viernes, 14 de junio de 2013

La invención de Antígona: pérdidas y duelos


La invención de Antígona:  pérdidas y duelos

Beatriz García Moreno

            He considerado oportuno para esta ocasión dedicada a la invención de cada mujer, abordar el personaje de “Antígona” de Sófocles (1978) a partir del examen de los duelos que realiza luego de cada una de las pérdidas que sufre, pues considero que mediante ellos, Antígona inventa y se reinventa a sí misma a partir de lo femenino que la constituye[1].
Quedé atrapada en Antígona a partir de las imágenes construidas por Sófocles y recreadas por Lacan (2003), en torno al cuidado del cadáver de su hermano Polineces y al solemne desfile lleno de belleza y dolor que realiza hacia su propio enterramiento, y quizás, fue ese atrapamiento y la pausa que impuso, lo que permitió que comenzaran a aparecer una tras otra, la serie de pérdidas sufridas por esta heroína, anteriores a la de su propio ser, y las maneras como ella fue reinventando su propia vida a través de sus actos.
Las pérdidas a las que me refiero fueron: la revelación de la verdad sobre el origen que llevó a la caída del padre, el suicidio de la madre, la ceguera y expulsión del padre con la consecuente pérdida del lugar que habitaba, la separación forzada del padre y su encierro en casa de Creonte, la muerte de sus hermanos y el castigo al no enterramiento de uno de ellos, y su propia muerte. Los duelos que acompañan estas pérdidas podrían sintetizarse en los papeles que asume: ser lazarrillo del padre, ser la enterradora de su hermano, ser la condenada a muerte que camina hacia su tumba, y finalmente la que se quita la vida Todos estos papeles la llevan a realizar acciones específicas, donde el amor y el deseo son los que le permiten reinventarse y constituir una subjetividad que ha perdurado a través del tiempo.
Para el abordaje de este tema, me he apoyado en el psicoanálisis pues la pérdida y el duelo en tanto inherentes a la constitución del sujeto, son temas centrales en el desarrollo de su teoría. Podría decirse que como sujetos estamos hechos de pequeñas y grandes pérdidas que requieren de duelos que permitan al deseo obstaculizado encontrar su camino, y al sujeto reinventarse. Freud en su texto “Duelo y Melancolía” (1968) examina con detenimiento, ambos afectos, el proceso de pérdida y vaciamiento y la posibilidad del encuentro de nuevos objetos sustitutos que permitan retomar el ritmo de la vida.  En  Lacan, el tema de la pérdida y sus caminos de resolución se desarrollan en diferentes momentos, podría citar como ejemplos, su “Seminario 10, La Angustia” (2004) y su escrito sobre “Los nombres del padre” (2005), en los cuales se refiere a cada uno de esos momento de caída y recomposición propios del proceso de subjetivación que se repiten y recrean a lo largo de habitar el mundo.

La importancia de Antígona en Occidente
Para entender la importancia de Antígona, vale la pena hacer una corta mención a la manera como grandes pensadores de occidente la han considerado, y para ello me apoyaré, en George Steiner, “Antígonas” (2009) quien hace un recorrido por sus teorías. Este autor deja claro que durante los siglos XVIII y XIX cuando los valores sostenidos por la Iglesia y la Monarquía fueron cuestionados, y se hizo necesario comprender la naturaleza de las instituciones sociales y sus relaciones con la familia y el individuo, Antígona se convirtió en referencia obligada. Hegel, por ejemplo, le dedicó una significativa reflexión en diferentes partes de su obra, y señaló los desencuentros casi irreconciliables, entre familia, religión y Estado. Su dialéctica basada en la  contradicción entre tesis y antítesis y en el encuentro de una solución, lo llevó a plantear la muerte de Antígona como salida a la contradicción entre Estado y familia. Goethe por su parte, también se detuvo en esta tragedia, pero su pregunta se orientó a los sentimientos de Antígona por su hermano; Shelling a quien también le interesó la obra, la consideró un importante texto de referencia; mientras que Kierkegard la examinó como un importante ejemplo del sujeto de la modernidad que mostraba su autonomía; y Hörderlin al traducirla, la reinventó sin esconder los afectos que le inspiraba.

