y habla de como lo familiar tiene la posibilidad de convertirse en no familiar, y para ello se apoya en los personajes, el hombre de arena y Nathaniel, protagonistas del cuento, para hablar de la relación entre ambos y desarrollar su teoría.  De su exposición se propone como personajes de la multitud a ese hombre de arena que tiene la capacidad de aparecer en otros, asociado a otros que parecen conservar algunos de sus rasgos.

El hombre de arena es un personaje de quien se desconoce su procedencia y solamente se le ubica por su comportamiento, el cual de acuerdo con la descripción de Hoffman, se caracteriza por arrojar arena a los ojos de los niños para luego robárselos y dárselos de comida a sus pequeños.  Freud lo caracteriza como el que mutila, el que quita un órgano, el que castra.  Este personaje amenaza con la posibilidad de suprimir l órgano de la visión, un órgano relacionado con el poder ubicar al Otro como testigo que legitime al sujeto, su imagen, la posibilidad hacer parte de su deseo.

Su encuentro en medio de la multitud, se hace a través de Nathaniel, el protagonista del cuento quien ha lidiado con este personaje desde su más temprana infancia, lleva consigo los rasgos amenazadores de una posible mutilación, y el error que le produce hace que lo encuentre representados en otros, a la manera de un doble, que se multiplica en personajes diferentes, como un fantasma que tiene la facultad de aparecer y desaparecer cuando nadie lo espera.  En la lectura de Freud  del cuento de Hoffman, el doble que encuentra Nathaniel y tiene la capacidad de sumirlo en el terror, aparece encarnado en el Doctor Coppelius, amigo de su padre y a quien Nathaniel acusa de su muerte; luego en Coppola quien aparece, en medio de la multitud, como un vendedor de anteojos, esto es de ojos postizos, que suplantan el órgano que no se posee o no sirve.  Este personaje es para Nathaniel el mismo Coppelius, quien a su vez como se dijo es un sustituto  del hombre de arena.  En el cuento, también aparece Spalanzini, quien es el dueño de una muñeca mecánica llamada Olympia, a la cual éste finalmente destroza, causando un gran dolor a Nathaniel, quien a través de un enamoramiento, se había identificado con ella.

El doble del hombre de arena, el doctor suplanta la experiencia original.  En tanto la calle ofrece una gama de personas sin rostros, vaciadas de identidad, parece darse un ambiente de fácil moldeabilidad  para asumir el rostro del fantasma de quien mira.   De esta manera lo familiar se convierte en no familiar, y la multitud que parecía poder reconocerse desde la distancia, se complejiza, pues en ella no solo se encuentran personajes que pueden agredir y hacer daño, sino también fantasmas que tienen la posibilidad de vuelve posibilidad de despertar todos los temores.[xiii]

La interpretación que hace Freud de este cuento permite pensar que también objetos mecánicos que invaden la ciudad y se exhiben en las calles y vitrinas, pueden también adquirir vida y ser objeto de fantasías de quien se encuentra en la calle, en medio de la multitud.  Olympia, la muñeca mecánica de Spalanzini, se convierte en objeto de amor de Nathaniel, es su imagen ideal, a la cual veía a través de sus gafas oscuras, desde su ventana.  Freud se detiene en examinar las posibilidades de que lo mecánico se convierta en fuente de terror, y lo examina en relación con diversas circunstancias, a la vez que advierte su situación de borde entre una realidad a la que se le confiere cierta veracidad y otra que pueda relacionarse con el delirio.

Lo inanimado como sustitución de lo orgánico es algo que se ha ido imponiendo en la sociedad capitalista, cuya ciudad, desde sus inicios, se ha llenado de mercancías, de objetos mecánicos que cumplen diferentes funciones, desde reducir al obrero a una fuerza de trabajo abstracta, sin competencia que lo particularice, hasta reemplazar cualquier órgano del cuerpo o crear robotts que suplantan al humano mismo.

