La invención de Antígona:
pérdidas y duelos
Beatriz García Moreno
He considerado oportuno para esta
ocasión dedicada a la invención de cada mujer, abordar el personaje de
“Antígona” de Sófocles (1978) a partir del examen de los duelos que realiza
luego de cada una de las pérdidas que sufre, pues considero que mediante ellos,
Antígona inventa y se reinventa a sí misma a partir de lo femenino que la
constituye[1].
Quedé
atrapada en Antígona a partir de las imágenes construidas por Sófocles y
recreadas por Lacan (2003), en torno al cuidado del cadáver de su hermano
Polineces y al solemne desfile lleno de belleza y dolor que realiza hacia su
propio enterramiento, y quizás, fue ese atrapamiento y la pausa que impuso, lo
que permitió que comenzaran a aparecer una tras otra, la serie de pérdidas
sufridas por esta heroína, anteriores a la de su propio ser, y las maneras como
ella fue reinventando su propia vida a través de sus actos.
Las
pérdidas a las que me refiero fueron: la revelación de la verdad sobre el origen
que llevó a la caída del padre, el suicidio de la madre, la ceguera y expulsión
del padre con la consecuente pérdida del lugar que habitaba, la separación
forzada del padre y su encierro en casa de Creonte, la muerte de sus hermanos y
el castigo al no enterramiento de uno de ellos, y su propia muerte. Los duelos
que acompañan estas pérdidas podrían sintetizarse en los papeles que asume: ser
lazarrillo del padre, ser la enterradora de su hermano, ser la condenada a
muerte que camina hacia su tumba, y finalmente la que se quita la vida Todos
estos papeles la llevan a realizar acciones específicas, donde el amor y el
deseo son los que le permiten reinventarse y constituir una subjetividad que ha
perdurado a través del tiempo.
Para
el abordaje de este tema, me he apoyado en el psicoanálisis pues la pérdida y
el duelo en tanto inherentes a la constitución del sujeto, son temas centrales
en el desarrollo de su teoría. Podría decirse que como sujetos estamos hechos
de pequeñas y grandes pérdidas que requieren de duelos que permitan al deseo
obstaculizado encontrar su camino, y al sujeto reinventarse. Freud en su texto
“Duelo y Melancolía” (1968) examina
con detenimiento, ambos afectos, el proceso de pérdida y vaciamiento y la
posibilidad del encuentro de nuevos objetos sustitutos que permitan retomar el
ritmo de la vida. En Lacan, el tema de la pérdida y sus caminos de
resolución se desarrollan en diferentes momentos, podría citar como ejemplos,
su “Seminario 10, La Angustia” (2004)
y su escrito sobre “Los nombres del padre”
(2005), en los cuales se refiere a cada uno de esos momento de caída y
recomposición propios del proceso de subjetivación que se repiten y recrean a
lo largo de habitar el mundo.
La importancia de Antígona en Occidente
Para
entender la importancia de Antígona, vale la pena hacer una corta mención a la
manera como grandes pensadores de occidente la han considerado, y para ello me
apoyaré, en George Steiner, “Antígonas”
(2009) quien hace un recorrido por sus teorías. Este autor deja claro que durante
los siglos XVIII y XIX cuando los valores sostenidos por la Iglesia y la
Monarquía fueron cuestionados, y se hizo necesario comprender la naturaleza de
las instituciones sociales y sus relaciones con la familia y el individuo,
Antígona se convirtió en referencia obligada. Hegel, por ejemplo, le dedicó una
significativa reflexión en diferentes partes de su obra, y señaló los
desencuentros casi irreconciliables, entre familia, religión y Estado. Su
dialéctica basada en la contradicción
entre tesis y antítesis y en el encuentro de una solución, lo llevó a plantear
la muerte de Antígona como salida a la contradicción entre Estado y familia.
Goethe por su parte, también se detuvo en esta tragedia, pero su pregunta se
orientó a los sentimientos de Antígona por su hermano; Shelling a quien también
le interesó la obra, la consideró un importante texto de referencia; mientras
que Kierkegard la examinó como un importante ejemplo del sujeto de la
modernidad que mostraba su autonomía; y Hörderlin al traducirla, la reinventó
sin esconder los afectos que le inspiraba.