De otro lado, Freud, un hombre que inició su obra a finales del siglo XIX, dejó a Antígona de lado y se ocupó de su padre Edipo, pues fue en la tragedia de Edipo Rey, donde encontró un camino para establecer el complejo familiar que venía observando en sus pacientes. Lacan por su parte, si bien indagó en Edipo, regresó a Antígona, en su “Seminario 7, La ética” (2003), y lo hizo para examinar a través de ella, no sólo la belleza y lo que cubren sus velos, sino también la ética del psicoanálisis, animada por el deseo que sostiene la propia subjetividad. En esa ocasión, habló del brillo de Antígona cuando desfilaba hacia su muerte, como manifestación de lo bello que se impone como efecto del despojo de los bienes que se han poseído y han dado identidad, y de la presencia de un deseo que califica de absoluto, y la sostiene en los actos que realiza. También hizo alusión a la puesta en escena de la tragedia, al teatro griego a cielo abierto, al coro dando cuenta del sentir de lo que acontecía, de la pasión y del temor que se concentraban en la figura de Antígona caminando hacia su muerte. Su descripción muestra la anamorfosis[2] que allí está presente, que atrapa, que subyuga y atrae, que da cuenta de lo bello como velo de lo indecible; de la convergencia del dolor causado por el destino y maldición del linaje al que ella pertenece, y la fuerza del deseo que la envuelve en su propia invención. Ese dolor se presenta en la pasión que se desprende de sus palabras, de su cuerpo y sus movimientos, narrados por Sófocles, recreados por el coro y reinventados por cada observador, por cada lector.

Las pérdidas y duelos de Antígona:
            Luego de esta corta referencia a algunos autores que la han considerado en sus teorías, abordaré el tema propuesto mediante la narración de algunos datos de su historia que dan cuenta de sus pérdidas y señalaré en ese recorrido, algunos de los aspectos que considero configuran el duelo que la reinventa en cada episodio. Los datos relacionados han sido tomados de dos tragedias de Sófocles (1978), “Edipo en Colona” donde Antígona es acompañante de su padre , y  “Antígona”, donde es la protagonista.

 La caída del engaño,  la muerte de la madre, la ceguera del padre
            Antígona era  hija del Rey Edipo de Tebas y de Yocasta, la antigua mujer de Layo, pero Yocasta y Layo eran los padres de Edipo.  Cuando Edipo hizo su familia con Yocasta desconocía su origen; él ocupó el lugar de Layo porque pudo descifrar el enigma de la Esfinge, y con esa acción, de la cual obtuvo como recompensa ser el Rey de Tebas y casarse con la Reina, liberó a la ciudad de una serie de males[3]. De su unión con Yocasta, la reina, tuvo cuatro hijos, Eteocles y Polineces, ambos herederos al trono, e Ismena y Antígona que como mujeres no podían serlo. La paz de la ciudad no fue duradera y de nuevo los males se apoderaron de la ciudad y como camino para solucionarlos, y recuperar el orden, se decidió buscar al asesino de Layo a quien se le acusaba de lo que pasaba, y darle el castigo merecido. Fue en medio de esa búsqueda que Edipo descubrió, que era el hijo de Layo y Yocasta, y por lo tanto asesino de su padre. Con este descubrimiento, “la venda cayó de sus ojos” (Lacan, 2004), comprendió la verdad, y el saber se convirtió en motivo de dolor.  Entre tanto, Yocasta, su esposa y madre, que ya había comprendido la dimensión de lo ocurrido, no resistió la verdad y decidió ahorcarse en su cuarto.
Para Edipo el conocer que había cometido el crimen del incesto, implicó la caída de un saber-verdad, y de la identidad que le había otorgado un lugar.  Por su parte Antígona y sus hermanos se descubrieron como hijos de ese crimen, de un acto que los condenaba para siempre, pues su ley no se ajustaba a la de la ciudad. La posición que los sostenía y daba identidad había caído. Eteocles y Polineces, herederos del padre se aliaron a Creonte y lo expulsaron de la ciudad, Antígona comprendió su despojamiento, el linaje se había hecho pedazos, la madre había muerto y el padre ciego, lo único que le quedaba, y expulsado de la ciudad, había perdió su lugar.