            Los anteriores personajes se han ido decantando y profundizando por diferentes autores que han enfrentado los temas de la multitud y del sujeto en medio de ella, expuestos con sus angustias, temores, con sus goces.  Sin embargo, creo que es necesario que siguiendo el camino por ellos esbozado podamos mirar los goces actuales de nuestras ciudades, los que se exponen en sus calles y particularizan.   Creo que de nuevo, más allá de los estudios sociológicos y antropológicos que dan cuenta de los nuevos grupos o ‘tribus urbanas’, utilizando el término de Manuel Delgado,  es necesario indagar en ellos para poner de presente el sujeto que allí está, con su goce, con sus posibilidades para que el deseo surja.  Las multitudes que describen Poe y Baudelaire le dan un nuevo sentido a la calle, al afuera, resignifican antiguas construcciones.  Igualmente, las multitudes y los personajes que habitan nuestras ciudades también le dan nuevos sentidos y significaciones.  Sitios que en una época pudieron ser netamente residenciales se transforman con la aparición de nuevos grupos que se amalgaman en torno a necesidades diferentes, a situaciones diferentes, a prácticas que dan cuenta de su origen o de su falta de origen.  Por obra de los medios de comunicación, la multitud ha adquirido nuevos límites y su tamaño parece extenderse al infinito.  El Internet por ejemplo se convierte en posibilidad de encuentro con una multitud virtual que de igual manera ofrece múltiples identificaciones y la posibilidad de que en lo que parece familiar aparezca lo desconocido, lo que angustia, la muerte.

Haré mención a algunos de los personajes de la ciudad contemporánea que entre muchos otros, merecen ser investigados con más detalle:

1.  El N.N.:  Este personaje se refiere al que no tiene un nombre propio que le posibilite una identidad, en el cual pueda reconocerse un primer destino dado por el padre, un deseo que pueda ser reconocido por el otro semejante y por el Otro como parte de su goce.  La falta de nombre propio se presenta como imposibilidad de reconocer la carencia de una tradición, de un linaje en el cual se inscribe, de un deseo con el cual pueda identificarse[xiv].  Al carecer de nombre, el sujeto desaparece y se convierte en parte de una masa donde no hay diferenciación, y donde esa masa misma, parece ser su propio sostén.   El nombre propio es una distinción, que en una comunidad cercana puede indicar origen y procedencia.  El nombre propio distingue y da una posibilidad de forma.  Es la presencia de la voz del padre que nomina.  Cuando ella no está, es la ausencia de esa voz la que se impone, y el sujeto no puede encontrar deseo alguno.
           
El N. N.  puebla de manera generalizada no solo las calles, sino los morgues y los cementerios.  Sus fantasmas recorren nuestras ciudades pidiendo que se les llame por su nombre, que se les identifique.

El desplazado:  Una de las características que ha identificado a la multitud de la ciudad capitalista, basada en las leyes del mercado, es la movilidad, el cambio forzado de territorio debido generalmente,  a situaciones relacionadas con la política y la economía.  En el caso de Colombia esta expulsión se ha dado acompañada de la violencia física y a los que la han sufrido se les denomina desplazados.  EL desplazado se caracteriza por haber sido expulsado de su lugar de origen o de algún lugar, y por encontrarse desprotegido, desprovisto, desamparado y a la vez vacío, despojado.  Muchos de ellos se apropian de alguna esquina de la ciudad, a la manera de un territorio y desde allí exhiben su condición de desposeídos, acompañada de un pedido insistente y a veces agresivo de alguna donación para suplir sus necesidades. 

La situación en la que se encuentran tiene riesgo de convertirse en permanente, y ello puede llegar a producir sentimientos de angustia en quien los observa debido a diversas razones entre las cuales pueden mencionarse:  a) su condición de personas que han sido expulsadas de sus lugares de origen por la violencia, de inmediato trae imágenes de guerra y de muerte; b) se exponen en medio de la calle en estado de total carencia, en posición de caída y desmaterialización.  Las condiciones de despojo en las que se encuentran hacen que no puedan tener el control debido, n ningún control, sobre las emanaciones de su cuerpo, de tal manera que y éste, su cuerpo, casi llega a confundirse con ellas, a ser solo deshecho, un cuerpo que se descompone en vida a la vista de todos, y ello se presenta para muchos, como una especie de  peste de la que hay que alejarse.;  c) su estadía en la calle, si bien en un primer momento se presenta como coyuntural, como en transición, amenaza con convertirse en permanente, no solo porque no es seguro que encuentren algún empleo y un sitio donde refugiarse sino porque la misma posición de víctimas puede llevar a comportamientos que encuentren alguna complacencia en ese estado.