De otro lado, Freud, un hombre que inició su obra a finales
del siglo XIX, dejó a Antígona de lado y se ocupó de su padre Edipo, pues fue
en la tragedia de Edipo Rey, donde encontró un camino para establecer el
complejo familiar que venía observando en sus pacientes. Lacan por su parte, si
bien indagó en Edipo, regresó a Antígona, en su “Seminario 7, La ética” (2003), y lo hizo para examinar a través de
ella, no sólo la belleza y lo que cubren sus velos, sino también la ética del
psicoanálisis, animada por el deseo que sostiene la propia subjetividad. En esa
ocasión, habló del brillo de Antígona cuando desfilaba hacia su muerte, como
manifestación de lo bello que se impone como efecto del despojo de los bienes
que se han poseído y han dado identidad, y de la presencia de un deseo que califica
de absoluto, y la sostiene en los actos que realiza. También hizo alusión a la
puesta en escena de la tragedia, al teatro griego a cielo abierto, al coro
dando cuenta del sentir de lo que acontecía, de la pasión y del temor que se
concentraban en la figura de Antígona caminando hacia su muerte. Su descripción
muestra la anamorfosis[2] que allí está presente, que
atrapa, que subyuga y atrae, que da cuenta de lo bello como velo de lo
indecible; de la convergencia del dolor causado por el destino y maldición del
linaje al que ella pertenece, y la fuerza del deseo que la envuelve en su
propia invención. Ese dolor se presenta en la pasión que se desprende de sus
palabras, de su cuerpo y sus movimientos, narrados por Sófocles, recreados por
el coro y reinventados por cada observador, por cada lector.
Las pérdidas y duelos de Antígona:
Luego de esta corta referencia a
algunos autores que la han considerado en sus teorías, abordaré el tema
propuesto mediante la narración de algunos datos de su historia que dan cuenta
de sus pérdidas y señalaré en ese recorrido, algunos de los aspectos que
considero configuran el duelo que la reinventa en cada episodio. Los datos
relacionados han sido tomados de dos tragedias de Sófocles (1978), “Edipo en Colona” donde Antígona es
acompañante de su padre , y “Antígona”, donde es la protagonista.
La caída del engaño, la muerte de la madre, la ceguera del padre
Antígona era hija del Rey Edipo de Tebas y de Yocasta, la
antigua mujer de Layo, pero Yocasta y Layo eran los padres de Edipo. Cuando Edipo hizo su familia con Yocasta
desconocía su origen; él ocupó el lugar de Layo porque pudo descifrar el enigma
de la Esfinge, y con esa acción, de la cual obtuvo como recompensa ser el Rey
de Tebas y casarse con la Reina, liberó a la ciudad de una serie de males[3]. De su unión con Yocasta, la
reina, tuvo cuatro hijos, Eteocles y Polineces, ambos herederos al trono, e
Ismena y Antígona que como mujeres no podían serlo. La paz de la ciudad no fue
duradera y de nuevo los males se apoderaron de la ciudad y como camino para
solucionarlos, y recuperar el orden, se decidió buscar al asesino de Layo a
quien se le acusaba de lo que pasaba, y darle el castigo merecido. Fue en medio
de esa búsqueda que Edipo descubrió, que era el hijo de Layo y Yocasta, y por
lo tanto asesino de su padre. Con este descubrimiento, “la venda cayó de sus
ojos” (Lacan, 2004), comprendió la verdad, y el saber se convirtió en motivo de
dolor. Entre tanto, Yocasta, su esposa y
madre, que ya había comprendido la dimensión de lo ocurrido, no resistió la
verdad y decidió ahorcarse en su cuarto.
Para
Edipo el conocer que había cometido el crimen del incesto, implicó la caída de
un saber-verdad, y de la identidad que le había otorgado un lugar. Por su parte Antígona y sus hermanos se
descubrieron como hijos de ese crimen, de un acto que los condenaba para
siempre, pues su ley no se ajustaba a la de la ciudad. La posición que los
sostenía y daba identidad había caído. Eteocles y Polineces, herederos del
padre se aliaron a Creonte y lo expulsaron de la ciudad, Antígona comprendió su
despojamiento, el linaje se había hecho pedazos, la madre había muerto y el
padre ciego, lo único que le quedaba, y expulsado de la ciudad, había perdió su
lugar.
Antígona se inventa como lazarillo del padre.