Antígona se inventa como lazarillo del padre.
            Edipo encontró a Yocasta muerta y decidió chuzarse los ojos con el cinturón que a ella le había servido para el suicidio. Su crimen lo pagó con un autocastigo, con una automutilación que lo condenó a la ceguera física, luego de que la venda de su vida engañosa, había caído. Cuando sus hijos varones conocieron la verdad, lo humillaron y con el apoyo de Creonte hermano de Yocasta, lo condenaron al destierro de Tebas, de su ciudad y así dieron cumplimiento a uno de los mayores castigos de la Grecia Clásica, ser expulsado de la ciudad.  La pérdida de su lugar condenó a Edipo a la errancia, pero no lo hizo solo ya que Antígona se ofreció para acompañarlo y servirle de lazarillo en su peregrinaje.  En “Edipo en Colona”, Sófocles señala la manera como el padre, Edipo, se apoyó en ella, la hija, que era lo único que le quedaba. Con este acto, Antígona encontró una posibilidad de ser, ante el derrumbamiento del reino de los suyos. El padre desvalido, ciego sin reino, era lo único que le quedaba, y su decisión de irse con él puso de presente la necesidad de su amor, de estar a su lado para poder existir en lo que la constituía y daba consistencia. Con su acción se separa de las leyes tiranas de Creonte, y pone de presente que en ella habitaba algo más, suplementario, que no se ajustaba a su mandato.
             Antígona se reinventó al asumirse como lazarillo de su padre. En lugar de abandonarlo como sus hermanos, comprendió que su destino era acompañarlo y cuidarlo en la inhabilidad de su cuerpo. Al hacerlo anticipaba su condena y daba cuenta de lo que diría más tarde, de que estaba hecha de amor y que necesita de ese amor. Antígona cuidó de su padre Edipo, le sirvió de apoyo y de orientación en la oscuridad que conlleva la pérdida; le prestó sus ojos, y con ello se convirtió en acompañante e inventó su propio duelo. Más allá del linaje que la unía a su padre, Antígona actuó impulsada por sus afectos, pero sobre todo por la necesidad de dar consistencia a su ser que se resquebrajaba con las pérdidas sufridas. Al igual que su padre, se sentía sin lugar, sin plaza, sin ciudad, sin un campo simbólico en el cual pudiera reconocerse; él era su única referencia y ese peregrinaje al lado de quien le había dado la vida y transmitido un linaje, era su posibilidad de ser. Sobre los escombros de su familia, ella reconoce lo suyo y lo defiende, se reinventa al cuidar a su padre y dar cuenta del amor que a él la une, más allá de las leyes de la ciudad de Creonte.

La separación del padre y el encierro en casa de Creonte
            Al llegar cerca de Atenas, donde reinaba Teseo, Ismena se unió a Edipo y a Antígona. Creonte quien era en ese momento el nuevo Rey de Tebas, los encontró y obligó a Antígona y a su hermana Ismena a irse de nuevo a Tebas. De forma tiránica las arrancó del lado de Edipo e impidió que Teseo cumpliera el deseo de Edipo, de cuidarlas después de su muerte.
            Antígona ya no pudo cuidar más a su padre y obtener la consistencia y el goce que su cercanía le producía. Perdió el lugar privilegiado de ser su acompañante, y como lo dice la tragedia, con su reclusión en la casa de Creonte, quedó muerta en vida, pues quedó sometida a ser dependiente de sus leyes, y la prometida de su hijo Hemón, quien como esposo y a usanza de la época, debería  responder por ella.  Sin embargo, el vacío por la pérdida de su mundo simbólico la reafirmó en su linaje, rechazó las leyes de Creonte que no eran sus leyes.  Todo lo que sostenía su conexión con el mundo simbólico en que se había constituido, el de la ciudad, el de sus padres y hermanos, ya no existía, y en su entorno no encontraba nada para sustituir sus pérdidas; estaba muerta en vida y lo único que parecía sostenerla era su propio deseo que la sublevaba contra Creonte.