            El desplazado podría asociarse con un rasgo relacionado con un vaciamiento interno, con no poseer nada, no poder dar nada, no tener o retener algo.  Un cuerpo que no posee, que no excreta, que está vaciado, que no ha heredado nada, que no ha acumulado, que deambula vacío, agredido, mutilado.  No hay respuesta a la demanda del Otro, porque no tienen nada para dar.

A modo de cierre:  Cada uno de los personajes anteriormente señalados está definidos por rasgos que se refieren a su goce, el cual se presenta, en muchos de ellos, de manera descarnada, sin velo alguno y se ofrece como rasgo que da pies para que la angustia aflore.  Ellos se refieren a la pérdida de algo, relacionada con el otro, con la manera de interactuar en y con  él.  El otro de la calle se ofrece como espejo de identificación, sin embargo al mirarlo, la imagen que ofrece no siempre es la que quisiera verse, sino que es una imagen cargada de aspectos que preferirían evitarse, pues se teme que ellos devuelvan un rasgo propio que no quiere verse.

Con lo dicho anteriormente considero que es posible abrir camino para escudriñar en la multitud y encontrar al sujeto en la búsqueda de orientar su deseo, de lidiar con su goce.  Ello ayudará a señalar las lógicas que allí se encuentran, las posibilidades e imposibilidades de acercamiento y diálogo.

Tendríamos que volver a leer nuestros poetas, novelistas y cuentistas, así como  detenernos en nuestros artistas, y mirar la calle más allá de los indicadores económicos, y recuperar en su lectura, el cuerpo expuesto, fragmentado, despedazado, atrapado en una multitud que lo asfixia, y en una escenografía que ni siquiera distingue.


[i].  Charles Baudelaire, (1998) EL Spleen de Paris, México:  Fontamara S.A., Pág. 43.
[ii].  Sigmund Freud, Más allá del principio del placer, en Obras Completas, tomo I,  Bibliotecaa Nueva,  Madrid, 1967, Págs. 1097-1126
[iii].  Jacques Lacan,Seminario 10 La Angustia, Paidós, Buenos Aires 2005.
[iv].  El trabajo que aquí se presenta es un desarrollo de la investigación “Ciudad y discursos del goce” que actualmente adelanta la autora.
[v].  Se hace referencia al texto de Walter Benjamín, Algunos temas en Baudelaire en Iluminaciones II, Taurus Ediciones S.A., Madrid, 1972.
[vi].  Prevert, Jacques, Palabras, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1971 págs 43-44.
[vii]. Edgar Allan Poe, (1963) “The Man of the Crowd”, Running Publishers, Phladelphia, 1963, págs.  647- 654.
[viii].  Walter Benjamín, op.cit.
[ix].  Charles Baudelaire, op.cit.
[x].  Op.cit., pág. 35.
[xi].  Op. cit, pág. 39.
[xii]. Sigmund Freud,“,  “The Uncanny”.  Standard Edition, 17. págs. 339-376.
[xiii].  Sigmund Freud, op. cit.
[xiv].  Jacques Lacan, (2005) “De los nombres del padre”, Buenos Aires:  Paidós, págs.  65-103.