Edipo
encontró a Yocasta muerta y decidió chuzarse los ojos con el cinturón que a
ella le había servido para el suicidio. Su crimen lo pagó con un autocastigo, con
una automutilación que lo condenó a la ceguera física, luego de que la venda de
su vida engañosa, había caído. Cuando sus hijos varones conocieron la verdad,
lo humillaron y con el apoyo de Creonte hermano de Yocasta, lo condenaron al
destierro de Tebas, de su ciudad y así dieron cumplimiento a uno de los mayores
castigos de la Grecia Clásica, ser expulsado de la ciudad. La pérdida de su lugar condenó a Edipo a la
errancia, pero no lo hizo solo ya que Antígona se ofreció para acompañarlo y
servirle de lazarillo en su peregrinaje.
En “Edipo en Colona”, Sófocles
señala la manera como el padre, Edipo, se apoyó en ella, la hija, que era lo
único que le quedaba. Con este acto, Antígona encontró una posibilidad de ser, ante el derrumbamiento del reino
de los suyos. El padre desvalido, ciego sin reino, era lo único que le quedaba,
y su decisión de irse con él puso de presente la necesidad de su amor, de estar
a su lado para poder existir en lo que la constituía y daba consistencia. Con
su acción se separa de las leyes tiranas de Creonte, y pone de presente que en
ella habitaba algo más, suplementario, que no se ajustaba a su mandato.
Antígona se reinventó al asumirse como
lazarillo de su padre. En lugar de abandonarlo como sus hermanos, comprendió
que su destino era acompañarlo y cuidarlo en la inhabilidad de su cuerpo. Al
hacerlo anticipaba su condena y daba cuenta de lo que diría más tarde, de que
estaba hecha de amor y que necesita de ese amor. Antígona cuidó de su padre Edipo, le sirvió de apoyo y de orientación en la
oscuridad que conlleva la pérdida; le prestó sus ojos, y con ello se convirtió
en acompañante e inventó su propio duelo. Más allá del linaje que la unía a su
padre, Antígona actuó impulsada por sus afectos, pero sobre todo por la
necesidad de dar consistencia a su ser que
se resquebrajaba con las pérdidas sufridas. Al igual que su padre, se sentía
sin lugar, sin plaza, sin ciudad, sin un campo simbólico en el cual pudiera
reconocerse; él era su única referencia y ese peregrinaje al lado de quien le
había dado la vida y transmitido un linaje, era su posibilidad de ser. Sobre los escombros de su familia,
ella reconoce lo suyo y lo defiende, se reinventa al cuidar a su padre y dar
cuenta del amor que a él la une, más allá de las leyes de la ciudad de Creonte.
La separación del padre y el encierro en casa de Creonte
Al llegar cerca de Atenas, donde
reinaba Teseo, Ismena se unió a Edipo y a Antígona. Creonte quien era en ese
momento el nuevo Rey de Tebas, los encontró y obligó a Antígona y a su hermana
Ismena a irse de nuevo a Tebas. De forma tiránica las arrancó del lado de Edipo
e impidió que Teseo cumpliera el deseo de Edipo, de cuidarlas después de su
muerte.
Antígona ya no pudo cuidar más a su
padre y obtener la consistencia y el goce que su cercanía le producía. Perdió
el lugar privilegiado de ser su acompañante, y como lo dice la tragedia, con su
reclusión en la casa de Creonte, quedó muerta en vida, pues quedó sometida a
ser dependiente de sus leyes, y la prometida de su hijo Hemón, quien como
esposo y a usanza de la época, debería
responder por ella. Sin embargo,
el vacío por la pérdida de su mundo simbólico la reafirmó en su linaje, rechazó
las leyes de Creonte que no eran sus leyes.
Todo lo que sostenía su conexión con el mundo simbólico en que se había
constituido, el de la ciudad, el de sus padres y hermanos, ya no existía, y en
su entorno no encontraba nada para sustituir sus pérdidas; estaba muerta en
vida y lo único que parecía sostenerla era su propio deseo que la sublevaba
contra Creonte.