La muerte de los hermanos y la ley que prohibía el entierro de Polineces
            Por su parte los dos hermanos Eteocles y Polineces habían decidido turnarse el mandato de Tebas, pero al cumplirse el año, el primero de ellos no asumió su compromiso y Polineces, el segundo, decidió irse de la ciudad y buscar ayuda para prenderle fuego y rescatar el poder perdido. Vale aclarar, que Creonte, hermano de Yocasta, quien había detentado el poder cuando los hijos de Layo no habían podido hacerlo, era aliado de Eteocles.  Polineces cumplió con lo prometido, regresó y le prendió fuego a la ciudad.  En medio de la batalla que se desató, se encontró frente a frente con su hermano Eteocles, luchó con él cuerpo a cuerpo, y ambos murieron.  Con la derrota de Polineces, Creonte se reafirmó en su poder y decidió imponer un castigo a Polineces a pesar de que ya había muerto, mientras que exaltaba el comportamiento de Eteocles. Creonte decidió que el cadáver de éste, fuera tratado de acuerdo con los rituales propios del enterramiento, mientras que el de Polineces debería permanecer sin enterramiento, expuesto a la descomposición y a ser devorado por lo buitres. Este mandato debía ejecutarse como castigo y escarnio para todos los habitantes de Tebas.

Antígona enterradora
Antígona que al igual que su hermana Ismena, estaba bajo la custodia de Creonte, se llenó de dolor ante la decisión del tirano, pues había sido testigo de la lucha fracticida y no aceptaba por ningún motivo, ese castigo que atentaba contra lo más sagrado de su tradición, contra lo poco que le quedaba, y decidió, más allá de cualquier ley de la ciudad, de cualquier destino que se le tuviera preparado, bien como mujer o como habitante de Tebas, enterrar a su hermano Polineces, por quien sentía un afecto por encima de cualquier otro. Como ella misma lo dice en la tragedia, era su hermano amado, el último que quedaba de los suyos, era irremplazable, tenían el mismo padre y la misma madre, y ya no había ninguna posibilidad de sustituirlo. Fue así como en medio de la noche, la vó su cuerpo con aceites, lo cubrió con polvos y le ofició los rituales de enterramiento.
Como se dijo, Antígona era la cuarta hija de Edipo y Yocasta; tenía dos hermanos varones y una hermana.  Con su hermana parecía haber tenido alguna complicidad pues en algún momento, le comentó sobre su intención de enterrar a su hermano Polineces, pero ante su temor y su duda, decidió dejarla de lado y seguir firme con su decisión.  Con su acción, Antígona dio muestra de una especial inclinación hacia el hermano muerto y castigado. Su afán por cuidar su cuerpo y no dejarlo expuesto para ser comido por las aves de rapiña, dió cuenta de su amor e identificación con ese ser del cual ya no quedaba sino un cadáver al que se aferraba; un resto que parecía ser el suyo propio. El cuidado puesto en el cuerpo muerto de su hermano, le daba un último aliento a esa vida que se vaciaba irremediablemente. El cuerpo-cadáver del hermano debía retornar a la tierra con los cuidados del enterramiento, debería volver a su lugar de origen donde estaban los suyos. Al igual que cuidó del padre ciego, ahora Antígona cuidaba de su hermano muerto y de esa manera su ser adquiría consistencia, aunque sabía que su acto sería el motivo de su condena.

Antígona la condenada a muerte
Cuando Antígona cumplía con el ritual del enterramiento fue descubierta por los guardas encargados de cuidar el cadáver, que la apresaron y la llevaron ante Creonte quien sin compasión alguna, la condenó a muerte, a morir lapidada. Mientras ocurría su despedida y recorrido a la tumba, llegó  Hemón el hijo de Creonte que era su prometido, y le pidió al tirano que se compadeciera del destino de su prometida, pero éste no aceptó sus ruegos y siguió firme en su decisión, aduciendo que Antígona había violado las leyes de la ciudad. En ese momento apareció el sabio-ciego-adivino Tiresias y advirtió a Creonte que se estaba metiendo en una zona que no le correspondía, que se sobrepasaba en el poder, y que su actitud traería males diversos a Tebas. A todo esto, Antígona entró en la tumba y decidió ella misma, ahorcarse. Hemón no soportó el dolor de encontrarla  muerta y decidió el mismo darse muerte, al igual que lo hizo la esposa de Creonte que tampoco aguantó la situación. Al darse cuenta de lo ocurrido, Creonte entró en desesperación, se derrumbo y quiso echarse atrás pero ya no fue posible.
            Antígona estaba presa de su deseo y actúo en el límite entre la vida y la muerte, o entre dos muertes como dice Lacan (2003).  Ella atendió  a una ley que no era la de la sociedad, su saber pasaba por su cuerpo marcado por un linaje, condenado por el crimen cometido. Ella se reconoció en su amor y lealtad al padre, en el amor por su hermano, y como éste lo había hecho, ella también se sublevó contra las leyes de Creonte que traspasaban las de Tebas, para poder alcanzar la morada de sus padres que tenían otras leyes diferentes. Consideraba el enterramiento como una acción que iba más allá de las leyes sociales y las trascendía. Con el acto fúnebre que propicia al hermano y con su enfrentamiento a Creonte definió su castigo y la terminación de su vida que sin un cauce para su deseo, ya no podía sostenerse.
            Para cerrar este peregrinaje por las pérdidas sucesivas de Antígona, y sus formas de duelo, se puede decir que su figura pone de presente esas relaciones primordiales hechas de amor, pérdida y dolor que son constitutivas del sujeto, de su soledad y de su deseo, y que requieren ser acogidas de alguna manera, en lo social, para que esa vida pueda reinventarse y sostenerse.