La invención de Antígona: pérdidas y duelos


La invención de Antígona:  pérdidas y duelos

Beatriz García Moreno

            He considerado oportuno para esta ocasión dedicada a la invención de cada mujer, abordar el personaje de “Antígona” de Sófocles (1978) a partir del examen de los duelos que realiza luego de cada una de las pérdidas que sufre, pues considero que mediante ellos, Antígona inventa y se reinventa a sí misma a partir de lo femenino que la constituye[1].
Quedé atrapada en Antígona a partir de las imágenes construidas por Sófocles y recreadas por Lacan (2003), en torno al cuidado del cadáver de su hermano Polineces y al solemne desfile lleno de belleza y dolor que realiza hacia su propio enterramiento, y quizás, fue ese atrapamiento y la pausa que impuso, lo que permitió que comenzaran a aparecer una tras otra, la serie de pérdidas sufridas por esta heroína, anteriores a la de su propio ser, y las maneras como ella fue reinventando su propia vida a través de sus actos.
Las pérdidas a las que me refiero fueron: la revelación de la verdad sobre el origen que llevó a la caída del padre, el suicidio de la madre, la ceguera y expulsión del padre con la consecuente pérdida del lugar que habitaba, la separación forzada del padre y su encierro en casa de Creonte, la muerte de sus hermanos y el castigo al no enterramiento de uno de ellos, y su propia muerte. Los duelos que acompañan estas pérdidas podrían sintetizarse en los papeles que asume: ser lazarrillo del padre, ser la enterradora de su hermano, ser la condenada a muerte que camina hacia su tumba, y finalmente la que se quita la vida Todos estos papeles la llevan a realizar acciones específicas, donde el amor y el deseo son los que le permiten reinventarse y constituir una subjetividad que ha perdurado a través del tiempo.
Para el abordaje de este tema, me he apoyado en el psicoanálisis pues la pérdida y el duelo en tanto inherentes a la constitución del sujeto, son temas centrales en el desarrollo de su teoría. Podría decirse que como sujetos estamos hechos de pequeñas y grandes pérdidas que requieren de duelos que permitan al deseo obstaculizado encontrar su camino, y al sujeto reinventarse. Freud en su texto “Duelo y Melancolía” (1968) examina con detenimiento, ambos afectos, el proceso de pérdida y vaciamiento y la posibilidad del encuentro de nuevos objetos sustitutos que permitan retomar el ritmo de la vida.  En  Lacan, el tema de la pérdida y sus caminos de resolución se desarrollan en diferentes momentos, podría citar como ejemplos, su “Seminario 10, La Angustia” (2004) y su escrito sobre “Los nombres del padre” (2005), en los cuales se refiere a cada uno de esos momento de caída y recomposición propios del proceso de subjetivación que se repiten y recrean a lo largo de habitar el mundo.

La importancia de Antígona en Occidente
Para entender la importancia de Antígona, vale la pena hacer una corta mención a la manera como grandes pensadores de occidente la han considerado, y para ello me apoyaré, en George Steiner, “Antígonas” (2009) quien hace un recorrido por sus teorías. Este autor deja claro que durante los siglos XVIII y XIX cuando los valores sostenidos por la Iglesia y la Monarquía fueron cuestionados, y se hizo necesario comprender la naturaleza de las instituciones sociales y sus relaciones con la familia y el individuo, Antígona se convirtió en referencia obligada. Hegel, por ejemplo, le dedicó una significativa reflexión en diferentes partes de su obra, y señaló los desencuentros casi irreconciliables, entre familia, religión y Estado. Su dialéctica basada en la  contradicción entre tesis y antítesis y en el encuentro de una solución, lo llevó a plantear la muerte de Antígona como salida a la contradicción entre Estado y familia. Goethe por su parte, también se detuvo en esta tragedia, pero su pregunta se orientó a los sentimientos de Antígona por su hermano; Shelling a quien también le interesó la obra, la consideró un importante texto de referencia; mientras que Kierkegard la examinó como un importante ejemplo del sujeto de la modernidad que mostraba su autonomía; y Hörderlin al traducirla, la reinventó sin esconder los afectos que le inspiraba.