La muerte de los hermanos y la ley que prohibía el entierro de
Polineces
Por su parte los dos hermanos
Eteocles y Polineces habían decidido turnarse el mandato de Tebas, pero al
cumplirse el año, el primero de ellos no asumió su compromiso y Polineces, el
segundo, decidió irse de la ciudad y buscar ayuda para prenderle fuego y
rescatar el poder perdido. Vale aclarar, que Creonte, hermano de Yocasta, quien
había detentado el poder cuando los hijos de Layo no habían podido hacerlo, era
aliado de Eteocles. Polineces cumplió
con lo prometido, regresó y le prendió fuego a la ciudad. En medio de la batalla que se desató, se
encontró frente a frente con su hermano Eteocles, luchó con él cuerpo a cuerpo,
y ambos murieron. Con la derrota de
Polineces, Creonte se reafirmó en su poder y decidió imponer un castigo a
Polineces a pesar de que ya había muerto, mientras que exaltaba el
comportamiento de Eteocles. Creonte decidió que el cadáver de éste, fuera
tratado de acuerdo con los rituales propios del enterramiento, mientras que el
de Polineces debería permanecer sin enterramiento, expuesto a la descomposición
y a ser devorado por lo buitres. Este mandato debía ejecutarse como castigo y
escarnio para todos los habitantes de Tebas.
Antígona enterradora
Antígona
que al igual que su hermana Ismena, estaba bajo la custodia de Creonte, se
llenó de dolor ante la decisión del tirano, pues había sido testigo de la lucha
fracticida y no aceptaba por ningún motivo, ese castigo que atentaba contra lo
más sagrado de su tradición, contra lo poco que le quedaba, y decidió, más allá
de cualquier ley de la ciudad, de cualquier destino que se le tuviera
preparado, bien como mujer o como habitante de Tebas, enterrar a su hermano
Polineces, por quien sentía un afecto por encima de cualquier otro. Como ella
misma lo dice en la tragedia, era su hermano amado, el último que quedaba de
los suyos, era irremplazable, tenían el mismo padre y la misma madre, y ya no
había ninguna posibilidad de sustituirlo. Fue así como en medio de la noche, la
vó su cuerpo con aceites, lo cubrió con polvos y le ofició los rituales de
enterramiento.
Como
se dijo, Antígona era la cuarta hija de Edipo y Yocasta; tenía dos hermanos
varones y una hermana. Con su hermana
parecía haber tenido alguna complicidad pues en algún momento, le comentó sobre
su intención de enterrar a su hermano Polineces, pero ante su temor y su duda,
decidió dejarla de lado y seguir firme con su decisión. Con su acción, Antígona dio muestra de una
especial inclinación hacia el hermano muerto y castigado. Su afán por cuidar su
cuerpo y no dejarlo expuesto para ser comido por las aves de rapiña, dió cuenta
de su amor e identificación con ese ser del cual ya no quedaba sino un cadáver
al que se aferraba; un resto que parecía ser el suyo propio. El cuidado puesto en el cuerpo muerto de su
hermano, le daba un último aliento a esa vida que se vaciaba irremediablemente.
El cuerpo-cadáver del hermano debía retornar a la tierra con los cuidados del
enterramiento, debería volver a su lugar de origen donde estaban los suyos. Al
igual que cuidó del padre ciego,
ahora Antígona cuidaba de su hermano
muerto y de esa manera su ser adquiría
consistencia, aunque sabía que su acto sería el motivo de su condena.
Antígona la condenada a muerte
Cuando
Antígona cumplía con el ritual del enterramiento fue descubierta por los
guardas encargados de cuidar el cadáver, que la apresaron y la llevaron ante
Creonte quien sin compasión alguna, la condenó a muerte, a morir lapidada.
Mientras ocurría su despedida y recorrido a la tumba, llegó Hemón el hijo de Creonte que era su
prometido, y le pidió al tirano que se compadeciera del destino de su
prometida, pero éste no aceptó sus ruegos y siguió firme en su decisión,
aduciendo que Antígona había violado las leyes de la ciudad. En ese momento
apareció el sabio-ciego-adivino Tiresias y advirtió a Creonte que se estaba
metiendo en una zona que no le correspondía, que se sobrepasaba en el poder, y
que su actitud traería males diversos a Tebas. A todo esto, Antígona entró en
la tumba y decidió ella misma, ahorcarse. Hemón no soportó el dolor de
encontrarla muerta y decidió el mismo
darse muerte, al igual que lo hizo la esposa de Creonte que tampoco aguantó la
situación. Al darse cuenta de lo ocurrido, Creonte entró en desesperación, se
derrumbo y quiso echarse atrás pero ya no fue posible.
Antígona estaba presa de su deseo y
actúo en el límite entre la vida y la muerte, o entre dos muertes como dice
Lacan (2003). Ella atendió a una ley que no era la de la sociedad, su saber pasaba por su cuerpo marcado por
un linaje, condenado por el crimen cometido. Ella se reconoció en su amor y
lealtad al padre, en el amor por su hermano, y como éste lo había hecho, ella
también se sublevó contra las leyes de Creonte que traspasaban las de Tebas,
para poder alcanzar la morada de sus padres que tenían otras leyes diferentes.