Bibliografïa:
Freud, S. (1968). “La aflicción y la melancolía” en Obras Completas, Tomo I, págs. 1075-1082. Madrid: Biblioteca Nueva.
Lacan, J. (2003). Seminario 7 La Ética, 1959-1960. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. ( 2004). Seminario 10, La Angustia, 1962-1963. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. ( 2005). Los nombres del padre, 1964. Buenos Aires: Paidós.
Sófocles ( 1978 ). Antígona en Teatro Griego, págs. 283-308. Madrid: Aguilar.
Sófocles (1978). Edipo Rey en Teatro Griego, págs. 312-342. Madrid: Aguilar.
Sófocles (1978). Edipo en Colona en Teatro Griego, págs 409-446. Madrid: Aguilar
Steiner, G. (2009). Antígonas. Barcelona: Gedisa.


[1]. Un primer abordaje de la tragedia de Antígona lo hice en el artículo, La ciudad de los deseos (2003), donde señalé la importancia del enterramiento de los muertos para que el deseo encontrara cauce. Posteriormente, una invitación formulada por la Maestría de Artes Plásticas y Visuales  (2009) de la Universidad Nacional, en una serie de conferencias sobre el fantasma, la imagen y el duelo, me llevó a formalizar parte de esa investigación en un escrito que titulé con el nombre, Antígona:  enterramiento y duelo, y que ahora retomo de nuevo. El tema lo he trabajado en diferentes carteles de la Nueva Escuela Lacaniana de Bogotá.
[2] La anamorfosis es una técnica renacentista que permite mediante el manejo de la perspectiva una deformación de la imagen con el propósito de transmitir ideas diferentes a las representadas. Lacan en el Seminario 7, La ética (2003), dedica un capítulo al tema.
[3]. La Esfinge preguntaba que quién era aquel que anda primero en cuatro patas, luego en dos y luego en tres, y Edipo no dudó en decir que era el ser humano en su primera infancia, luego en su crecimiento y adultez, y finalmente, en la ancianidad. Este hecho ocurrió después de que había descubierto que no era hijo de los reyes de Corinto donde había crecido.  Cuentan que su padre Layo, en el momento de su nacimiento, y teniendo el conocimiento de que su hijo iba a darle muerte, decidió junto con su mujer Yocasta, deshacerse del niño, y fue así como luego de traspasarle los tobillos con una cuerda, lo entregaron a uno de sus súbditos para que se lo llevara y le diera muerte.  Esta orden no fue cumplida pues el hombre encargado de ejecutarla, se apiadó de la criatura y la entregó a un campesino que de inmediato la regaló a los reyes de Corintio que no podían tener hijos. Cuando Edipo se convirtió en joven supo que era adoptado y decidió irse en busca de su origen, pero  en el camino de huida de la casa de Corinto, tropezó con el Rey Layo quien iba para Delfos a consultar al oráculo sobre los males que aquejaban a Tebas, su ciudad. En el encuentro, al querer pasar al mismo tiempo por un paso estrecho, sus carruajes se rozaron, y sus ocupantes entraron  en una batalla en la cual Edipo dió muerte a Layo y a su cochero, mientras que un tercero se fugaba. Luego de estos hechos, Edipo llegó a Tebas donde los ancianos le pidieron, como joven que era, que tratara de descifrar el enigma de la Esfinge.
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