De otro lado, Freud, un hombre que inició su obra a finales del siglo XIX, dejó a Antígona de lado y se ocupó de su padre Edipo, pues fue en la tragedia de Edipo Rey, donde encontró un camino para establecer el complejo familiar que venía observando en sus pacientes. Lacan por su parte, si bien indagó en Edipo, regresó a Antígona, en su “Seminario 7, La ética” (2003), y lo hizo para examinar a través de ella, no sólo la belleza y lo que cubren sus velos, sino también la ética del psicoanálisis, animada por el deseo que sostiene la propia subjetividad. En esa ocasión, habló del brillo de Antígona cuando desfilaba hacia su muerte, como manifestación de lo bello que se impone como efecto del despojo de los bienes que se han poseído y han dado identidad, y de la presencia de un deseo que califica de absoluto, y la sostiene en los actos que realiza. También hizo alusión a la puesta en escena de la tragedia, al teatro griego a cielo abierto, al coro dando cuenta del sentir de lo que acontecía, de la pasión y del temor que se concentraban en la figura de Antígona caminando hacia su muerte. Su descripción muestra la anamorfosis[2] que allí está presente, que atrapa, que subyuga y atrae, que da cuenta de lo bello como velo de lo indecible; de la convergencia del dolor causado por el destino y maldición del linaje al que ella pertenece, y la fuerza del deseo que la envuelve en su propia invención. Ese dolor se presenta en la pasión que se desprende de sus palabras, de su cuerpo y sus movimientos, narrados por Sófocles, recreados por el coro y reinventados por cada observador, por cada lector.

Las pérdidas y duelos de Antígona:
            Luego de esta corta referencia a algunos autores que la han considerado en sus teorías, abordaré el tema propuesto mediante la narración de algunos datos de su historia que dan cuenta de sus pérdidas y señalaré en ese recorrido, algunos de los aspectos que considero configuran el duelo que la reinventa en cada episodio. Los datos relacionados han sido tomados de dos tragedias de Sófocles (1978), “Edipo en Colona” donde Antígona es acompañante de su padre , y  “Antígona”, donde es la protagonista.

 La caída del engaño,  la muerte de la madre, la ceguera del padre
            Antígona era  hija del Rey Edipo de Tebas y de Yocasta, la antigua mujer de Layo, pero Yocasta y Layo eran los padres de Edipo.  Cuando Edipo hizo su familia con Yocasta desconocía su origen; él ocupó el lugar de Layo porque pudo descifrar el enigma de la Esfinge, y con esa acción, de la cual obtuvo como recompensa ser el Rey de Tebas y casarse con la Reina, liberó a la ciudad de una serie de males[3]. De su unión con Yocasta, la reina, tuvo cuatro hijos, Eteocles y Polineces, ambos herederos al trono, e Ismena y Antígona que como mujeres no podían serlo. La paz de la ciudad no fue duradera y de nuevo los males se apoderaron de la ciudad y como camino para solucionarlos, y recuperar el orden, se decidió buscar al asesino de Layo a quien se le acusaba de lo que pasaba, y darle el castigo merecido. Fue en medio de esa búsqueda que Edipo descubrió, que era el hijo de Layo y Yocasta, y por lo tanto asesino de su padre. Con este descubrimiento, “la venda cayó de sus ojos” (Lacan, 2004), comprendió la verdad, y el saber se convirtió en motivo de dolor.  Entre tanto, Yocasta, su esposa y madre, que ya había comprendido la dimensión de lo ocurrido, no resistió la verdad y decidió ahorcarse en su cuarto.
Para Edipo el conocer que había cometido el crimen del incesto, implicó la caída de un saber-verdad, y de la identidad que le había otorgado un lugar.  Por su parte Antígona y sus hermanos se descubrieron como hijos de ese crimen, de un acto que los condenaba para siempre, pues su ley no se ajustaba a la de la ciudad. La posición que los sostenía y daba identidad había caído. Eteocles y Polineces, herederos del padre se aliaron a Creonte y lo expulsaron de la ciudad, Antígona comprendió su despojamiento, el linaje se había hecho pedazos, la madre había muerto y el padre ciego, lo único que le quedaba, y expulsado de la ciudad, había perdió su lugar.