Consideraba el enterramiento como una acción que iba más allá de las leyes
sociales y las trascendía. Con el acto fúnebre que propicia al hermano y con su
enfrentamiento a Creonte definió su castigo y la terminación de su vida que sin
un cauce para su deseo, ya no podía sostenerse.
Para cerrar este peregrinaje por las
pérdidas sucesivas de Antígona, y sus formas de duelo, se puede decir que su
figura pone de presente esas relaciones primordiales hechas de amor, pérdida y
dolor que son constitutivas del sujeto, de su soledad y de su deseo, y que
requieren ser acogidas de alguna manera, en lo social, para que esa vida pueda
reinventarse y sostenerse.
Bibliografïa:
Freud, S. (1968). “La aflicción y la melancolía” en Obras Completas, Tomo I, págs.
1075-1082. Madrid: Biblioteca Nueva.
Lacan, J. (2003). Seminario 7 La Ética, 1959-1960. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. ( 2004). Seminario 10, La Angustia, 1962-1963.
Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. ( 2005). Los nombres del padre, 1964. Buenos
Aires: Paidós.
Sófocles ( 1978 ). Antígona en Teatro Griego, págs. 283-308. Madrid: Aguilar.
Sófocles (1978). Edipo Rey en Teatro Griego,
págs. 312-342. Madrid: Aguilar.
Sófocles (1978). Edipo en Colona en Teatro
Griego, págs 409-446. Madrid: Aguilar
Steiner, G. (2009). Antígonas. Barcelona: Gedisa.
[1].
Un primer abordaje de
la tragedia de Antígona
lo hice en el artículo, “La
ciudad de los deseos” (2003),
donde señalé
la importancia del enterramiento de los muertos para que el deseo encontrara
cauce. Posteriormente, una invitación
formulada por la Maestría de Artes
Plásticas y Visuales (2009) de la Universidad Nacional, en una
serie de conferencias sobre el fantasma, la imagen y el duelo, me llevó
a formalizar parte de esa investigación
en un escrito que titulé con el
nombre, “Antígona: enterramiento y duelo”,
y que ahora retomo de nuevo. El tema lo he trabajado en diferentes carteles de
la Nueva Escuela Lacaniana de Bogotá.
[2] La
anamorfosis es una técnica renacentista
que permite mediante el manejo de la perspectiva una deformación de la
imagen con el propósito de
transmitir ideas diferentes a las representadas. Lacan en el “Seminario 7, La ética” (2003),
dedica un capítulo al tema.
[3].
La Esfinge preguntaba que quién era aquel
que anda primero en cuatro patas, luego en dos y luego en tres, y Edipo no dudó
en decir que era el ser humano en su primera infancia, luego en su crecimiento
y adultez, y finalmente, en la ancianidad. Este hecho ocurrió
después de que había
descubierto que no era hijo de los reyes de Corinto donde había
crecido. Cuentan que su padre Layo, en
el momento de su nacimiento, y teniendo el conocimiento de que su hijo iba a
darle muerte, decidió junto con
su mujer Yocasta, deshacerse del niño,
y fue así como luego
de traspasarle los tobillos con una cuerda, lo entregaron a uno de sus súbditos
para que se lo llevara y le diera muerte.
Esta orden no fue cumplida pues el hombre encargado de ejecutarla, se
apiadó de la criatura y la entregó
a un campesino que de inmediato la regaló
a los reyes de Corintio que no podían
tener hijos. Cuando Edipo se convirtió
en joven supo que era adoptado y decidió
irse en busca de su origen, pero en el
camino de huida de la casa de Corinto, tropezó
con el Rey Layo quien iba para Delfos a consultar al oráculo
sobre los males que aquejaban a Tebas, su ciudad. En el encuentro, al querer
pasar al mismo tiempo por un paso estrecho, sus carruajes se rozaron, y sus
ocupantes entraron en una batalla en la
cual Edipo dió muerte a
Layo y a su cochero, mientras que un tercero se fugaba. Luego de estos hechos,
Edipo llegó a Tebas
donde los ancianos le pidieron, como joven que era, que tratara de descifrar el
enigma de la Esfinge.
.
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