Antígona se inventa como lazarillo del padre.
            Edipo encontró a Yocasta muerta y decidió chuzarse los ojos con el cinturón que a ella le había servido para el suicidio. Su crimen lo pagó con un autocastigo, con una automutilación que lo condenó a la ceguera física, luego de que la venda de su vida engañosa, había caído. Cuando sus hijos varones conocieron la verdad, lo humillaron y con el apoyo de Creonte hermano de Yocasta, lo condenaron al destierro de Tebas, de su ciudad y así dieron cumplimiento a uno de los mayores castigos de la Grecia Clásica, ser expulsado de la ciudad.  La pérdida de su lugar condenó a Edipo a la errancia, pero no lo hizo solo ya que Antígona se ofreció para acompañarlo y servirle de lazarillo en su peregrinaje.  En “Edipo en Colona”, Sófocles señala la manera como el padre, Edipo, se apoyó en ella, la hija, que era lo único que le quedaba. Con este acto, Antígona encontró una posibilidad de ser, ante el derrumbamiento del reino de los suyos. El padre desvalido, ciego sin reino, era lo único que le quedaba, y su decisión de irse con él puso de presente la necesidad de su amor, de estar a su lado para poder existir en lo que la constituía y daba consistencia. Con su acción se separa de las leyes tiranas de Creonte, y pone de presente que en ella habitaba algo más, suplementario, que no se ajustaba a su mandato.
             Antígona se reinventó al asumirse como lazarillo de su padre. En lugar de abandonarlo como sus hermanos, comprendió que su destino era acompañarlo y cuidarlo en la inhabilidad de su cuerpo. Al hacerlo anticipaba su condena y daba cuenta de lo que diría más tarde, de que estaba hecha de amor y que necesita de ese amor. Antígona cuidó de su padre Edipo, le sirvió de apoyo y de orientación en la oscuridad que conlleva la pérdida; le prestó sus ojos, y con ello se convirtió en acompañante e inventó su propio duelo. Más allá del linaje que la unía a su padre, Antígona actuó impulsada por sus afectos, pero sobre todo por la necesidad de dar consistencia a su ser que se resquebrajaba con las pérdidas sufridas. Al igual que su padre, se sentía sin lugar, sin plaza, sin ciudad, sin un campo simbólico en el cual pudiera reconocerse; él era su única referencia y ese peregrinaje al lado de quien le había dado la vida y transmitido un linaje, era su posibilidad de ser. Sobre los escombros de su familia, ella reconoce lo suyo y lo defiende, se reinventa al cuidar a su padre y dar cuenta del amor que a él la une, más allá de las leyes de la ciudad de Creonte.

La separación del padre y el encierro en casa de Creonte
            Al llegar cerca de Atenas, donde reinaba Teseo, Ismena se unió a Edipo y a Antígona. Creonte quien era en ese momento el nuevo Rey de Tebas, los encontró y obligó a Antígona y a su hermana Ismena a irse de nuevo a Tebas. De forma tiránica las arrancó del lado de Edipo e impidió que Teseo cumpliera el deseo de Edipo, de cuidarlas después de su muerte.
            Antígona ya no pudo cuidar más a su padre y obtener la consistencia y el goce que su cercanía le producía. Perdió el lugar privilegiado de ser su acompañante, y como lo dice la tragedia, con su reclusión en la casa de Creonte, quedó muerta en vida, pues quedó sometida a ser dependiente de sus leyes, y la prometida de su hijo Hemón, quien como esposo y a usanza de la época, debería  responder por ella.  Sin embargo, el vacío por la pérdida de su mundo simbólico la reafirmó en su linaje, rechazó las leyes de Creonte que no eran sus leyes.  Todo lo que sostenía su conexión con el mundo simbólico en que se había constituido, el de la ciudad, el de sus padres y hermanos, ya no existía, y en su entorno no encontraba nada para sustituir sus pérdidas; estaba muerta en vida y lo único que parecía sostenerla era su propio deseo que la sublevaba contra Creonte.

La muerte de los hermanos y la ley que prohibía el entierro de Polineces
            Por su parte los dos hermanos Eteocles y Polineces habían decidido turnarse el mandato de Tebas, pero al cumplirse el año, el primero de ellos no asumió su compromiso y Polineces, el segundo, decidió irse de la ciudad y buscar ayuda para prenderle fuego y rescatar el poder perdido. Vale aclarar, que Creonte, hermano de Yocasta, quien había detentado el poder cuando los hijos de Layo no habían podido hacerlo, era aliado de Eteocles.  Polineces cumplió con lo prometido, regresó y le prendió fuego a la ciudad.  En medio de la batalla que se desató, se encontró frente a frente con su hermano Eteocles, luchó con él cuerpo a cuerpo, y ambos murieron.  Con la derrota de Polineces, Creonte se reafirmó en su poder y decidió imponer un castigo a Polineces a pesar de que ya había muerto, mientras que exaltaba el comportamiento de Eteocles. Creonte decidió que el cadáver de éste, fuera tratado de acuerdo con los rituales propios del enterramiento, mientras que el de Polineces debería permanecer sin enterramiento, expuesto a la descomposición y a ser devorado por lo buitres. Este mandato debía ejecutarse como castigo y escarnio para todos los habitantes de Tebas.

Antígona enterradora
Antígona que al igual que su hermana Ismena, estaba bajo la custodia de Creonte, se llenó de dolor ante la decisión del tirano, pues había sido testigo de la lucha fracticida y no aceptaba por ningún motivo, ese castigo que atentaba contra lo más sagrado de su tradición, contra lo poco que le quedaba, y decidió, más allá de cualquier ley de la ciudad, de cualquier destino que se le tuviera preparado, bien como mujer o como habitante de Tebas, enterrar a su hermano Polineces, por quien sentía un afecto por encima de cualquier otro. Como ella misma lo dice en la tragedia, era su hermano amado, el último que quedaba de los suyos, era irremplazable, tenían el mismo padre y la misma madre, y ya no había ninguna posibilidad de sustituirlo. Fue así como en medio de la noche, la vó su cuerpo con aceites, lo cubrió con polvos y le ofició los rituales de enterramiento.
Como se dijo, Antígona era la cuarta hija de Edipo y Yocasta; tenía dos hermanos varones y una hermana.  Con su hermana parecía haber tenido alguna complicidad pues en algún momento, le comentó sobre su intención de enterrar a su hermano Polineces, pero ante su temor y su duda, decidió dejarla de lado y seguir firme con su decisión.  Con su acción, Antígona dio muestra de una especial inclinación hacia el hermano muerto y castigado. Su afán por cuidar su cuerpo y no dejarlo expuesto para ser comido por las aves de rapiña, dió cuenta de su amor e identificación con ese ser del cual ya no quedaba sino un cadáver al que se aferraba; un resto que parecía ser el suyo propio. El cuidado puesto en el cuerpo muerto de su hermano, le daba un último aliento a esa vida que se vaciaba irremediablemente. El cuerpo-cadáver del hermano debía retornar a la tierra con los cuidados del enterramiento, debería volver a su lugar de origen donde estaban los suyos. Al igual que cuidó del padre ciego, ahora Antígona cuidaba de su hermano muerto y de esa manera su ser adquiría consistencia, aunque sabía que su acto sería el motivo de su condena.

Antígona la condenada a muerte
Cuando Antígona cumplía con el ritual del enterramiento fue descubierta por los guardas encargados de cuidar el cadáver, que la apresaron y la llevaron ante Creonte quien sin compasión alguna, la condenó a muerte, a morir lapidada. Mientras ocurría su despedida y recorrido a la tumba, llegó  Hemón el hijo de Creonte que era su prometido, y le pidió al tirano que se compadeciera del destino de su prometida, pero éste no aceptó sus ruegos y siguió firme en su decisión, aduciendo que Antígona había violado las leyes de la ciudad. En ese momento apareció el sabio-ciego-adivino Tiresias y advirtió a Creonte que se estaba metiendo en una zona que no le correspondía, que se sobrepasaba en el poder, y que su actitud traería males diversos a Tebas. A todo esto, Antígona entró en la tumba y decidió ella misma, ahorcarse. Hemón no soportó el dolor de encontrarla  muerta y decidió el mismo darse muerte, al igual que lo hizo la esposa de Creonte que tampoco aguantó la situación. Al darse cuenta de lo ocurrido, Creonte entró en desesperación, se derrumbo y quiso echarse atrás pero ya no fue posible.
            Antígona estaba presa de su deseo y actúo en el límite entre la vida y la muerte, o entre dos muertes como dice Lacan (2003).  Ella atendió  a una ley que no era la de la sociedad, su saber pasaba por su cuerpo marcado por un linaje, condenado por el crimen cometido. Ella se reconoció en su amor y lealtad al padre, en el amor por su hermano, y como éste lo había hecho, ella también se sublevó contra las leyes de Creonte que traspasaban las de Tebas, para poder alcanzar la morada de sus padres que tenían otras leyes diferentes. Consideraba el enterramiento como una acción que iba más allá de las leyes sociales y las trascendía. Con el acto fúnebre que propicia al hermano y con su enfrentamiento a Creonte definió su castigo y la terminación de su vida que sin un cauce para su deseo, ya no podía sostenerse.
            Para cerrar este peregrinaje por las pérdidas sucesivas de Antígona, y sus formas de duelo, se puede decir que su figura pone de presente esas relaciones primordiales hechas de amor, pérdida y dolor que son constitutivas del sujeto, de su soledad y de su deseo, y que requieren ser acogidas de alguna manera, en lo social, para que esa vida pueda reinventarse y sostenerse.

Bibliografïa:
Freud, S. (1968). “La aflicción y la melancolía” en Obras Completas, Tomo I, págs. 1075-1082. Madrid: Biblioteca Nueva.
Lacan, J. (2003). Seminario 7 La Ética, 1959-1960. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. ( 2004). Seminario 10, La Angustia, 1962-1963. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. ( 2005). Los nombres del padre, 1964. Buenos Aires: Paidós.
Sófocles ( 1978 ). Antígona en Teatro Griego, págs. 283-308. Madrid: Aguilar.
Sófocles (1978). Edipo Rey en Teatro Griego, págs. 312-342. Madrid: Aguilar.
Sófocles (1978). Edipo en Colona en Teatro Griego, págs 409-446. Madrid: Aguilar
Steiner, G. (2009). Antígonas. Barcelona: Gedisa.


[1]. Un primer abordaje de la tragedia de Antígona lo hice en el artículo, La ciudad de los deseos (2003), donde señalé la importancia del enterramiento de los muertos para que el deseo encontrara cauce. Posteriormente, una invitación formulada por la Maestría de Artes Plásticas y Visuales  (2009) de la Universidad Nacional, en una serie de conferencias sobre el fantasma, la imagen y el duelo, me llevó a formalizar parte de esa investigación en un escrito que titulé con el nombre, Antígona:  enterramiento y duelo, y que ahora retomo de nuevo. El tema lo he trabajado en diferentes carteles de la Nueva Escuela Lacaniana de Bogotá.
[2] La anamorfosis es una técnica renacentista que permite mediante el manejo de la perspectiva una deformación de la imagen con el propósito de transmitir ideas diferentes a las representadas. Lacan en el Seminario 7, La ética (2003), dedica un capítulo al tema.
[3]. La Esfinge preguntaba que quién era aquel que anda primero en cuatro patas, luego en dos y luego en tres, y Edipo no dudó en decir que era el ser humano en su primera infancia, luego en su crecimiento y adultez, y finalmente, en la ancianidad. Este hecho ocurrió después de que había descubierto que no era hijo de los reyes de Corinto donde había crecido.  Cuentan que su padre Layo, en el momento de su nacimiento, y teniendo el conocimiento de que su hijo iba a darle muerte, decidió junto con su mujer Yocasta, deshacerse del niño, y fue así como luego de traspasarle los tobillos con una cuerda, lo entregaron a uno de sus súbditos para que se lo llevara y le diera muerte.  Esta orden no fue cumplida pues el hombre encargado de ejecutarla, se apiadó de la criatura y la entregó a un campesino que de inmediato la regaló a los reyes de Corintio que no podían tener hijos. Cuando Edipo se convirtió en joven supo que era adoptado y decidió irse en busca de su origen, pero  en el camino de huida de la casa de Corinto, tropezó con el Rey Layo quien iba para Delfos a consultar al oráculo sobre los males que aquejaban a Tebas, su ciudad. En el encuentro, al querer pasar al mismo tiempo por un paso estrecho, sus carruajes se rozaron, y sus ocupantes entraron  en una batalla en la cual Edipo dió muerte a Layo y a su cochero, mientras que un tercero se fugaba. Luego de estos hechos, Edipo llegó a Tebas donde los ancianos le pidieron, como joven que era, que tratara de descifrar el enigma de la Esfinge.
.